El arte cinematográfico no ha sido indiferente a la situación de las mujeres en la sociedad. Renombrados cineastas se han ocupado de la temática con criterio novedoso, notable inteligencia y visible pasión. Varios de ellos han centrado su obra en la aborrecida violación y el posterior asesinato, sufridos por inocentes víctimas femeninas.
En estos días se argumenta que los femicidios son el resultado previsible provocado por la acción de las mujeres que, en forma continuada y efectiva, luchan por la reivindicación de derechos que hacen a su integridad.
Se plantea que los femicidios se producen porque las mujeres hablan y protestan, porque se atreven a denunciar sus penurias de homicidios, abusos, acosos, discriminación, desprestigio, postergación y maltrato.
Entiendo que ello es una interpretación retorcida de las circunstancias. Los asesinatos femeninos se producen no porque las mujeres adopten una posición de lucha en resguardo de sus derechos inalienables. Los femicidios ocurren porque una insensata sociedad no asume que esta situación, plena de maldades hacia las mujeres, debe terminar de una buena vez.
El arte, que siempre se ha ocupado y se ocupa de visibilizar lo oculto, ha demostrado cómo la sociedad -protectora y cómplice de delitos abominables- ha perjudicado a las mujeres de diversas maneras, ya sea en épocas de paz o de guerra. Los ejemplos cinematográficos que destaco manifiestan una clara postura de identificación de un problema que persiste. La denuncia de situaciones horrendas y descalificadoras para las mujeres, entonces, no es de ahora. La protesta para visualizar el destino terrible al que se ha condenado a las mujeres viene desde largo tiempo atrás.
Ya en 1959, con un relato inspirado en una balada sueca del siglo XIII, adaptada a la pantalla, el realizador sueco Ingmar Bergman exhibió su cuestionado pero aclamado film “La fuente de la doncella” (Oscar a la mejor película extranjera y Globo de Oro). Fue el primero en atreverse a presentar visualmente la violación de una inocente jovencita de dieciséis años y su asesinato por varios sujetos de bajos instintos y mala calaña. Los culpables de la atrocidad son unos ladrones de bienes materiales, pero, ante todo, ladrones de la virtud y de la misma vida. El padre de la niña violada es quien toma venganza. Mata a los criminales al descubrir el hecho. Conforme a su fe y sin saber por qué Dios permite que ocurran estas calamidades, el padre promete levantar una capilla donde ha muerto la hija violada. Cuando levantan la cabeza de ésta surge un manantial. El suceso adquiere un carácter trascendente y simbólico.
Vittorio De Sica, director italiano, en 1960 filma “Dos mujeres”. Se basa en la novela “La campesina (La ciociara), escrita por Alberto Moravia en 1957. Con memorable actuación de Sophia Loren como madre (Cessira, premio Oscar mejor actriz), y de Eleonora Brown como hija (Rosetta), la película relata los esfuerzos de la progenitora que intenta proteger a su hija -de trece años- de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, mientras se refugian en un pueblito. Cuando pretenden volver a Roma, en el interior de una iglesia abandonada son violadas brutalmente por soldados marroquíes. En la película, Cessira, reclama por su hija con angustia y dolor ante las fuerzas militares que se suponen salvadoras: “-Sí, paz… muy bonita la paz… ¡Habéis destrozado para siempre a mi hija! ¡Esto es peor que la muerte!”.
Juan José Campanella, director argentino, filmó “El secreto de sus ojos” (2009), un inolvidable y festejado éxito de nuestro país. Obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera y otros importantes premios. La trama se desarrolla ante la investigación de la salvaje violación y posterior asesinato de una joven. El responsable es identificado gracias a la averigüación de funcionarios judiciales que no cejan en su empeño de llegar a la verdad y castigar al verdadero culpable, aunque se jueguen en sus puestos. Soledad Villamil (Irene en la ficción) obtiene la confesión del violador-asesino cuando embiste contra el despreciable orgullo masculino del delincuente.
Por su parte, el mejicano Alfonso Cuarón presenta en estos días su film “Roma” (2018), película favorita para el premio Oscar en variados rubros y con premios ya ganados. Cuarón relata en base a sus recuerdos de infancia -en la colonia Roma, Ciudad de México-, la vida de su familia de clase media y de Liboria “Libo” Rodríguez, la trabajadora doméstica de su propia casa, que estuvo a cargo de su crianza y a quien dedicó la película. En la narración se destaca esta figura, la de su madre y la de su abuela, que deben batallar solas contra el abandono del jefe de familia (en el caso de la madre) y la desaparición maliciosa de la pareja de Cleo (la empleada) ya que el muchacho desdeña el embarazo de ésta con feroz violencia. El simbolismo del gran auto, que casi no entra en el garaje de la casa, refiere el enorme ego de estos hombres, ego que no tiene cabida en el hogar familiar. El director mejicano denuncia una realidad mundial, situación que se refleja en la frase que la dueña de casa manifiesta a su empleada: “Estamos solas. No importan lo que te digan. Siempre estamos solas.”
Celebro que la filmografía internacional dedique a las mujeres sus mejores glorias. Estos homenajes, con justificadas razones, radiografían una realidad que todavía persiste.