Todos los años, cuando llegan los tiempos cercanos a las mayores cosechas de la producción primaria mendocina, aparecen las quejas por los bajos precios ofrecidos a los productores. La situación es compleja por tratarse de productos perecederos y muchos optan por recibir la mercadería sin fijar precios y luego la pagan a un precio arbitrario y a muchos meses de plazo, lo que complica mucho a los vendedores.
Esta situación se genera en todo el sector frutícola, incluida la vitivinicultura, y en algunas producciones del sector hortícola y olivícola y parte de un problema serio de falta de integración. Lamentablemente, se han perdido muchas producciones por falta de rentabilidad que, en algunos casos fueron reemplazadas por otras o cayeron bajo la tentación de la urbanización.
Hay que reconocer que todos los actores de la cadena tienen una razón de ser y sus propias realidades, en las cuales hay tres factores con una gran influencia: las cargas impositivas, los costos del transporte y el de la energía.
A veces se suelen comparar los precios recibidos por el productor y los que paga el consumidor y se acusa a una intermediación “parásita” de subir costos en forma especulativa, pero la realidad es que el peso de esos tres factores, más algunos adicionales, explican las diferencias.
Argentina está enferma de inflación por culpa de un Estado sobredimensionado que es como un ave rapaz, que consume todos los esfuerzos del sector privado y presta servicios de mala calidad. Cada tanto, decide no apretar tanto a sectores productivos pero para eso emite moneda porque gasta más de lo que puede recaudar o se endeuda en el exterior. Ambas herramientas han conducido a crisis recurrentes en los últimos 60 años.
La inflación destruyó el capital en la Argentina, no solo privado sino también público. Hay récord de gastos pero no se pueden arreglar o construir nuevas escuelas. Hay deficiencias en las redes de caminos y rutas y el sistema de salud sobrevive en establecimiento antiguos, con mala infraestructura y otras carencias.
No obstante, los impuestos han seguido subiendo y lo han hecho de un modo perverso ya que atacan directamente el valor agregado, es decir, el corazón del sistema productivo. Quizás esa sea una de las explicaciones acerca de porqué la única producción que lo soporta es la de granos, y es que el nivel de valor agregado es menor y sus escalas suficientes para aguantar, aunque en el último tiempo esto también está en duda.
La producción primaria de Mendoza es intensiva en mano de obra en todas sus etapas y esto agrava el problema de costos, que termina afectando la competitividad. Un solo ejemplo vale para explicarlo: Sobre la nómina de salarios las empresas deben pagar una serie de cargas. Todas juntas se agregan a los costos y a este costo luego se le agrega IVA, impuesto al cheque, ingresos brutos y otros cargas que termina agravando la situación. Gravar el valor agregado afecta directamente la producción porque las empresas se deben atener al límite de los precios que los consumidores están dispuestos a pagar.
Más allá de esta situación, en la que el sector político provincial debería mediar ante la Nación para que se comience a modificar, sería importante buscar mecanismos de integración -horizontales y verticales- para que los productores primarios puedan tener un mejor precio final.
Mendoza tiene que cuidar su producción primaria, pero también enfrentar una situación estructural y es la cantidad de minifundios que han quedado, donde la mayoría no alcanzan niveles aceptables de productividad y ya ni siquiera garantizan la subsistencia de las familias productoras
Cuidar al sector productivo es fundamental como parte de la tarea de asegurar la sustentabilidad del ambiente. No hay que olvidar que nuestra zona productiva fue ganada al desierto pero si se abandona, el desierto la va recuperar nuevamente para sí.