El transcurso del tiempo desdibuja las formas y sentidos que la sociedad otorga a determinados espacios en momentos específicos. De esta forma, a través de los siglos, se superponen estratos de experiencias cuyos significados se pierden o transforman. Esto parece haber sucedido con la ruta provincial 52, más conocida en la actualidad como el camino a Villavicencio. Se ha desvanecido la memoria de que durante siglos fue uno de los caminos más importantes y transitados de la región y, es poco conocido entre los jóvenes, que esta traza, que atraviesa el departamento de Las Heras hasta alcanzar la villa de Uspallata, era la principal vía de comunicación con Chile. En efecto, nadie llegaba o partía de Mendoza a Santiago, sin antes experimentar el camino de las curvas en caracol.
Las huellas del viejo camino
Desde mediados del siglo XVI, cuando las huestes de Francisco de Villagra (conquistador español, 1511-1563) exploraron el actual territorio provincial, los senderos que vinculaban el valle de Güantata con la ciudad de Santiago comenzaron a ser trajinados por nativos y españoles. Sus huellas le dieron forma a un camino que unió Mendoza con Chile a través de la gran cordillera nevada. La ruta enfrentaba a los viajeros con una travesía seca que llegaba hasta Villavicencio, ascendía hasta las minas del Paramillo y luego descendía hacia el valle de Uspallata. Allí el camino seguía siguiendo el curso del río Mendoza hasta Las Cuevas. Entre los siglos XVI y XVIII fue recorrida a pie, en mulas o caballos, por personas y mercancía: conquistadores en busca de oro y plata, indios que pagaban su tributo en trabajo, funcionarios de la corona que administraban las rentas, sacerdotes que predicaban su fe, arrieros que conducían ganado en pie desde las pampas, comerciantes de esclavos negros que buscaban Lima o recuas de mulas cargadas con yerba del Paraguay, velas, azúcar, tabaco, cuero y otros productos que se consumían en todo el imperio español.
Tropas libertadoras
Una de las experiencias más conocidas que condensa el camino es la independencia, ya que fue una de las rutas seguida por las tropas del ejército libertador de los Andes rumbo a Chile. Del campamento de El Plumerillo partió la división que comandaba el coronel Juan Gregorio de Las Heras integradas por los soldados del Batallón Nº 11, un piquete de Granaderos a Caballo y un grupo de artilleros, zapadores y milicianos encargados de los víveres y las mulas. Cerraba la marcha de aquella columna el sacerdote franciscano Fray Luis Beltrán (1784-1827), encargado del traslado del parque de artillería que iba desmontada. En su primera jornada las tropas se detuvieron a descansar en Canota, en los alrededores de Villavicencio, y al día siguiente alcanzaron Uspallata.
El monumento de Canota, levantado por el Gobierno provincial a mediados de los años ’30, recupera aquella dimensión que rememora los orígenes del estado nacional.
De carácter internacional
En el siglo XIX se convirtió en una ruta internacional que vinculaba dos soberanías diferentes y comenzó a ser transitada por nuevos protagonistas que estamparon su experiencia en libros de viajes. Los arrieros continuaban llevando ganado en pie, pero aparecieron comerciantes y naturalistas del hemisferio Norte que buscan negocios rentables o información sobre distintos aspectos del territorio, hasta entonces cerrado para quienes no eran súbditos de la monarquía católica. Los cambios tecnológicos que marcaron este siglo alteraron las formas de comunicación y la construcción del ferrocarril Buenos Aires al Pacifico (BAP) impuso una dura competencia al camino internacional a Chile que comenzó a perder importancia. En el siglo XX se profundizaron los cambios y, a mediados de 1930, la Dirección Nacional de Vialidad (DNV) comenzó a construir una ruta que corría junto a las vías del ferrocarril para los automóviles. Inicialmente, el tramo que conducía de la ciudad de Mendoza a Uspallata respetó el antiguo trazado incluyendo los caracoles de Villavicencio. Pero en la década de 1950 se comenzó a pensar en modificar el trazado debido a la peligrosidad. La idea recién se concretó a principios de 1970, cuando concluyó la construcción del camino que unía la ciudad de Mendoza con Uspallata siguiendo el cajón del río Mendoza. Este tramo era parte de la ruta nacional 7 que incluía el camino desde Uspallata a Las Cuevas.
Misterios de la tierra
Los significados de este recorrido no se reducen al patrimonio histórico cuyas coordenadas hemos reseñado. El camino que vincula la planicie con la precordillera fue recorrido por los pobladores nativos y, en sus alrededores, existe evidencia arqueológica de distintos momentos del pasado prehispánico. Las formaciones geológicas que atraviesa les permiten a los geólogos explicar los misterios de la historia de la tierra. En el espacio que recorre su traza es posible apreciar la diversidad de la flora y fauna nativa que ha subsistido, tanto como la historia de sus transformaciones por la acción del hombre.
Los actuales trabajos interdisciplinarios para revalorizar el patrimonio natural y cultural de la ruta provincial 52 son resultado de la suma de esfuerzos de la Municipalidad de Las Heras con un grupo de investigadores del Incihusa y el Ianiglia (Conicet), en el marco de un proyecto del sistema Apoyo Tecnológico al Sector Turismo (Asetur). Su objetivo es recuperar y poner en circulación para la sociedad mendocina distintas dimensiones patrimoniales de esta ruta y sus sentidos a lo largo de los siglos. Se trata de una forma de contribuir, desde la investigación científica, con la conservación del patrimonio local que depende de la conciencia de la población.