Los calores extremos que soporta el continente europeo en este verano, los incendios en California, en Siberia y en la Amazonia están colocando en la agenda de los problemas globales la cuestión ambiental.
El primer problema es la negación en la que incurren líderes de estados poderosos como el presidente de los EE.UU., el de China, el de Rusia y ahora el presidente del Brasil que son, con la India, los mayores contaminantes.
Esa negación del peligro ambiental desoyendo todas las evidencias y los estudios de los científicos más prestigiosos, postergan las medidas para mitigar el problema y lograr que al menos no se agrave. Por supuesto que las medidas para lograr ese objetivo tienen su costo porque implican cerrar en esos países las explotaciones carboníferas, como lo han hecho hace años, los estados de Europa occidental. Efectivamente el carbón, que, avanzando el siglo XVII, impidió que se siguieran devastando los bosques, es uno de los responsables del efecto invernadero.
Hoy coinciden la utilización del carbón como recurso energético, la necesidad de ampliar las fronteras agropecuarias por el incremento de la población y su mejor nivel de vida, que lleva a mayor consumo y se traduce en desforestación, reduciendo esa verdadera fábrica de oxígeno que son los bosques y selvas y ampliando la contaminación que producen los motores de combustión interna. A esto se agrega el engorde de ganado a corral sin procesamiento de las deposiciones de los animales.
Hay mucho reclamo y diagnósticos pero escasos avances y soluciones concretas.
Los avances logrados en los acuerdos de Kioto en la presidencia Obama, han sido dejados de lado por Trump, quien niega el problema aunque en su propio territorio se lo sufre con incendios reiterados en California y derretimiento de la capa de hielo en Alaska.
Uno de los argumentos para no avanzar en solucionar este tema es el de las fuentes de trabajo por el cambio de paradigma energético, a pesar, que está demostrado que la cantidad de empleos generados por las energías alternativas son capaces de suplantar a los que se pierden.
Uno de los problemas a encarar es la necesidad de los países con territorios sin explotar, de avanzar sobre los mismos para incrementar la producción de alimentos, de manera de dar más trabajo y obtener divisas por la colocación de la producción en los mercados internacionales. A ello se agrega la ventaja para los gobernantes de agitar el discurso nacionalista, siempre útil para generar votos.
Decía John Kennedy que “el vínculo más básico que tenemos en común es que todos vivimos en este pequeño planeta, todos respiramos el mismo aire, todos valoramos el futuro de nuestros hijos”.
Son palabras trascendente del líder que inspiró a una generación en comprometerse en las soluciones y no quedarse en los diagnósticos o en los reclamos y la protesta.
Debemos entender que estamos ante un problema global y que las soluciones son globales, que exceden a los estados nacionales pero no se pueden poner en marcha sin acordar con esos estados.
Sin duda que la Amazonia, como los bosques siberianos, deben ser conservados buscando modelos de explotación sustentables y, por cierto, también la comunidad internacional debe asumir su responsabilidad con la capacidad de conciliar intereses, de negociar y no creyendo en la imposición que molesta y provoca suspicacias en los gobiernos.
Es la Amazonia todo un santuario de la biodiversidad, en la que también viven en sus más de cinco millones de kilómetros cuadrados unos veinte millones de habitantes.
Sobre todo es una gran usina de oxígeno que absorbe el dióxido de carbono que las actividades humanas generan y lanzan a la atmósfera.
La Argentina también tiene que hacer sus deberes. En reservas como la de Copo en Santiago del Estero el gobierno de esa provincia está cediendo tierras para su explotación a allegados al poder. Lo mismo sucede en Formosa y Chaco. En numerosos municipios siguen los basurales a cielo abierto y la quema de basura y los derrames en ríos y arroyos.
El ambicioso proyecto del Cinturón Ecológico lanzado por el doctor Guillermo Laura hace 40 años para rodear al área metropolitana de Buenos Aires con 30 mil hectáreas verdes plantadas con 12 millones de árboles, languidece desde hace tiempo por la falta de miras de largo alcance de sucesivos elencos gubernativos.
Decíamos en otro párrafo, que, la comunidad internacional debe negociar con los gobiernos que contaminan como con los, que, tienen estas fábricas de oxígeno como lo es la Amazonia, para conservarla. Y sin duda la solución pasa por dar compensaciones económicas. Es por eso que sin menoscabo de la soberanía del Brasil, debe convenirse con su gobierno políticas de conservación de ese recurso y darle adecuadas compensaciones económicas.
Se trata de hacer que “este pequeño planeta” siga siendo habitable.