A fines del siglo XIX, la moda femenina en nuestra provincia tuvo un gran auge con la instalación de grandes y finísimas tiendas que traían las más actualizadas novedades de París. Generalmente, se elegían los vestidos y sombreros a través de figurines o impresos; luego, las modistas o modistos de aquellos establecimientos comerciales los confeccionaban a la medida del cliente.
Las señoritas y señoras utilizaban además diferentes accesorios de calzados, joyas y cosméticos naturales para verse más bellas. Algunos elementos que hoy nos causarían sorpresa pero que entonces se imponían.
Fantasía pura
Los vestidos de verano eran la delicia de las damas mendocinas. Los trajes consistían en un vestido de un solo género, claro, unido e hinchado por detrás.
Entre los modelos, se encontraban los denominados “toilettes”, también había faldas que se llevaban pintadas y adornadas con volantes de fantasía.
Los volantes de blondas eran los preferidos por las jóvenes por ser muy livianos.
En la mayoría de las prendas se utilizaba el negro como color de moda, aunque no pegara mucho con la estación por llegar. Infaltable para las féminas era el ajustado corsé, usado con el fin de estrechar sus cinturas hasta los extremos. Otras prendas llamadas en-tout-cas eran de color rojo oscuro.
Los zapatos solían ser de tacos altos y en punta. El material era la seda de colores oscuros, que se adornaba con incrustaciones de finas y brillantes piedras.
Como complemento de aquellos vestidos y zapatos, las damas usaban sus cabellos al estilo bisqué, muy apretado y levantado sobre la nuca. Este peinado hacía que la cabeza de la mujer pareciera lo más pequeña posible, como lo imponía la moda.
Diamantes para el desayuno
Para las féminas mendocinas de finales del siglo XIX, las joyas eran uno de los complementos más importantes. La mayoría de éstas eran importadas principalmente de Francia e Italia.
Los joyeros utilizaban diamantes y piedras preciosas con colores femeninos, como zafiros, peridotos y espinel.
Otra de las novedades eran los prendedores de sombrero, muy populares en aquel tiempo, al igual que los sombreros que eran un accesorio de moda.
Los motivos de estrellas y medialunas, como los vistos en prendedores de encajes y broches, también eran comunes en este período.
Con tu blanca palidez
Las mujeres llevaban la cara pálida pero de manera exagerada; el ideal era de una blancura casi enfermiza, por lo que empolvaban sus mejillas con polvos de arroz.
Se aconsejaba a las jóvenes ingerir vinagre y limones; al parecer, eso provocaba que la piel se volviera más clara. Incluso bebían sustancias que contenían plomo o arsénico con el consiguiente riesgo de provocar la muerte.
Las ojeras eran marcadamente azules al igual que las venas. La idea era mostrar la sensibilidad cutánea.
Los pómulos se coloreaban levemente con un rosa palído y los labios se maquillan en color carmesí con forma de corazón.
Para los labios se vendía una pomada compuesta por manteca fresca, cera de abeja, raíces de un colorante natural (orcaneta) y racimos de uvas negras sin pulpa que coloreaban sin producir efectos secundarios.
Las uñas de estas bellas damas mantenían un aspecto muy natural y se abrillantaban con cremas.