Lo dijo John Connolly, el referente de la novela negra, que hace poco pasó por Buenos Aires: lo que el yo periodista aporta al yo escritor es fundamentalmente la pérdida del miedo a la página en blanco. “Y yo pienso lo mismo”, apunta Horacio Convertini (el novelista que, a su vez, lleva 32 años de trayectoria en el periodismo), “el oficio te desacraliza el teclado, te quita el pánico escénico a la hoja vacía”.
De lo que Connolly también habló es de la combinación entre ficción y realidad -“no es un espejo, es más bien un prisma”, aclaró- y esa refracción parece caberle perfectamente a “New Pompey”, la novela en la que Convertini experimenta con una voz confesional y con la atmósfera del barrio en que creció.
“El amor, la madre, la infancia, la amistad, la condición homosexual, el barrio, la soledad, la derrota: Horacio Convertini trabaja esos tópicos tejiéndolos en una trama policial que atrapa y que le abre algún aire a la posibilidad de la revancha. New Pompey es la nueva novela-tango del siglo XXI”, explica desde la contratapa Gabriela Cabezón Cámara.
Dos cosas: en este relato, el autor se propuso entrar en un juego de identificación con el personaje. Cali -así se llama- ha vuelto a una Pompeya pobre y casi apocalíptica. Es gay, está solo, casi sin recursos y a merced de la sombra padre. Convertini detalla: “El barrio es mi barrio; la casa es mi casa; el club es ése. La novela es un ejercicio que está muy pegado a mi vida. En la realidad no hubo asalto, ni violación. Tampoco soy gay, como sí lo es el protagonista. Pero busqué acercarme al personaje. Provocar y provocarme determinadas emociones”.
Si bien trabaja como periodista en gráfica desde el ‘83, Convertini mantuvo paralelamente el deseo de buscar otros caminos narrativos. “Al principio la libido estaba orientada a crecer en la profesión: viajar como corresponsal, hacer la cobertura de un gran caso, escribir las primeras notas de opinión. El periodismo te da cierta audacia y mucha rapidez. Pero igual iba escribiendo cuentos que quedaban atrapados en el disco rígido de mi computadora, por autocrítica. En 2005 me decidí a mostrarle un texto a un colega. Le dije: ‘Sé crudo con la devolución’. Él decidió publicarlo en una revista literaria que editaba. Ahí empecé a leer más, a buscar maestros, a perfeccionarme, a abrir el grifo de la literatura”.
Primero intentó con un cómic, luego con un guión de cine. “Pero viste cómo son los tiempos del cine. Uno, como periodista, está acostumbrado a ver su trabajo plasmado casi de inmediato. La película que había escrito necesitaba, en 2002, mucho esfuerzo y meses de producción y un presupuesto de un millón y medio de pesos”. Finalmente, tomó la ruta de las publicaciones y los concursos literarios.
“Mis historias han surgido de observaciones callejeras, de experiencias personales, de sueños, de anécdotas ajenas de las que me apropio como un ladrón. Mi primera novela, El refuerzo, surgió de una pesadilla que me sacó de la cama a las cuatro de la madrugada: alguien me obligaba a hacer jueguito con una pelota a la vista de mucha gente y no me salía. Me desperté angustiado, prendí la computadora y empecé a escribir una historia de frustración y peligro en torno al fútbol”, cuenta.
Su primer libro, “Los que están afuera”, le trajo muchas satisfacciones, además del premio del Fondo Nacional de las Artes. Desde entonces, se convirtió en un concursante serial. Y allí comenzó a explorar lo que luego sería su veta narrativa: realismo, historias sórdidas, escenas violentas, márgenes donde no hay héroes ni villanos. De hecho, en su segunda novela, “La soledad del mal”, procuró meterse en la psicología de un asesino.
Tal vez inspirado por Quim Monzó, uno de sus escritores favoritos, indagó en los relatos turbios, por momentos revulsivos, “pero que te agarran del cuello con la fiereza de un patovica y no te sueltan”.
El próximo título que nos piensa lanzar es una selección de cuentos, “El aguante”, que será editado por el sello independiente No tan Puán.