Hermano bandoneón

Fue uno de los bandoneonistas más destacados a nivel nacional. Junto a Tito Francia, conformó un dúo inseparable durante 30 años. A dos décadas de su fallecimiento, el recuerdo del “Polaco” mendocino, un hombre tan cercano a su instrumento como a su tierr

Hermano bandoneón
Hermano bandoneón

En una entrevista publicada en 1979, Andrés “El Polaco” Krisak resumió con un tango de Eladia Blázquez su sentir de mayo sombrío: “Yo quise ser un barrilete / cobrando altura en mi vivir / no sé si me falló la fe, la voluntad / o acaso fue que me faltó piolín…/”.

Para el periodista Carlos Polimeni, autor de aquella nota, el único problema era que Andrés vivía en Mendoza. “Si viviese en Buenos Aires seguramente nos llegaría el son de su bandoneón desde la proximidad lejana de los discos. Si viviese en Buenos Aires seguramente sería famoso y los mendocinos nos enorgulleceríamos de que un músico de su clase hubiese habitado este pedazo de tierra. Pero vive en Mendoza”, escribió.

Han pasado ya, 20 años de la muerte del hombre que conquistó el bandoneón. Dos décadas desde aquel 16 de abril de 1995, cuando “El Polaco” se llevó el humo del cigarrillo acumulado y el sonido que acompañó su historia: el del tango sentido, el del viento y los botones creando milagros desde sus rodillas. Alabado hasta por el mismísimo Piazzolla, Andrés Krisak ha sido definido como un vanguardista del 2x4 con talento de orfebre.

En el piso de su departamento de Ciudad primero y en su casa de Luzuriaga después, abrazó el bandoneón que le regaló su padre cuando era un niño y también el que compró con su dinero cuando emprendió junto al guitarrista Tito Francia una comunión a dúo que duró 30 años.

“Mi papá no leía las partituras, tocaba lo que sentía. Como músico era un talentoso que amaba demasiado Mendoza y por eso se quedó acá. Todos dicen que si hubiera tenido la mentalidad de viajar, como Tito, hubiera trascendido a un nivel muchísimo más importante del que trascendió. Mi viejo compartió su virtud musical con la gente, fue honrado y derecho”, recuerda Andrés, el mayor de los tres hijos que

“El Polaco” tuvo con María Teresa Giménez, la jovencita que lo deslumbró luego de un concierto en el auditorio de Radio Nacional cuando él era bandoneonista de la orquesta porteña Tito Martín.

Nació en 1933 en San Francisco, Córdoba, hijo de Lucía, ama de casa, y Pablo, un inmigrante austríaco músico y empleado ferroviario, motivo por el cual se vio expuesto a traslados que saciaron su primer acercamiento con el bandoneón junto a grandes maestros de provincia, a los 8 o 9 años. Aquel imán sonoro lo acompañó desde entonces. Antes de cumplir los 15 ingresó a la orquesta típica de Tito Martín.

Fue Osvaldo Tarantino, pianista de esa formación, quien lo bautizó con el apodo de “Polaco” por su pinta. Con su familia lejos, instalada en Pergamino, abandonó el secundario y viajó por Argentina en una época en la que las emisoras de radio eran focos de cultura y contaban con un salón-auditorio al que asistía un limitado público a presenciar números artísticos.

“En sucesivas giras recorrimos casi todo el país y cuando llegué a Mendoza conocí a una chica muy bonita y simpática y me enamoré de ella. Nos comprometimos en marzo de 1953 y en octubre de ese mismo año nos casamos”, compartió en numerosas entrevistas. Se conocieron en 1952.

“Él estaba apurado por casarse”, recuerda su viuda, compañera incansable durante más de 45 años, madre de Andresito, Sergio y Patricia. “Andrés tenía un carácter fuerte y siempre iba de frente (llora). Fue el amor de mi vida. Así como nos ves en esa foto, de la mano, así anduvimos siempre”.

Por amor, “El Polaco” renunció al éxito que gozaba en Buenos Aires y se radicó en Mendoza. Aquí integró las orquestas de los Hermanos Giunta, Juancito Olmedo y Rubén Ortega. En 1959 creó el cuarteto Lo Que Vendrá” junto a Cacho Morales (piano), “Negro” Domínguez (guitarra) y Héctor Villarreal (contrabajo).

Desde ese entonces y hasta 1961 fue parte de la orquesta estable de la emisora LV 10 Radio de Cuyo, año en que los músicos fueron despedidos. “Le prometían una cosa y después no le pagaban”, recuerda su mujer. Así fue como durante 25 años, Andrés “El Polaco” Krisak dejó el bandoneón de lado y sobrevivió como vendedor de golosinas, fletero e inspector de la Municipalidad de la Ciudad.

“Yo dejé de tocar veinticinco años, resentido porque no podía vivir de y para la música. Por la música yo condené a mi señora, María Teresa Giménez y mis tres hijos, a pasar necesidades”, expresó ante un diario de Rosario. Con sólo 31 años, Andrés sólo reapareció en escena cuando fue convocado junto a Tito Francia. Se conocieron en el ascensor de LV 10; Tito hizo con su guitarra cuatro acordes que él respondió de inmediato con el bandoneón. Aquella introducción del tango “Bandó”, compuesto por Astor Piazzolla, selló una amistad inquebrantable.

“Lo malo es que la actuación del dúo fue siempre muy espaciada, debido a la falta de fuentes de trabajo para los músicos y además porque en algunos casos pretendían pagarnos muy poco, a pesar de la crítica favorable y los elogios a nuestras actuaciones”, contó “El Polaco”, el rubio de ojos celestes y un metro ochenta y siete del que se enamoró Teresa, el peronista confeso que disfrutaba del mate y la ropa cómoda en el interior de su casa, el que no soportaba estar lejos de su familia y no entendió nunca cómo la ejecución musical podía ser netamente cerebral.

“Los artistas de talento viven su mundo propio distinto al de las urgencias cotidianas del resto de los mortales. Nuestras inquietudes discurren en el universo pequeño, pedestre, del dinero, del poder, de los honores, de la ropa, del automóvil, de la casa lujosa.

El mundo de los artistas, al que perteneció por estirpe Andrés Luis Krisak, marca a los elegidos con otra calidad de alma, sublimada por un arte que no deja lugar para las pequeñas miserias humanas. (…) Fue, es una figura nacional e internacional del tango, que los conocedores valoraban en su justa medida y que siendo provinciano y afincado en Mendoza, no quiso el oropel de los honores que lo esperaban en las grandes capitales, y convivió humildemente con nosotros”, expresó Guillermo Martínez Anzorena días después de que Krisak falleciera en el Hospital Del Carmen enfermo de cáncer de pulmón.

“A veces entro en profundas meditaciones. A través de la música me encuentro con el Paraíso”, dijo en alguna oportunidad. En otra, dejó entrever su desesperanza: “Me gustaría morirme borracho, bien borracho, con el bandoneón en las manos, solo, sentado en el suelo en la oscuridad, escuchando la música salir de mis manos y de la “fragua”, como si viniese de otro planeta, uno en el que los sueños se cumpliesen, en que todo fuese más justo, en el que el talento fuese reconocido.

Entonces, ahí, sentado con mi música y mi fueye, que viniese la muerte… (…) Es muy triste ser músico en una ciudad de fenicios. Es muy triste saber que uno puede y no lo dejan. Yo me siento morir todos los días por dentro. Tomo el bandoneón, lo miro, y siento que él me reprocha todo lo que no hago. Siento unos deseos enormes de llorar, lloro por dentro, grito por dentro, gimo por dentro…”, le confesó a Carlos Polimeni.

Su trabajo como inspector le dio la merecida oportunidad de integrar la orquesta municipal que dirigía Cacho Morales, que pronto lo invitó a sumarse. En 1987, en homenaje al “bandoneón mayor de Buenos Aires”, ganó el Premio Aníbal Troilo otorgado por única vez que lo posicionó como el mejor bandoneonista del país. De 96 ejecutantes del país y Uruguay, con un jurado de la talla de Horacio Salgán, Carlos García, Leopoldo Federico o Roberto De Filippo, Andrés obtuvo un reconocimiento que lo enorgulleció profundamente. Con el dinero obtenido, compró un Renault 12, un televisor, un grabador y guardó un resto que se esfumó cuando se fundió el Banco Mendoza.

“Andrés tiene muchos temas creados por él, inclusive un concierto de bandoneón y orquesta sinfónica que no registró nunca. Tocaba el bandoneón cuando le daba la gana. Entonces se sentaba en el piso con su instrumento. Yo me arrepiento en el alma no haber grabado las maravillas que hacía mientras yo limpiaba los dormitorios.

¡Escuchaba cada cosa! Tenía momentos de mucha inspiración”, recuerda Teresa, la mujer que guarda tres carpetas de archivos, fotografías y documentos que llevan el nombre de su marido.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA