Si entriegan su corazón
a alguna mujer querida,
no le hagan una partida
que la ofienda a la mujer.
Siempre los ha de perder
una mujer ofendida.
Martín Fierro
Durante el Mes de la Mujer, es un lugar común hablar de su protagonismo en la historia. Para ello, basta con evocar nombres y vidas de reinas, presidentas, escritoras, artistas, científicas; todas ellas brillantes, muchas de ellas heroínas.
Pero en un país en el que existe un femicidio cada treinta horas, en el que las listas de padres morosos son interminables, me gustaría hacer un homenaje a otro tipo de guerreras, muchas de ellas desconocidas y también derrotadas que, tal vez sin quererlo, han dejado una huella en el tiempo.
En la literatura gauchesca, la mujer aparece con escaso protagonismo. Sin embargo, Martín Fierro, hombre valiente y temible, les advierte a sus hijos que no hagan enojar a las mujeres y que se cuiden de una mujer ofendida. Podría haber ilustrado el consejo con ejemplos famosos como el que referimos.
Santos Perez era un gaucho con tropa propia, célebre por sus numerosas muertes y por su arrojo. Por su renombrada temeridad, fue el indicado por los Reynafé para asesinar al imponente Facundo Quiroga.
El magnicidio (que incluyó a todos los acompañantes del “Tigre de los Llanos “, entre los que se encontraba un niño pequeño), fue perpetrado en febrero de 1835 y tuvo enorme repercusión en la vida nacional. Santos Pérez, el verdugo, era por ello intensamente buscado -aunque se comentaba que las fuerzas del orden temían encontrarlo-.
Existen algunas anécdotas que narran infructuosos intentos de envenenarlo o matarlo a traición y que lo mostraban como a un hombre imbatible. Tal vez cuando había empezado a sentirse inmortal, una venganza femenina le jugó una mala pasada en su Córdoba.
Cuenta Sarmiento que había golpeado a una mujer a quien frecuentaba, y que ésta, cuando lo vio profundamente dormido, se levantó con cuidado, le tomó las pistolas y el sable, y lo denunció a la patrulla. Cuando se despertó estaba desarmado y rodeado de fusiles apuntados a su pecho.
No sé cómo habrá sido la mirada de Santos a esta mujer, pero pienso que durante su fusilamiento, en Buenos Aires, habrá tenido tiempo de arrepentirse del asesinato de Facundo y/o de la golpiza a su novia.
Lo que la historia le debe a esa dama desconocida es el hecho de que los federales hayan podido asistir, en octubre de 1837, al fusilamiento de quien se había atrevido a asesinar a su líder.
Lo hemos visto con diferentes casos, con la desaparición o muerte de jóvenes, tanto en la dictadura como en la democracia, fueron madres las que se enfrentaron con el poder, con todo el coraje y también (por qué no) con la rabia. Tal vez hicieron suya una consigna que expresaba Alfonsina Storni: “El hijo y después yo y después... lo que sea, aquello que me llame más pronto a la pelea”.
Y, en situaciones más cercanas, me parece interesante poner en valor a algunas guerreras que no sé si pretenden ser heroínas pero quieren hacer justicia. Seguramente Vandenbroele estará arrepentido de no haber finalizado en buenos términos con quien fuera su esposa, Laura Muñoz.
Esa mala relación no sólo le ha generado serios problemas a él sino también a su amigo Amado Boudou, otro “winner” que, a pesar de estar protegido por mujeres poderosas, ha complicado su vida y la del Gobierno por las denuncias por falsificación de documentos que le hiciera su ex esposa, Daniela Andriuolo, con quien no quiso compartir el automóvil que constituía un bien ganancial.
En Mendoza existen ejemplos de personas que están sufriendo consecuencias en su vida pública por haber golpeado a sus parejas en su vida privada. Un intendente y un juez pueden dar cuenta de ello, y nos muestran que cuando la ley se cumple puede alcanzar a todos.
En algunos países ocurre que grandes delincuentes terminan siendo atrapados por una mínima evasión impositiva. Es famoso el caso de Al Capone.
En la Argentina, país donde los maestros y jubilados tributamos ganancias mientras que existen monopolios que deben millones, la justicia a veces surge cuando la intimidad del poderoso le juega una mala pasada, como a Santos Perez.
Conozco varias anécdotas, que no voy a comentar por decoro, que muestran que una mujer enojada puede hacer tambalear un prestigio, una fortuna, un poder. Que si bien el poder contamina a lo íntimo, también lo íntimo puede contaminar al poder.
La venganza de los débiles, en casos como los presentados, se convierte en una amenaza para quienes se sienten omnipotentes. Nos advierten, como Martín Fierro, que “siempre los ha de perder una mujer ofendida “.