Supongamos que un aficionado que viajó miles de kilómetros se alimentó y durmió de la manera que pudo, logró llegar al estadio luego de una travesía propia de un safari y quiso entrar con comida y bebida que traía consigo o con instrumentos musicales característicos del fútbol, tales como bombos, redoblantes, trompetas y las variantes de las vuvuzelas que atronaban en Sudáfrica. En ese momento, un guardia de seguridad le negará el acceso y le explicará los motivos en tono cordial, sí, pero de manera taxativa.
La FIFA tiene normas rígidas para los aficionados que estarán presentes en un juego mundialista, las cuales están tipificadas en un Código de Conducta en el Estadio.
Las ingestas de alimentos y bebidas sólo podrán realizarse con productos que se adquieran en los puestos internos del predio.
Además, tampoco se permiten notebooks o tabletas. Ni hablar de los instrumentos de percusión o de "molestar o asediar" a cualquier espectador, futbolista o árbitro.
Lo que tampoco pudo preveer la FIFA es el grado de intercambios verbales subidos de tono que se vino dando en los partidos en los cuales juega Argentina y hay miles de hinchas brasileños presentes. Pasó en el Maracaná contra Bosnia y en el Mineirao, frente a Irán. Veremos qué sucederá contra Nigeria, en el Beira Río