El primer "zoo" del que se tiene registro existió en Egipto hacia el 1500 A.C., pero fue con la Casa Imperial de Fieras en Viena (1765) cuando apareció uno en sentido moderno. Aunque hoy se encuentren en crisis, priorizando el bienestar de los animales, alguna vez fueron considerados lugares de aprendizaje y vanguardia. Que el pueblo pudiese apreciar animales salvajes y conocer sus características le otorgaba civilidad, por eso Mendoza inauguró el suyo en 1903.
Comenzó con algunos animales enviados desde Buenos Aires y dos años más tarde llegó el primer pavo real, causando sensación en los mendocinos. Algunos ciudadanos colaboraban cediendo sus propios ejemplares. El 7 de diciembre de 1912 leemos en Los Andes: "El señor Ángel Marello ha dado un gallo fino". Paulatinamente el espacio se convirtió en lugar de recreación para los niños.
En 1935 se realizaron intercambios con el zoo principal de Chile. De este modo llegaron zorros, monos y jaguares, además de especies seleccionadas de pájaros.
Paulatinamente se fueron mejorando las condiciones del lugar y comenzó una tarea de reproducción. Ese año nació por primera vez un león en Mendoza. "De los leones africanos cuya reproducción es en extremo difícil por las condiciones de la vida de los animales en cautividad, en Mendoza se han obtenido algunos ejemplares excelentes. Se empezó esta tarea con una pequeña leona que, después de ser amantada por la esposa de uno de los obreros del Zoológico, a fuerza de cuidados minuciosos ha sido posible criarla hasta la fecha en la que ya es un magnífico ejemplar" (Los Andes, 8 de junio de 1936).
A principios de 1941 se inauguró la recordada y temida “fosa de los leones”, que tardó en ser cavada casi un año. A finales de esa década se ampliaron las instalaciones y se sumaron jaulas de mayor tamaño. Durante los 50 ya contaba con ambientes calefaccionados para animales exóticos.
A pesar de las mejoras en 1958 representantes de la Sociedad Protectora de Animales se quejaron por primera vez de manera contundente, pidiendo que se liberara a un cóndor sujeto con cadenas. Esto dio mucho que hablar, pero la casi simultánea incorporación de un elefante volvió a entusiasmar a los mendocinos. Comenzó así la época de oro del zoo mendocino.
El ejemplar de elefante fue llamado Gauchito y la noche del 8 de mayo de 1961 protagonizó una serie de destrozos al escapar de su "celda". Los bomberos ayudaron al personal a recapturarlo y no pasó de ser una anécdota relatada con gracia por los medios.
Pero este no fue el único caso: "Un desprevenido ciudadano que estaba en el autódromo -leemos en Los Andes en junio de 1967- se sorprendió por la aparición de un animal extraño. Atinadamente pensó que podía ser del zoo local y avisó. Un cuidador se apersonó al lugar y conminó al meditabundo animal a ponerse bien y volver: 'Vamos, Rider'. En fin, como no hacía mucho caso, optó por tomarlo del cogote". Se trataba de un ejemplar de oso hormiguero proveniente de Formosa. "Es una especie algo extinguida -continua el texto-, difícil de conseguir, y quienes lo capturaron apelaron a perros para arrinconarlos a él, un hermano y su madre. Los dos últimos murieron al no poderse adaptar a la comida, y ahora, Rider duerme sobre el cuero de su madre".
Pero los animales no sólo escapaban del zoológico. Una de las costumbres -hasta muy entrados los años 90- fue entregar crías a los empleados del lugar para que las cuidaran hasta ser reincorporadas. En la calle de Italia de Chacras de Coria, por ejemplo, vivió por años un querido trabajador del zoo cuidó, entre otros especímenes, a un pequeño león, a una pantera que había perdido su pata derecha y a un mono llamado Yiyo. Más de una vez los animales se dieron a la fuga y los vecinos ayudaron en su localización.
Estas son apenas algunas de las numerosas historias que nos esperan agazapadas entre las jaulas del pasado.