Hermanas Girola: alma máter de un restaurante

Junto al estadio de fútbol, abrieron en 1957 el comedor más tradicional de San Martín. Luego de más de medio siglo decidieron venderlo y jubilarse.

Hermanas Girola: alma máter de un restaurante

Llama la atención la edad y lo vital que se muestran pese a los años. Pero entrarle a la conversación por allí suele ser complicado porque, ya se sabe, muchas mujeres toman al asunto como una indiscreción, una falta de tacto preguntar qué cuántos años. Pero no es éste el caso.

"No tengo problema en decirle mi edad porque he vivido con gusto; anote que tengo 87 y que estamos acá, atendiendo el negocio, desde 1957", dice Anita Girola detrás del mostrador del restaurante del club San Martín; a la hora del almuerzo, cuando decenas de clientes encargan sus viandas por teléfono y pasan a buscarlas cada mediodía.

Anita y sus hermanas fundaron ese lugar hace más de medio siglo; un restaurante que nació como cantina en la esquina del estadio chacarero y que han dirigido durante toda una vida hasta hoy, cuando finalmente decidieron parar y venderlo. Después de tantos años, las Girola están en esos trámites, los de entregar la llave del negocio a un nuevo dueño, toda una novedad en la ciudad.

“Y sí, ya estamos un poco grandes y algo cansadas. Hacer comida para la gente precisa dedicación y responsabilidad”, cuenta Anita, lo piensa un poco y agrega: “Y si quiere, anote también que mi cumpleaños es en marzo y que por primera vez voy a festejarlo como una jubilada, sin nada que hacer”, sonríe.

Dice que después de tantos años, jubilarse del restaurante será raro: "No sé si vamos a acostumbrarnos a estar en la casa", insiste y claro, se entiende, son mujeres que han sabido dedicarle más de 15 horas diarias al trabajo; Anita es la mayor de las Girola, Lidia es dos años más chica que su hermana e Ilda, la menor, ya tiene 82; las tres viven en una misma casa de calle Balcarce y se han repartido la tarea de administrar el restaurante más tradicional de la ciudad, donde hay mesa para 160 cubiertos y en el que han almorzado presidentes y gobernadores, actores, también músicos y, por supuesto, jugadores e hinchadas de fútbol completas, aunque ellas no guarden un solo recuerdo, ni siquiera una foto de esos momentos.

“Y sí, se podría llenar una pared con las fotos de la gente famosa que pasó alguna vez por el restaurante ¿Se imagina? Eso sólo sería un atractivo más para este lugar”, dice Julio, un cliente habitual que pasa a retirar su pedido de niños envueltos para el almuerzo.

Ilda escucha y asiente: “Es que siempre estábamos trabajando y en esos momentos, cuando hay tanto por hacer, una no piensa en sacarse una foto; pero es cierto, por acá pasaron muchos famosos; una vez vino el presidente Illia a comer”.

-¿No me diga?

-Sí, mucha gente... Palito Ortega, Mariano Mores y Carlitos Balá; la Estela Raval estuvo comiendo con sus músicos, el fotógrafo ese que mataron, pobrecito... (José Luis) Cabezas; también el gallego éste, ¿cómo era? David Bisbal, y Alfonsín cuando andaba de campaña; un día estuvo Rafaela Carrá, también Charly García y hasta la Negra Mercedes Sosa, que llegó un mediodía solita, como si fuese una vecina y pidió una mesa -enumeran las hermanas.

-¿Y jugadores de fútbol?

-Un montón, desde el 'Cabezón' Ruggeri al 'Príncipe' Francescoli. 

Las tres siguen tirando nombres, momentos y se pisan los comentarios entre ellas: “Acá estuvo Maradona cuando jugaba en Argentinos. Mire, para resumir yo diría que los famosos que pasaron por San Martín, han almorzado en este restaurante. Lástima no tener fotos”, insisten y sí, es cierto, lástima las fotos.

No hay dudas, las Girola tienen una larga trayectoria gastronómica que certifica medio San Martín y como suele ocurrir cuando uno quiere llegar alto, lo mejor es arrancar por abajo, sin saltearse los primeros escalones; y por ahí comenzaron las hermanas, en el año ‘57 y con una pequeña cantina al costado de la cancha.

“Vendíamos sánguches, gaseosas y café; preparábamos tachos enormes de café para la hinchada y se vendía todo”, recuerdan: “En realidad, a la cantina la abrió mi hermano, el Oscar y nos invitó a participar; así fue como arrancamos, después él se retiró pero nosotras seguimos”, cuenta Lidia.

Luego de esos primeros años, con el dinero de un departamento construyeron un pequeño comedor; más tarde abrieron una empresa de banquetes que duró 25 años y una tercera casa de comidas; en algún momento, se fueron del club pero a los pocos años volvieron a esa esquina de Lavalle, casi ruta 50 y construyeron el restaurante que es hoy y del que finalmente se están desprendiendo.

Y pese a lo que muchos clientes suponen, las Girola no cocinan y casi nunca lo han hecho: fin de un mito, no son ellas las que preparan o dirigen esa variedad de hasta 22 platos, muchos de ellos tradicionales como el guiso de mondongo o la polenta: “Nosotras hemos llevado el negocio y tal vez el mérito de contratar buenos cocineros. En un negocio hay que aprender a tratar con los clientes y con los empleados, aunque no le estoy diciendo ninguna novedad. Tal vez, el secreto de todo esté en no descuidar los detalles, por muchos años que lleve en un negocio nunca descuide los detalles”, me dice una de ellas.

En una columna del salón hay una placa con la firma de un ex intendente, no importa cuál porque todos han pasado por el restaurante; es una placa homenaje a la trayectoria; un poco más allá, un pergamino que les entregó el club y cerca, una foto aérea del estadio.

-¿A qué detalles se refiere?

-A las pequeñas cosas de un negocio, a ser agradecido con la gente, por ejemplo.

Las socias vitalicias del Chacarero

Las hermanas Girola son grandes seguidoras del club San Martín; las tres son socias vitalicia, han ido a la tribuna durante décadas y pueden recitar de memoria formaciones enteras del equipo y momentos históricos, como el del Nacional del ‘69, cuando San Martín le ganó a Boca 1 a 0 en la propia Bombonera.

“Fuimos a esperar al club al aeropuerto con un ramo de flores”, recuerda Anita, que hasta el año pasado solía ir a ver al Chacarero.

En el restaurante son habituales las comidas del equipo y de parte de la hinchada, incluso de la gente visitante: “Un día llaman por teléfono de Córdoba, eran los de Talleres que venían para un partido con San Martín y querían almorzar”, cuenta Ilda: “Eran 120 muchachos, tuvimos que armar mesas en el jardín del club”.

A ellas no les gusta contarlo, pero muchos saben que en alguna mala época del club, las Girola han pagado el sueldo de algunos jugadores o les han dado comida y casa gratis. “Hemos hecho mucho por el club, pero con gusto porque lo queremos mucho”, repiten más de una vez durante la charla.

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