Pasaron las seis de la tarde en Trelew, y el termómetro marca abajo de cero. El Touring Club, me informan, es el bar más tradicional de la ciudad y tiene un plus a su favor: por aquí habría pasado el legendario pistolero Butch Cassidy. Dicen que el Touring es mucho más que una confitería, y más aún que un simple hotel de pasajeros. Este es “el lugar” donde pasan los hechos más relevantes de la ciudad.
Los directores de cine lo eligen como locación, los políticos arman sus tertulias en plena campaña, y las reinas provinciales de toda estirpe se encuentran para brindar por su año de gloria. El bar es amplio y muy luminoso, con enormes tubos fluorescentes colgando del techo, sillas de madera y de ratán. Y una barra larga, infinita.
Pistoleros gringos en el fin del mundo
La historia nos remonta un siglo atrás, cuando el papel principal se lo robaron Butch Cassidy y Sundance Kid, quienes se alojaron en una de las habitaciones del viejo Hotel El Globo -antecesor del actual Touring-, mientras intentaban escabullirse de los detectives de la célebre agencia Pinkerton, contratados especialmente por un grupo de banqueros y hacendados estadounidenses para atrapar a la banda.
La leyenda de estos míticos bandidos es una de las historias que más intriga genera por estos pagos. Los legendarios Butch Cassidy (George Parker), Sundance Kid (Harry Longbaugh) y su mujer, Etha Place, huyeron a la Argentina luego de atracar un sinfín de bancos en Estados Unidos, llevando a cabo la sucesión de robos más larga en la historia americana y del lejano oeste hasta ese momento. Su historia quedó plasmada en la inolvidable película Butch Cassidy y Sundance Kid, dos hombres y un destino, estrenada en 1969, cuyos personajes fueron inmortalizados por Robert Redford y Paul Newman, megaestrellas del celuloide por aquel entonces.
Corría mayo de 1901 cuando Butch y sus compinches llegaron a la indómita Patagonia y se hospedaron, bajo los nombres de Santiago Ryan y Harry Place, en una de las habitaciones de este hotel. Poco después, entrada la primavera, se afincarían en el apacible poblado de Cholila, al pie de la Cordillera de los Andes. Adquirieron una buena cantidad de tierras y ganado, construyeron una cabaña de troncos y se dedicaron al trabajo rural. Nadie sospechaba entonces de aquellos gringos distinguidos, a quienes veían como hacendados adinerados en busca de nuevos horizontes.
“Tengo 300 cabezas de vacunos, 1.500 ovejas; 28 caballos de silla; dos peones que trabajan para mí y una casa de cuatro habitaciones y galpones, establo y algunas gallinas. Lo único que me falta es una cocinera, ya que todavía sigo en estado de amarga soltería”, escribió Cassidy a su amiga Miss Davis, presa en una cárcel de Ashley, Utah, en Estados Unidos.
Los detectives nunca dejaron de perseguirlos y les siguieron el rastro hasta el mismísimo fin del mundo. La calma patagónica se estiraría unos cinco años, hasta que hubo un atraco al banco de Londres en la ciudad de Río Gallegos. Y así, los hasta entonces pacíficos norteamericanos pasaron a ser los sospechosos de siempre.
Huyeron a Chile para luego desaparecer en Bolivia. Hay quienes dicen que allí fueron abatidos por la policía, y que Butch, al ver malherido a su compañero de aventuras, lo habría rematado para luego suicidarse. Otras versiones cuentan que el más celebre de los bandidos habría muerto en un hospital de Estados Unidos. Etha Place, por su parte, fue la única del trío de ladrones mas famosos del siglo XX cuyo regresó a la patria natal habría de ser comprobado.
El cuarto de Butch
Detrás de la extensa barra del Touring se desplaza como pez en el agua don Luis Fernández, uno de los propietarios del lugar. "Quiero mostrarles una habitación –invita el hombre-. No es exactamente esa, pero es muy similar a la que tuvieron los pistoleros". Salimos por la puerta trasera hacia un patio exterior. El frío cala los huesos. Don Luis abre el candado que traba la puerta. La pintura blanca descascarada deja una vieja madera al descubierto, allí donde cuelga el clásico afiche antiguo que dice “Buscado”, con el retrato de Butch Cassidy, el villano por el que ofrecían una recompensa de 10 mil pesos.
El cuarto está ambientado como si hubieran huido ayer, dejando algunas de sus pertenencias olvidadas en el apuro, aunque prolijamente ordenadas. Unos pantalones colgando del respaldo de la cama de hierro y un rifle sobre el colchón. Una vieja valija de cuero y trajes de época. Una radio de madera y más objetos desperdigados. Don Luis se detiene frente a una foto. "Es la última que se tomaron en Estados Unidos", aclara con el pecho inflado. En otra de las paredes cuelga una imagen más del trío, años después, ya afincado en Argentina. A su lado, un recorte con una nota de época del New York Times y un póster de la película completan el muestrario que forma parte de esta especie de museo del bandido en un cuarto de hotel en medio de la Patagonia.
Un aperitivo histórico
El Touring Club conserva aún la esencia de antaño, y aunque se ven algunos jóvenes usando el wi-fi, la atmósfera continúa siendo la de un típico reducto de ciudad del interior detenido en el tiempo. Los parroquianos charlan de fútbol, política y mujeres. Comen una picada, toman café, algún aperitivo o una cerveza. El mozo, moño negro e impecable saco blanco, peinado a la gomina, camina entre las mesas dominando la bandeja con destreza.
La historia viva de Trelew parece encontrarse aquí y el dueño de este reducto se encarga de resaltarlo a toda hora. "Un viejo periodista local decía que el umbral del Touring es la tregua política. Acá toman café y charlan dirigentes antagónicos. Y una vez que atraviesan esa puerta, vuelven a enemistarse. La confitería es el lugar de reuniones donde se discuten los proyectos más importantes de la ciudad", cuenta el hombre, en medio de la faena diaria.
Detrás de la impecable barra de madera y mármol, y bajo un antiguo reloj que nunca dejó de contar las horas, hay un coqueto aparador de madera repleto de botellas con bebidas de todo tipo. Destacan aperitivos como el Pineral, un elixir que ya no se elabora y que don Luis guarda, con mucho recelo, para ocasiones especiales. El hombre destapa la botella en cuestión para preparar un “Demaría”, trago cuyo toque distintivo se lo aporta esta añeja bebida, mezclada con Martini o Cinzano. "Probalo y te vas a acordar de mí", desafía y cuenta que tiempo atrás estuvieron filmando un serie de Butch Cassidy. Entonces, abre una carpeta y muestra, una a una, las fotos del rodaje.
Paredes que hablan
El Touring Club Hotel es el resultado de la fusión del antiguo Hotel Argentino y el Hotel Globo, que pertenecía a la compañía inglesa de ferrocarriles y cuyo lote fuera cedido a un hombre de apellido Descalzo, con la obligación de construir un nuevo alojamiento. Pero el Hotel Argentino se incendió y quedó abandonado. Fue don Agustín Pujol, un inmigrante catalán casado con Anita Jones -una de las primeras inmigrantes galesas en Trelew-, quien compró el predio y comenzó a construir el nuevo hotel, que tendría todos los “adelantos de época y modernización del viejo mundo”, tal como describe en un folleto que ilustra la historia del lugar.
La mayoría de los materiales fueron importados desde Europa, transportados en barco hasta Puerto Madryn y finalmente en tren hasta aquí. Y, según aclara su propietario “hasta los albañiles e ingenieros viajaron especialmente desde Italia”.
En este recinto, declarado “Patrimonio Natural y Cultural de Trelew” en 1995, los mozos todavía usan la bandeja de plata que se estilaba en los viejos tiempos. Otra bandeja, de platino, permanece exhibida en un aparador como una verdadera reliquia. Me detengo en un rincón a ver una serie de antiguas fotografías que entrelazan la historia de Trelew con las del Touring Club, marcada a fuego por la leyenda de Butch Cassidy.
Una historia llena de personajes célebres, como el escritor y aviador Antoine de Saint-Exupèry (autor de El Principito), algunos ex presidentes argentinos como Arturo Frondizi y Arturo Illia, políticos de la talla de Alfredo Palacios (primer diputado socialista de América) y grandes deportistas como Juan Manuel Fangio, quíntuple campeón mundial de automovilismo. Todos, alguna vez, pasaron por aquí.
Luis enseña una maquina de café, de aquellas que ya no se ven. "Es una de las pocas que hay en Argentina. Funcionaba a gasoil", señala con un dejo de orgullo.
Entro en el antiguo salón de fiestas, ahora un gran cuarto vacío, donde nuestras voces retumban. Subo por una gran escalera de granito para ver las habitaciones, equipadas con baño privado, camas de hierro y bronce, grifería alemana, y pisos de pinotea."El lugar fue refaccionado, pero mantiene el estilo de aquellos tiempos" dice don Luis, quien se muestra preocupado en mantener viva la historia de este sitio. "Somos segunda generación en el Touring. Tengo dos hijos que siguen en el hotel y les encanta. Esperemos que a los nietos también.