Cuenta la leyenda que, cuando los árboles debían elegir rey, designaron al olivo. Pero éste no aceptó tan digno cargo, aduciendo: "Dios me ha asignado una misión muy especial para bien de la humanidad, para que pueda malgastar mi tiempo en ocupaciones del gobierno… ".
Pero la realidad nos habla de su antigüedad, ya que la arqueología ha encontrado hojas de olivos fósiles, pertenecientes a la prehistoria en Italia, norte de África y España, lo que indicaría la existencia del olivo en el siglo XII, antes de Cristo.
El olivo se encuentra en el Mediterráneo desde la península Ibérica y Marruecos en África, hasta la China y Australia en el extremo Este.
Según Herodoto, los persas y babilonios no conocían al olivo; los fenicios lo utilizaban para comerciar y los romanos serían los que habrían realizado la tarea de difundirlo en la cuenca mediterránea.
Fueron las grasas animales las que primero proveyeron el material para mantener la luz en las lámparas y luego se obtuvieron las grasas vegetales.
El primer aceite provino del lino, luego del sésamo, cártamo. Pero al aceite de oliva no solamente fue empleado en las lámparas, sino que lo transformaron en ungüentos medicinales, para mantener los músculos flexibles, y la suavidad de la piel. Fue comercializado por los fenicios, quienes habrían extendido su cultivo a Grecia y España.
En Atenas, su cultivo cobró extraordinaria importancia, ya que su aceite es muy apreciado, y aún hoy se puede observar en el interior de hoteles y otros sitios, olivos en macetas, podados con formas de pequeños arbustos.
Se sabe que el olivo y su aceite tuvieron desde siempre un valor sagrado acompañando siempre los ritos religiosos.
Grandes productores del mundo, fueron España, Italia y Grecia y, en menor cantidad, Portugal y Francia, todos pertenecientes a la cuenca del Mediterráneo.
La llegada del olivo a la Argentina tuvo dos caminos directos: uno por Chile a la altura de Mendoza y otro desde Perú. Conquistadores, colonizadores y sacerdotes se encargaban de transportarlos.
En 1600, se hablaba que las cosechas en Cuyo eran muy abundantes y los frutos de mayor tamaño y de mejor sabor, a causa del calor, que las hacía madurar mejor y más rápidamente. Nuestras tierras eran consideradas ideales para el cultivo de vides, almendros y olivos.
Se piensa que Cuyo tuvo olivares antes que La Rioja, ya que los primeros ejemplares, de donde surge el olivo cuatricentenario, fueron plantados en el siglo XVII en Arauco, porque allí habían aguas surgentes que aún hoy sirven para el regadío.
Pero esta nueva zona productora, debido a las excelentes condiciones del clima, despertó recelos en España que temió por su mercado aceitero y, para evitar competencias, el rey Carlos III ordenó la tala de todos los olivos en 1780. Una criolla de apellido Quiroga no cumplió con lo ordenado e impidió talar su olivo. A ese árbol se lo llamó "Padre de la olivicultura argentina", actualmente cuatricentenario.
Con la ley de Fomento de la Agricultura que se dictó en Argentina en 1932, quedaron sentadas las bases importantes de la olivicultura nacional.
Los productos del olivo han entrado en el mundo, en la categoría de "health convenience foods" o sea alimentos ligados a la salud.
En efecto, aceituna y aceite de oliva, por la composición química que poseen, son alimentos relevantes dentro de la alimentación humana.
Pero hace algunos años, la Ciencia, con sus innovaciones, y siempre en la búsqueda de la verdad nutricional, dejó de lado al aceite de oliva, eligiendo otros que, en ese momento, se aconsejaba utilizar, por su composición química. Y así, lamentablemente, se talaron muchos olivos.
Pasó el tiempo y hoy podemos ver a los que quedaron, humildes pero erguidos, y a los más jóvenes que se plantaron, esperando nuestras decisiones.
Y sucedió lo que en la parábola del Hijo Pródigo, buscando la luz de la esperanza en la salud, especialmente en los problemas circulatorios, hemos vuelto, cabizbajos, al olivo.