El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva rendirá homenaje al doctor Virgilio Germán Roig, un tenaz defensor de la vida animal y vegetal, creador del Iadiza e integrante de una notable familia que dio científicos y humanistas.
Virgilio, locuaz y comunicativo a sus 84 años, recibirá el reconocimiento el 26 de este mes, a las 14.30, en el salón de actos de la Universidad de Buenos Aires (UBA), con la presencia del ministro de la cartera, José Lino Barañao y otras autoridades.
En la resolución ministerial se expresa que Roig se hace acreedor a la distinción por “sus investigaciones sobre los procesos de transferencia del uso sustentable de la biodiversidad”.
Rodeado de papeles, carpetas y libros, en su casa del barrio Romairone, Godoy Cruz, el ex director del Zoológico de Mendoza recordó que se convirtió en ingeniero agrónomo “casi por descarte” porque lo que quería estudiar en realidad era Ciencias Naturales, que sólo se podía cursar en Buenos Aires y Córdoba. Por cuestiones económicas del hogar paterno, no pudo concretar ese anhelo.
Roig, que empezó los estudios agrarios en la Quinta Agronómica (hoy Parque Cívico) y los terminó en la sede de Chacras de Coria (donde fue docente), tuvo uno de sus primeros empleos en el desaparecido Instituto de la Vid y el Vino, que funcionaba en la calle Boulogne Sur Mer, y que en alguna medida fue precursor del actual Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV). “Allí -contó sonriente- me desempeñaba en un laboratorio de Zoología donde se criaba una avispa con la que se combatía el bicho del cesto, que afectaba al arbolado, la vid y los frutales. “Largábamos millones de insectos por año, que mataban al gusano depredador”.
Como quería estudiar la naturaleza, aprovechó al máximo las materias afines de Agronomía, como Botánica, Ecología y otras, pero paralelamente empezó a cursar asignaturas básicas en la Facultad de Ciencias Médicas (Anatomía, Fisiología y otras). El entonces decano Gumersindo Sánchez Guisande le tomaba los exámenes. “Lo hacía para obtener información para mí”, explicó.
Cuando cesó en el instituto del vino, lo transfirieron al Zoológico como técnico, cuando el director era Gerónimo Sosa, también un gran defensor de los árboles.
Luego pasó a Parques y Bosques (hoy Dirección de Recursos Naturales Renovables) y en 1969 el entonces interventor mendocino, general José Eugenio Blanco, lo nombró subsecretario de Economía. Tras un nuevo recambio de autoridades del Ejecutivo provincial, el gobernador Félix Gibbs lo nombró ministro de Economía. “Con ese poder en mis manos -evocó-, creamos el Instituto de Zonas Áridas a nivel local, institución que más tarde se convirtió en organismo nacional”. El Iadiza cambió los lineamientos de la política y el conocimiento de la naturaleza de las regiones semidesérticas del país, con la actuación de hombres de avanzada en la botánica y la zoología, como Adrián Ruiz Leal, José Miguel Cei, y su hermano, Fidel Antonio Roig. En ese período también se puso en marcha el Cricyt, hoy Centro Científico Tecnológico (CCT) Conicet Mendoza.
El exilio
Corría 1976 y los militares se hicieron cargo del gobierno. No sirvieron los blasones que ya acreditaba Roig en la ciencia local e internacional. “Me echaron del país por ser un ‘elemento de perturbación del proceso de reorganización nacional”, evocó sin rencores el investigador.
En una palabra lo dejaron en la calle. Ya estaba casado con Josefina Carbone (fallecida), vivía en la calle Gregorio Torres y tenía sus 3 hijos en la escuela secundaria.
El auxilio a su crítica situación vino del exterior, de la mano del entonces secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar (aquél que también estuvo en ocasión de la guerra de las Malvinas). “Javier se enteró de lo que me pasaba y me nombró personal de Medio Ambiente de la ONU, pero en un destino remoto como era Nairobi, la capital de Kenia. Era gracioso porque como tenía pasaporte diplomático y no me podían decir nada, entraba al país de vez en cuando. Sólo por precaución cuando partía al exterior lo hacía a través de Santiago de Chile”.
Hacer justicia
Con el retorno de la democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín le restableció el titulo de investigador principal del Conicet, volviendo a trabajar en el Iadiza y el Cricyt.
Virgilio fue posteriormente director del Zoológico (nombrado por Rodolfo Gabrielli), pero en carácter honorario. “Creo que transformamos ese hábitat; hicimos docencia primaria, secundaria y universitaria, función que luego se abandonó”. El entrevistado tuvo la visión de fundar la reserva de Ñacuñán, hoy ambiente de la Unesco, y trazó los lineamientos para el funcionamiento de áreas para la conservación de la biodiversidad, como la Reserva Telteca, Laguna Llancanelo, la Payunia y el Parque Provincial Aconcagua.
No es la primera vez que Roig es premiado. Ha tenido muchos reconocimientos en el país y en el extranjero, como el último que recibió: el Premio Aldo Leopold, instituido por la Sociedad Internacional de Estudios de Mamíferos, basada en Lawrence (Estados Unidos). “Pienso que este homenaje puede estimular a los jóvenes a investigar, a mantenerse en la ciencia y quedarse en el país”, dijo por último el veterano estudioso. Igualmente están contentos sus nietos y sus 2 hijos, Fernando, jefe del Centro de Astronomía de América Latina, en Río de Janeiro (Brasil) y María del Carmen, traductora de idiomas. Una tercera hija de Virgilio, Adriana, bióloga como él, murió hace 2 años y medio.
El zoo, los árboles y el agua, en la mirada del estudioso
Feliz por el reconocimiento nacional, este hombre paciente y estudioso transmite algunas definiciones sobre asuntos cruciales para los mendocinos. Interpreta que el zoo debería ser un centro de cría y procreación del fauna autóctona del país y la provincia, capaz de repoblar las zonas diezmadas o que tienen problemas de disminución de especies.
En materia de arbolado público recuerda que tiene que ser cuidado y repuesto. De otro asunto vital, el recurso hídrico, dice: “Estamos frente a un proceso mundial de modificación de la atmósfera, de los océanos y la disminución de la capa de ozono, lo que provoca que las fuentes (los glaciares) estén muy disminuidas. Hacen falta obras, como Portezuelo del Viento, que servirán para mantener con aptitud importantes volúmenes de agua”. Meditó sobre la necesidad de hacer “en serio” un uso responsable del recurso.