Hiroshima: las cicatrices de la bomba

El 6 de agosto de 1945, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lanzó una bomba atómica que arrasó con la ciudad del sur japonés, acabando con la vida de más de 140 mil personas.

Hiroshima: las cicatrices de la bomba
Hiroshima: las cicatrices de la bomba

Lunes otra vez. Lunes, como plomo en los zapatos, los rostros adustos por acarrear el peso del principio de semana, las reflexiones sombrías de lo dura que es la vida. Y de pronto, toda la queja se transforma en una pluma, en nada, al momento en que un tal Enola Gay surca el cielo y suelta la muerte que cae, y cae, y cae, y a 600 metros del suelo de Hiroshima, en el sur de Japón, pone en entredicho las leyes de la naturaleza y el espíritu de los hombres, y explota. Son las 8.15 de la mañana del lunes 6 de agosto de1945.

Aquella jornada será recordada por siempre como una de las más tristes e infames de la historia de esto que llamamos mundo. Con la excusa de terminar la guerra, Estados Unidos se convertía en el primer país (y hasta ahora el único) en utilizar la bomba atómica en un ataque militar.

Lo hizo borrando a esa ciudad hasta entonces desconocida, que buscaba amanecer y en cambio se encontró con la noche, repentina y escandalosa. Allí vivían unas 250 mil almas, 140 mil de las cuales se llevó el estallido: la mitad al unísono con la descarga, la otra mitad a causa de las heridas (hay que sumar muchísimas víctimas más con las décadas de herencia radiactiva). Ni un solo paisano (civiles en su inmensa mayoría), fue alertado de lo que se venía.

El contexto lo marcaba la Segunda Guerra Mundial. La Alemania de Hitler ya había caído, igual que, bastante antes, la Italia de Mussolini. Sólo faltaban los infranqueables japoneses. El Gobierno del presidente Harry Truman se lo había advertido al emperador Hirohito durante la conferencia de Potsdam: o se rinden, o les tiramos el infierno encima. Nadie habló de una embestida nuclear y nadie se rindió. Sólo los altos mandos y un manojo de resueltos y obedientes soldados del país norteamericano, sabían del plan.

El plan salió a la perfección. El avión despegó desde Tinian, una isla perdida del Pacífico, para llegar a las alturas de Hiroshima en cuestión de horas, y deshacerse del bulto: una bomba bautizada “Little Boy” (niño pequeño).

La ironía, la estupidez y los sentimientos más siniestros al servicio del nombre. Segundos después, los neutrones en estampida, un millón de grados centígrados, el baño de fuego, la onda expansiva que se carga hasta a dios, y el llanto resumido en una nube colosal, como un hongo. Por si hacían falta más muestras de desquicio, a las 72 horas le tocaría a Nagasaki. El 14 de agosto, Japón presenta la rendición ante los aliados.

Ocurrió aquí, en esta urbe que hoy cuenta casi tres millones de habitantes, que es moderna y seductora, repleta de parques, de rascacielos, de vida y de memoria. Muchísima memoria.

Qué ver hoy

Hace 69 años, la explosión tumbó el 70% de los edificios de Hiroshima y casi la totalidad de aquellos que se encontraban en la zona del impacto. Casi, porque hubo uno que quedó en pie: el actual Memorial de la Paz.

Sus ruinas fueron de inmediato tomadas como símbolo de la crueldad de la guerra, pero fundamentalmente como un canto a la paz y a la lucha por la eliminación definitiva de las armas nucleares. Desde 1996 forma parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Conocido popularmente con el nombre “Cúpula Genbaku”, está ubicado en el Parque de la Paz, un precioso espacio público surcado por ríos y verde, bien en el corazón de la ciudad. Allí también reposan varias obras que fueron levantadas a posteriori y que llevan el mismo mensaje que su vecino.

Entre ellas destacan el Mausoleo Conmemorativo a las víctimas, el Monumento a los niños caídos, la Campana de la Paz, la Llama de la Paz y sobre todo el imponente Museo Conmemorativo de la Paz, con gran cantidad de información relacionada al ataque perpetrado por el gobierno estadounidense.

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