Luego de que me anunciaran otra suba de las expensas, saqué cuentas: habrá problemas para llegar a fin de mes. Podría pedir un préstamo pero decido ponerme en manos de la suerte: "el domingo 23 iré a apostar a los caballos", me digo. Tengo un amigo especializado en turf: Fernando Flaco Gabrielli, quien es relator de carreras desde 1994. Me ha dicho que tengo chances. Será la primera vez que pise un hipódromo.
El día es soleado y amistoso y la primera noticia al llegar es buena: la entrada es gratuita. Ingresan cientos de personas con la parsimonia propia de un domingo al mediodía, varias familias. Nada que ver con la violencia que se vive, por caso, en la previa de un partido de fútbol. El predio ubicado sobre calle Montes de Oca de Godoy Cruz es inmenso y está cuidado. Antes de la pista se despliega un paraje arbolado que brinda la sombra necesaria porque la primavera, con apenas dos días, parece con más experiencia.
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El hipódromo de Mendoza fue inaugurado el 29 de mayo de 1949. El presidente era Perón y el Gobernador de Mendoza, el teniente coronel Blas Brisoli. Raúl Senn, uno de los encargados de seguridad, cuenta que en un día normal el lugar acoge entre 3.000 y 3.500 personas: "En los clásicos como el Vendimia o Patrono Santiago, vienen más de 45 mil". Desde los 90, el predio pasó a depender del Estado a través del Instituto de Juegos y Casinos.
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Entre las amplias gradas de la tribuna principal algunas personas se saludan y otras parecen ser jugadores solitarios. Se corre el Premio Jockey Club, que consta de 11 carreras. Va a empezar la tercera pero prefiero hacer mi apuesta en la cuarta y aprovecho los intervalos de aproximadamente 40 minutos entre carrera, para empaparme de turf y hacer una buena jugada.
Lo primero que hago es escuchar a los expertos. Me acerco a uno que está sentado en la grada y le pregunto si hace mucho que viene al hipódromo: "Es la primera vez". Otro, de nombre Alejandro, me indica: "Yo por cábala siempre le juego al caballo número 5". Al pasar, escucho una conversación en la que nombran al "Número 4". Se me hace que es favorito y me pongo a investigar. Es un potrillo con buena performance llamado Genovesi. "Ya ha ganado", escucho. Mi entusiasmo se agiganta cuando me entero que Rodrigo Bascuñán (22) es el jockey y que también sabe de ganar.
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El ingeniero agrónomo Juan Bonet es propietario de caballos desde hace años. Un hombre absorbido por el turf. "El último caballo que compré me salió $100 mil, pero ganó su primera carrera y ahora vale $300 mil. La vida útil de un corredor (caballo o yegua) es de entre dos y cinco años, como mucho. De acuerdo con las estadísticas oficiales, antes de que un caballo debute, pasó por 14 personas, entre veterinarios, cuidadores, entrenadores, jockeys. El gasto promedio por mes de uno de estos animales es de $8 mil", informa con rapidez.
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Procuro no dejarme devorar por la ansiedad y voy hasta los boxes, donde los caballos prontos a competir reciben los últimos cuidados. Allí veo a Genovesi. Parece ajeno a todo, con su mirada equina perdida y su número 4 sobre la oreja izquierda. Entiendo por qué hay gente que pierde la cabeza por estos mamíferos: los caballos de carrera deben de estar entre las bestias más bellas del universo.
En las pantallas esparcidas por el predio se informa que la carrera 4 se llama "Juan Criollito". En orden numérico aparecen los caballos con sus jockeys. Los rivales de Genovesi son: Amigo Talentoso, Carmetín, Re Victory, Intome, Dance Jump, Wunderlich y Rey de la Bailanta. Jamás jugaría a un caballo que se llamara Rey de la Bailanta, por puro prejuicio musical. Convencido de dejar mi suerte en la dupla Genovesi-Bascuñán, voy hasta una de las boleterías para hacer la apuesta.
Me atiende Sandra Gómez (del Instituto de Juegos y Casino) y le pregunto si sabe cuál es el favorito: "No se sabe hasta que no terminen las apuestas". Me aconseja que vaya al sector de remate: "Ellos te pueden decir cuál es". En la zona de remate, ubicada en el costado oeste del predio, el espectáculo es extraño: un hombre subasta cada caballo al precio que pone cada apostador. El mecanismo termina siendo demasiado complicado para un novato, por lo que decido ir a hacer la apuesta por ventanilla.
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Las apuestas se pagan a "ganador" si el caballo llega primero; a "segundo" si llega en 1º o 2º lugar; a "tercero", la misma lógica. En la "exacta" gana quien elige dos caballos de una misma carrera que lleguen en 1º y 2º, en ese orden. La "imperfecta" gana si elige dos caballos que lleguen en 1º y 2º lugar sin importar el orden. La "trifecta" gana si elige tres caballos que lleguen en 1º, 2º y 3º en orden. La "cuatrifecta" es igual que al anterior pero con 4 caballos. La apuesta mínima son $10 y no hay tope de máxima.
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Meto un billete de $100 y digo con seguridad: "Todo al 4". Una mujer me devuelve desde la oscuridad una boleta impresa que dice "Clásico Jockey Club, carrera 4, Juan Criollito, apuesta ganador 4, $100". Ya tengo mi seguro al éxito: "la suerte del principiante no puede fallar". Como falta para la carrera camino por el lugar y compro un globo de azúcar a $30. Claudio Barocci, a cargo de la talabartería Pura Sangre, vende, por caso, una fusta para niños a $100 y otras profesionales a precios que oscilan entre $250 y $300. Quedo en que si gano volveré a comprarle algo.
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Daniel Gómez (41) es uno de los jockeys más expertos de la provincia. "Llevo 24 años de profesión", cuenta el deportista,quien es requerido por todos los premios del país para correr. "Mañana me voy a Tucumán y luego a Córdoba". Daniel ya no es tan joven y dice que le cuesta mantener sus 55 kilos para correr. "Dos días antes de una carrera ni como: apenas agua, ensaladas y una manzana". Como todos los jockeys consultados, Daniel vive bien de su profesión: "No paso necesidades". Del premio de una carrera, un 10% queda para el jockey y otro 10% para el cuidador.
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Desde uno de los ventanales de El Hongo, un restaurante con reminiscencias arquitectónicas de los 70 y donde se puede comer asado libre por $250, veo pasar a los competidores de a uno. Detecto al 9, El Rey de la Bailanta: es una masa marrón de músculos y venas gruesas con andar intimidante.
Ya es la hora y voy hacia la tribuna principal para ver la carrera. De lo primero que me doy cuenta es de que debería haber llevado binoculares. La gatera está al otro lado de la pista y desde donde estoy solo detecto la manada de caballos con sus jockeys encima. Fernando Gabrielli anuncia por los parlantes que todo está listo. Serán 1.800 metros.
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Gabrielli es el relator oficial de las carreras desde hace 25 años (empezó a los 17). Es un personaje adherido al Hipódromo. "Las carreras son un juego en el que el azar es bastante generoso con el apostador", asegura. "Normalmente los favoritos ganan y es el único sistema financiero del mundo en el que en poco más de un minuto, alguien puede duplicar o triplicar su inversión. Pero el turf es mucho más que eso: son familias que disfrutan del aire libre, con animales extraordinarios al alcance de la mano y una alta camaradería. El turf es otra cosa", cuenta, convencido.
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Con un "¡largaron!" empieza mi carrera. A partir de entonces, el relator nombrará a los caballos por sus números y no por sus nombres. El 4 es el único que me interesa. La descripción de Gabrielli es, en los primeros segundos, monocorde. Pero sabe subir la tensión narrativa de a poco. Enseguida informa que el 8 y el 9 lideran en los primeros metros. Desde lejos no distingo nada, así que sigo al relator que, por fin, nombra al 4: "se acerca...", dice. Aumenta el nerviosismo. Luego escucho: "el 4 va en segundo lugar, muy cerca". Para entonces, los de la tribuna experimentamos excitación y ensayamos arengas: "¡vamos, 4!" es la mía, casi entre dientes. A 600 metros de la llegada, Gabrielli da la gran noticia: "¡el 9 y el 4 van cabeza a cabeza!". Después otra noticia mejor: "¡Ya están en la recta final y el 4 va primero...!".
"No falta nada", pienso. Entonces cierro los ojos y me veo recibiendo fajos de billetes, pensando en la cancelación de las expensas. Pero la voz de Gabrielli –que ya ha contagiado de emoción a todos– de pronto informa: "El 4 se queda y es superado por el 8 y por el 9, que llega primero. ¡Y pasaron el disco!". El 9, no otro que el Rey de la Bailanta, ha ganado y encima con un récord para la distancia: 1 minuto con 30 segundos.
A la salida, derrotado, doy con Gabrielli en medio de su descanso. Le cuento que perdí y, para no irme con la duda, le pregunto cuánto hubiera ganado si Genovesi triunfaba. “Unos 220, 250 pesos”, me dice. Entonces entiendo perfectamente su frase: “El turf es otra cosa”.