Es para destacar el avance que representa la celebración del Día Nacional de Lucha contra la Obesidad en un país como Argentina, donde su prevalencia va en aumento y un 60% de la población tiene sobrepeso, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Estamos frente a una enfermedad no transmisible que genera otro tipo de complicaciones, como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia, afecciones del aparato óseo o cuestiones cardíacas y cerebrovasculares, como accidentes o infartos. Además, una persona obesa de larga data tiene mayor tendencia a desarrollar distintos tipos de cáncer.
El diseño de programas eficaces de prevención y control presenta un enorme desafío. En líneas generales, se toman como determinantes de la obesidad a la dieta y el ejercicio, o se piensa que tiene impacto en un único entorno, sin involucrar trasversalmente a los diferentes actores que intervienen. Por el contrario, considero que debe ser atendida integral y multidisciplinariamente, tanto desde el sector público como en el privado.
Hablamos de pacientes que, si no se tratan adecuadamente y descienden de peso, la sostendrán en el tiempo afectando directamente al presupuesto en salud pública.
Es una población que requiere el conocimiento de un equipo de profesionales especializados en el tema. Los médicos o licenciados en nutrición deben tener conocimientos en abordaje psicoemocional o trabajar en conjunto con psicólogos u otro tipo de profesionales como endocrinólogos, deportólogos, entre otros.
En la mayoría de los casos, se observa depresión, ansiedad, trastornos de ansiedad generalizada, trastornos obsesivos compulsivos y, por supuesto, baja autoestima. Por ello, la consulta médica no puede resolverse en 15 o 20 minutos. Se requiere un mayor tiempo para conocerlos, entenderlos y poder brindarles el tratamiento y el enfoque personalizado necesario.
Por otro lado, hay que trabajar el impacto familiar. Si bien las cuestiones genéticas influyen, intervienen principalmente factores ambientales. Los padres deben aconsejar, pero lo determinante es el ejemplo que den día a día con las conductas. Una de ellas es la alimentaria que, si favorece al aumento de peso, va a transmitir hábitos de consumo poco saludables. De la misma manera, si los padres son sedentarios, seguramente los niños lo serán. Y, por supuesto, sucede lo mismo con la cuestión emocional.
En Argentina existen ciertas costumbres que contribuyen al aumento de peso y que deben tenerse en cuenta para lograr un cambio que sea permanente en el tiempo a través de la adquisición de nuevos hábitos. En el consultorio, la más común que observamos es el picoteo. Además de las cuatro comidas y antes de las tres o cuatro horas que se sugiere entre una y otra, generalmente suele haber un picoteo constante. Este lo que esconde son emociones que llevan a esa conducta que, generalmente, es adictiva.
Otro mal hábito muy frecuente es saltearse el desayuno. Por la mañana solemos estar apurados y muchas veces tomamos una infusión ligera o directamente nada.
Entonces, a las dos o tres horas, estamos más cansados y nutricionalmente no estamos aptos para desarrollar nuestras actividades. Como consecuencia, la primera comida que realicemos seguramente no va a ser adecuada en cantidad y calidad de las porciones.
Esto se relaciona, además, con que elegimos alimentos con alta carga glucémica, principalmente harinas refinadas, grasas saturadas, galletitas, snacks, productos de panadería como facturas y empanados. Estos productos tienen muchas grasas saturadas que afectan al sistema cardiovascular y a las arterias. Las harinas refinadas impactan no solo en el peso corporal sino que también generan tendencia a la celulitis y adiposidad localizada. Lo preocupante es que, al elegir este tipo de alimentos, se disminuye el consumo de frutas y verduras, que es lo recomendado para mantener un peso saludable.
En nuestro país también se consumen demasiadas bebidas azucaradas, en vez de incorporar agua o bebidas dietéticas. Aquí es importante destacar que hoy se está evaluado la influencia de los edulcorantes en el estímulo de la insulina, hormona que participa en la formación de grasa, por lo que estos productos también entran en cuestión.
En la dieta de los argentinos se observa frecuentemente la baja ingesta de fibra, vitaminas y minerales. Hay pacientes que pueden tener sobrepeso u obesidad, pero tienen carencias nutricionales. El consumo de legumbres es muy bajo, por ejemplo, y lo mismo sucede con los lácteos.
Por otro lado, optan por mayor consumo de sal, con el riesgo de padecer hipertensión arterial, enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular. Llama la atención el poco uso otro tipo de condimentos que son mucho más saludables.
Otro error habitual es creer que consumiendo muchos alimentos con envases de color verde vamos a bajar de peso. Estos son light, es decir, más livianos, pero también presentan calorías. Hay que tener mucho cuidado con esto y entender que lo fundamental es aprender nuevos hábitos, controlar la cantidad y calidad de nuestras porciones según nuestras necesidades nutricionales.
Finalmente, recordemos que culturalmente lo social está ligado cien por ciento a la comida, cuando lo ideal sería reunirnos para relacionarnos desde otro lugar que no sea lo alimentario. Aquí se entrevé esta cuestión emocional en la que hacemos hincapié. Hay una necesidad de abordar a los pacientes con obesidad desde otro lugar, porque si no vamos a seguir fracasando.