Si bien comenzaron a celebrar su día recién el 7 de noviembre de 1947, la figura protagónica del canillita (o vendedor y repartidor de diarios) ya tiene casi 120 años en nuestro país.
Más precisamente, fue el 1 de enero de 1898 cuando irrumpió un joven en las calles de Rosario al grito de “¡Compre La República, La República a medio peso!”, en alusión al diario fundado por Lisandro De La Torre y que vio la luz el primer día de 1898.
Desde entonces, estos trabajadores son actores protagónicos e indispensables en el día a día. No solamente actuando como el puente entre las noticias y la sociedad; sino también siendo psicólogos, enfermeros y teniendo que estar siempre preparados para conversar de lo que quien llega a comprar el diario lo precise.
Horarios extraterrestres -que incluyen amaneceres antes de las 2 de la mañana y siestas que se convierten en alivios urgentes-, conocimientos sobre calles que superen a cualquier GPS y una simpatía inherente son sólo algunas de las características de estos trabajadores.
Los mismos que apenas tienen 5 feriados al año (entre ellos, este martes), y que coinciden en que lo más riesgoso de su trabajo es la inseguridad.
Siempre listo
Rubén Neira tiene 68 años y nació en Cruz del Eje (Córdoba). "El médico que me trajo al mundo fue el Doctor Illia. ¡Sí, Arturo Illia, el ex presidente!", arranca su charla, y con esa frase en la que relata sus primeros segundos de vida no quedan dudas de que sus historias y anécdotas no tienen desperdicio.
Hace apenas 12 años comenzó a trabajar como canillita, y lo hace en Las Compuertas (Luján de Cuyo). Aunque no hace reparto casa por casa -tiene su puesto al costado de la ruta 82-, le ha tocado vender diarios con un metro de nieve alrededor y con temperaturas bajo cero en pleno invierno.
“Una vez, un señor paró su auto para comprar un diario. Pero se notaba que era la excusa, y que estaba mal y necesitaba hablar con alguien. Entonces yo lo escuché, y me contó que había perdido recientemente a toda su familia, que estaba solo y que no quería seguir vivo. Yo dejé todos los diarios y me puse a hablar. Le dije que la vida era la más importante, y que con el comienzo de cada día empezaba todo de nuevo. Y que Dios está y nos escucha siempre. Hablamos un rato y se fue. Tiempo después volvió al lugar solamente para agradecerme”, rememora el hombre, quien antes de ser canillita estudió Medicina en Córdoba (“llegué hasta cuarto año y en el '76, con el golpe de Estado, cerraron muchas universidades” reconstruye), fue árbitro de fútbol y trabajó de sereno en un supermercado.
“Llegué a Mendoza cuando tenía menos de un año, mi papá era ferroviario. Acá estudié en Murialdo -todavía nos seguimos juntando con la promoción 66- y en el 70 me fui a estudiar a Córdoba. Cuando tuve que dejar la facultad, ya había empezado a formar mi familia y empecé a trabajar como árbitro de fútbol. Dirigí partidos de la liga del interior por todo Córdoba”, recuerda Neira. Y quienes le conocen ese pasado de juez, no dudan en sumarle el fútbol a los temas de conversación pre y post compra del diario. “Con lo que pasó con River y el VAR todos me han preguntado. Yo creo que el árbitro no ve la mano del jugador de Lanús porque está parado de forma lineal al jugador, y la perspectiva le juega una mala pasada”, se anima a explicar la jugada de la que todo un país habló y habla.
En 1989 volvió a Mendoza y -con su familia- estuvo viviendo en lo de sus padres. Luego, durante 15 años se desempeñó como sereno en un supermercado.
“Un día me di cuenta que el trabajo de sereno me estaba impidiendo disfrutar de mi familia, porque lo único que hacía cuando volvía a casa era dormir. Y me instalé en Blanco Encalada. Desde entonces me dediqué a ser canillita, y a estar siempre disponible para la gente”, sigue.
En 2005 -y siguiendo su vocación por los deportes- fue parte de la comisión que recuperó el club Las Compuertas. “Lo hicimos para sacar a los pibes de la calle. Pero duró muy poco”, se lamenta.
Su puesto se encuentra entre los destacamentos de Luján de Cuyo y de Las Heras, justo en la zona de la disputa, y ya tiene bien delimitada su rutina. “Me levanto a las 5, armo los diarios que me han dejado en mi casa, le doy de comer a los perros y desayuno algo, mientras veo las noticias. A las 6.15 y estoy en la calle, o a las 5.15 los domingos. Mi hijo Rodolfo (28) me ayuda algunas veces”, sigue.
“Lo que más me gusta de este trabajo es estar en contacto con la gente, hablar y estar siempre a disposición del otro”, cierra.
En la sangre
Es muy probable que a los hermanos Roberto (58), Milton (54) Jorge (52) y Gastón Illanes (49) la vida no les haya deparado otro destino que el de ser canillitas.
Porque su padre también lo era y él les inculcó la pasión.
“Toda la vida hemos estado en esto. Arrancamos en El Algarrobal (Las Heras) y ahora seguimos por allá, por el barrio Ujemvi y en esta zona de la Sexta Sección”, recuerda Jorge, quien acota que ya llevan casi 40 años en la profesión.
“Los domingos arrancamos a la 1.30, mientras que los demás días largamos a las 3.30. Nos llevan el diario a casa, los armamos y salimos a repartir. A las 6.30 yo vengo al quiosco (Jorge A. Calle y Paso de los Andes -Ciudad-), Milton sale con el reparto y así estamos hasta las 14.30”, recapitulan.
Más allá de la tradición familiar y de las generaciones, los Illanes ya asumieron que acá se cortó el hilo. “Somos como los mohicanos: los últimos. Nuestros hijos y sobrinos ya están estudiando otras cosas, así que hasta acá llegamos”, coinciden.
Y a la hora de analizar lo mejor y lo peor del día a día no dudan. “El contacto con la gente es imapagable y te hacés muchísimos amigos. Lo peor es la inseguridad”, cierran.
El profesor diariero
Además de canillita, Hugo Ferrari (47) es profesor de Electricidad en la escuela técnica de San José y un flamante ingeniero electro mecánico (se recibió el año pasado).
“Hace 30 años trabajo como 'canilla' y en 2001 compré mi propio reparto. Fue una época complicada, sobre todo a fin de ese año. pero con esfuerzo pude salir”, rememora.
Su tío también vendía diarios y fueron sus primos quienes lo invitaron a iniciarse en la actividad con su bicicleta.
“Te tiene que gustar el trabajo y no cualquiera lo puede hacer”, relata el hombre que comienza sus días a las 3 y no afloja sino hasta después de las 14 (con el reparto, su rol de padre que lleva a los niños a la escuela, la docencia y el estudio). “Cuando quiere hacer algo de aventura, mi hijo de 10 años me acompaña”, resalta sonriendo.
“Anécdotas hay todos los días. Muchas veces he ido a cobrar a la casa de un hombre y, al llegar, me encontraba con otro hombre que no era el dueño de casa y que se trata de esconder atrás de un mueble, por ejemplo”, concluye.
Familia canillita
Jesús Flores (59) vive en Carrodilla y es canillita hace 30 años. Sus dos hijos -Cristian (29) y Franco (26) también lo son, al igual que uno de sus yernos. “Empecé trabajando con mi concuñado en 1987. ¡Ya llevo casi la mitad de mi vida con esto!”, exclamó el hombre.
Los tiempos cambiaron, y también ha habido modificaciones en su labor y rutina. “Antes, los domingos llegaba todo el diario junto para armar. Pero ahora hay suplementos y revistas que el viernes ya están acá. Entonces el sábado a la noche sólo resta esperar el cuerpo central y el deportivo. Eso lleva a que ahora a las 8:30 ya hayamos terminado el reparto del domingo, mientras que antes difícilmente lo hacíamos antes de las 10”, sigue.
Al igual que sus pares, Jesús es carne de cañón ante cualquier enojo. “Muchas veces a la gente no le gusta una noticia o está enojada por algo de política. Y somos nosotros los que recibimos la queja”, agrega.
Cada día a las 5, Flores arranca armando el diario. A las 6 sale a la calle y a las 7.30 generalmente está terminando su labor. Los domingos es todo más arduo, y el armado comienza antes de las 4. Así las cosas, a las 11.30 y durante el mediodía es el momento del cobro a quienes más temprano les dejó el matutino.
“La siesta es sagrada, un par de horas para recuperarme. Y a la noche, nunca estoy despierto después de las 0.30”, cuenta.
Las anécdotas también son infaltables. Como aquella vez en observó cómo le robaban a un cliente sin caer en la cuenta de ello.
“Fue hace como 20 años. Llegué a una casa y vi que estaba la puerta abierta, y afuera había un auto con las cosas que estaban subiendo. Yo pensé que era el hijo de los dueños de casa que se estaba por mudar. Incluso él me recibió el diario, y tiempo después me dijeron que los estaban asaltando ese día”, recuerda.
“Este es un laburo muy sacrificado. Hay 5 feriados en todo el año (Navidad, Año nuevo, Viernes Santo, Día del trabajador y Día del canillita)”, sintetiza.