Historias de bailes y alegría entre los jóvenes adultos

Los promocionan anunciando que pueden asistir personas de entre 40 y 150 años. Asisten más de 2.500 personas.

Historias de bailes y alegría entre los jóvenes adultos
Historias de bailes y alegría entre los jóvenes adultos

Hacía años que Alejandro Fuentes -moreno, zapatos sport, sesenta y tantos- estaba deprimido. Tras la muerte de su esposa, iba a llorar sobre la tumba todas las semanas. Compraba flores cerca del cementerio y después se quedaba en silencio, lamentándose. Siete días más tarde, volvía a comprar flores y repetía el ciclo. Así pasó muchos meses. Pero ahora, en la penumbra, no parece el mismo hombre. Gasta cumbias junto a su nueva pareja, Virginia Esquivel.

— ¿Y cómo conoció a Virginia?

— ¡Es la que me vendía las flores para ir al cementerio!— responde él.

Virginia y Alejandro se ríen del destino. Danzarán abrazados en la tercera fiesta que organizan las áreas de Juventud y Adultos Mayores de la municipalidad de Maipú. Alrededor hay cientos de bailarines experimentados, mientras truenan Benny Goodman, Creedence, los Wawancó, Gilda. Se convocó a gente de entre 40 y 150 años: la condición para entrar es traer un alimento no perecedero. El sábado huele a perfume, a expectativa. La cosa revienta. Está todo listo para viajar al fin de la noche y la tristeza, por un rato, se bate en retirada.

Las compuertas del ayer

El primer baile se pensó para 300 asistentes. Fueron mil. El segundo se hizo para mil; asistieron dos mil quinientos. Tuvieron que mudarse al Estadio Arena Maipú porque si no no cabían. Es que la gente mayor no tiene dónde salir. "Y esperamos más de tres mil personas", avisa Hernán Sartorio, asesor de Juventud de la Municipalidad.


    Diego Parés / Los Andes
Diego Parés / Los Andes

La pista está montada "como era antes". A un costado las mesas. Enfrente, una zona de baile y un círculo de damas y caballeros sentados. Hay conversaciones, algún coqueto reojo y los rituales chic de la tecnología. En la oscuridad, decenas de caras se iluminan con el tono blanquecino de los mensajes por Whatsapp. Grupos de amigos y amigas bombardean con sus selfies. Es el eslabón perdido entre los siglos XX y XXI.

Y hay música. Contundencia de canciones olvidadas, desterradas de los boliches. ¿Ejemplo? Dame fuego, de Sandro. La melodía sube como espuma, "Y en la noche larga/mi grito de ayuda quizá escucharás…". Desde un rincón del universo el Gitano ordena que le den fuego; explota el estribillo y uno teme que toda esta gente se ponga a hacer pogo, se desarme o ambas cosas a la vez.

Suenan estos temas y se abren las compuertas del tiempo. Es un río de voces lejanas, que fluye con eco cada vez más nítido. Por la corriente pasan jirones de las viejas fiestas en las mutuales, allá por los sesenta y los setenta. Imágenes del Club YPF de Godoy Cruz, las fiestas en Villaseca o en la Bodega Giol. No cuesta sospechar, incluso, que entre los bailarines se haya colado un fantasma. Esos mismos señores y señoras —que se observaban ateridos— muestran una energía que no puede venir solo del presente. Es la fuerza de una historia compartida.

Coletas, remeras batik, sombreros y hasta vertiginosas minifaldas: también los objetos entran por el túnel que conecta al ayer con esta noche. Rifan caloventores. Festejo. "¡Que levante la mano el que estaba enfermo y no quiso perderse el baile!", grita un animador. "¡Que levante el que les dijo a sus hijos que hoy no cuidaba nietos!", insiste. Se escucha por altavoz que con la cantidad de alimentos que trajeron los asistentes "se podrá ayudar a más de 40 comedores". Ovación y vuelta a la cumbia. Nadie sabe en qué fecha está.


    Diego Parés / Los Andes
Diego Parés / Los Andes

Regreso a los bailes familiares

"¿Para qué sirve el baile? Para vivir", gritan al unísono Mirta Villegas (63) y José Castro (66). Él, electricista, muy alto; ella jubilada y elegante después de madurar mil temporadas en un galpón de frutas. El compás hilvana sus mundos y José, con el dedo índice sobre el pecho del cronista, adopta un tono de confianza: "con el baile, flaco, con el baile… yo vuelvo a ser como vos, ¿entendés?". De fondo suena Sacá la mano Antonio, aquel éxito que cometieron Las Primas.

Una reflexión, aprovechando que mamá está en la cocina. Este lugar es uno de los pocos espacios policlasistas que quedan. A contracorriente de una sociedad quebrada, en la pista tiran pasos caballeros de la clase media al lado de señoras de los barrios pobres. Más allá, un ex albañil y unas "chicas" que toman clases de salsa en el Club Regatas. ¿En qué otro sitio podrían mezclar sus alegrías?


    Diego Parés / Los Andes
Diego Parés / Los Andes

Edita Celedón (80) decidió que iba a venir con el vestido de cuando salió Reina del Carnaval de Rodeo del Medio. Una prenda color marfil, con aplicaciones y capa. Esta abuela crio cinco hijos trabajando en la cosecha de ajo, pero esta noche es una reina. ¿Qué siente cuando baila, Doña Edita? "Orgullo. Orgullo por representar a mi merendero". 

Se refiere al merendero "Los abuelos", que está en una de las áreas obreras de Maipú, el barrio 25 de mayo. Ahí Edita conversa con vecinos y vecinas. Vive sola, va a la escuela; tiene 15 nietos y "no sabe cuántos" bisnietos. Ama el cuarteto. Al oírla, se adivina en su mirada a la mujer hermosa que fue y todavía puede ser.

— ¿Qué consejo les daría a las nuevas generaciones?

—Que me imiten. Hay una sola vida: a disfrutarla. Yo me acuerdo que cuando era joven, había un muchacho rubio que siempre me sacaba a bailar... Edita se zambulle en la dulce marea del recuerdo. Cerca, Betty Ponce, una de las hijas, intercede: “hemos venido en banda. Esto es una manera de recuperar los viejos bailes familiares”.

Puentes de Maipuson

El reloj avanza y las compuertas del tiempo se van cerrando. Por los parlantes se escucha que el próximo baile de "jóvenes adultos" será en primavera. Lo que lleva a una pregunta que el lector se habrá hecho: ¿hay levante en la pachanga senior?


Hay música, contundencia de canciones olvidadas: Sandro, los Waeancó, Creedence y Gilda. | Diego Parés / Los Andes
Hay música, contundencia de canciones olvidadas: Sandro, los Waeancó, Creedence y Gilda. | Diego Parés / Los Andes

— ¿Ustedes tienen pareja?

—No.

— ¿Están buscando?

El gesto de las señoras se retrae, igual que cuando se posa el dedo sobre el ojo de un caracol. No volverán a responder. Vale arriesgar, de todos modos, que algunos y algunas sí vinieron a buscar el amor ¿Por qué no? Como se veía en Los Puentes de Madison, aquel clásico de Meryl Streep y Clint Eastwood, jamás hay que negarse a las pasiones. 

Es más: en la periferia se ven hombres y mujeres solos, tal vez esperando que desde la última rendija de la madrugada soplen ráfagas de un sentimiento nuevo. Un tipo no tiene apuro: ha traído soda y una botella de amargo serrano. Cada tanto, los sentados se levantan. No saben si su corazón querrá enamorarse. Pero es capaz de bailar, y eso ya es un principio. 

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