Dos hechos resonantes protagonizados por hinchas de fútbol ganaron la escena durante la semana pasada, ubicándose en ambos extremos del estereotipo que personifica qué significa ser un simpatizante futbolero en la Argentina y cuáles son sus límites.
Por un lado, la reaparición del virus barrabravista en el estadio de Independiente de Avellaneda, el miércoles 14, que obligó al árbitro Saúl Laverni a suspender el partido entre el Rojo y Belgrano, a raíz de la falta de garantías debida a los incidentes producidos por el lanzamiento de bombas de estruendo al campo de juego. La responsabilidad recayó claramente en un sector de la hinchada local y este mismo núcleo fue vivamente repudiado por la mayoría de los aficionados del mismo equipo.
Por el otro, el jueves 15 fue la sanción de la Ley de Restitución Histórica en el Legislativo porteño, luego de una lucha ardua de hinchas sanlorencistas para recuperar el predio del Gasómetro y que hoy ocupa el supermercado Carrefour. A partir de esta nueva realidad, el club azulgrana tiene 180 días para negociar con la firma francesa los términos en los que se recuperarán los terrenos y la reubicación de los empleados.
Para eso, el Banco Ciudad de Buenos Aires tasó el resarcimiento a la empresa de origen galo en $ 94 millones, aunque el número definitivo lo pondrá el Banco Nación. Además, para aprobar la ley, los legisladores pusieron como condición que la institución de Boedo se comprometiera a garantizar actividades sociales, educativas y deportivas abiertas a los vecinos del barrio y que las fuentes laborales de los trabajadores deberán ser respetadas.
Los dos procesos generados desde la identificación afectiva con una camiseta tuvieron una base sustancialmente diferente y en ambas situaciones generaron una situación bisagra en sendos clubes, con toma de posición no sólo de los asociados sino también de la vasta comunidad futbolística que existe en el país.
Independiente, al igual que en casi todos los clubes argentinos, está infiltrado por sectores agrupados en intereses ajenos a lo meramente deportivo. Entre estos, las barras bravas han tomado un poder gigantesco dentro de las estructuras de cada entidad.
Sus miembros se estratifican rápidamente en la escala y los líderes llegan a posicionarse como tales a partir de su vínculo con los negocios colaterales al mundo del fútbol: reventa de entradas, control de los estacionamientos, matonismo, aprietes, fuerza de choque y vínculos evidentes con grupos ligados a las fuerzas políticas y también a las fuerzas de seguridad. Alguna vez, el ex líder de la barra brava de Boca, Rafael Di Zeo, se ufanó de decirle a la prensa que “el día que se acabe la violencia en el fútbol, se acaba el negocio del fútbol”; nadie salió a desdecirlo.
La lucha denodada que llevan adelante el presidente Javier Cantero, y desde hace unos pocos meses la jefa de Seguridad Florencia Arietto cuenta con un apoyo escaso respecto de sus propios pares en el Comité Ejecutivo de la AFA. Declaraciones en tono protocolar y protagonismo mediático no bastan para resolver el problema, sino sólo para engrosar el gatopardismo. De las palabras debe pasarse a la acción y no sólo reunirse para tratar cambios reglamentarios en los torneos o de programación por imposición de la TV, por ejemplo. Cada uno de los dirigentes tiene la obligación de denunciar a los barras bravas de su propio club. Obligación, no negación.
Lo llamativo es que el propio Cantero denunció que existen hinchas de Independiente que le dicen “arreglá y no nos vamos al descenso”, como si hubiera una relación directa entre el resultado deportivo y el manejo de los vínculos con los grupos de la delincuencia organizada.
La detención del barra Richard Pavone, alias “El Gordo Richard”, a quien la policía le incautó un arma al momento de detenerlo, al menos es un indicio de que existe la posibilidad de cambiar las relaciones de poder.
Sin embargo, al también líder de la hinchada de San Telmo (club que milita en la B Metropolitana) pareciera no incomodarlo su nueva realidad. No habría de qué sorprenderse: Pavone había concedido el año pasado una entrevista al periodista español Jon Sistiaga (Canal Plus), en la cual admitió que una forma de presionar a dirigentes es aplicar una modalidad conocida en las canchas argentinas:
“Un guacho tira una bomba de estruendo en el medio de la cancha, te suspenden la cancha y el dirigente va a pérdida”. Una declaración de tinte grotesco y que sonó hasta kitsch, pero cuyo fondo pone en evidencia un modus operandi de eficacia probada. Es más, no ha sido desmentida la versión de que el aprehendido recuperará su libertad a mitad de esta semana, aduciendo su defensa la “desprolijidad (sic) del procedimiento”.
En San Lorenzo, por el contrario, se fue generando un fenómeno de índole socio cultural motorizado por la Subcomisión del Hincha que tuvo un envión ascendente a partir de 2008 con el proyecto de ley de Restitución Histórica de los terrenos que fueron captados por la dictadura en tiempos de la gestión de Osvaldo Cacciatore como intendente (se había anunciado una apertura de calles a fines de los ‘70 en la zona y se terminó malvendiendo el predio por una baja cotización, para luego revendérselo a Carrefour pocos meses después por un precio mucho mayor, a principios de los ‘80).
La estrategia de los hinchas sanlorencistas fue la de ampliar la base de adhesión y se pasó del Legislativo porteño al Legislativo Nacional en 2010, hasta que se logró que el proyecto comenzara a tratarse en 2011. Una impresionante movilización hacia la Plaza de Mayo, que convocó a cerca de 100.000 personas el 8 de marzo de este año, fue el impulso definitivo para que se llegara a un consenso el pasado jueves 15 de noviembre (adelantándose a la fecha prevista para el próximo jueves 22) y se aprobara el proyecto en forma unánime por parte de los legisladores de la CABA.
En estos seis meses venideros, Carrefour deberá llegar a un acuerdo con San Lorenzo y en caso de no lograrlo el predio será expropiado, con gastos a cuenta del club. Mientras, los simpatizantes se siguen preinscribiendo para comprar metros cuadrados ($2.650 por m2, en cuotas), con el fin de colaborar con la causa; hasta el momento, ya se ha asegurado la mitad del monto y las inscripciones continúan en alza.
El Gordo Pavone, por un lado; los hinchas genuinos, por el otro. Hoy les toca vivir realidades diferentes a Independiente y San Lorenzo, como en otro momento pueden ser inversas, al igual que en otros clubes del país. Mientras, se expone el duelo de contrastres: el poder del dinero para financiar barrabravismo contra el poder de las ideas para concretar sueños que parecían utopías. Queda claro, en definitiva, de qué lado la pelota no se mancha.