La oportunidad está latente y hay que aprovecharla. Si se llegan a cumplir los pronósticos dados a conocer por el Gobierno nacional y llegaran al país miles de millones de dólares en inversiones, Mendoza debe estar preparada para intentar ser parte de la torta. Pero para ello hace falta un trabajo conjunto de los sectores privados y el Estado.
Nuestros antepasados, hacedores de aquella Mendoza pujante y emprendedora, conjugaron la acción privada y estatal que permitió el crecimiento de los distintos oasis productivos.
Además de la actividad vitivinícola en todo el territorio provincial, en el oasis norte crecieron empresas empacadoras y encargadas de la industrialización de la fruta; en el Valle de Uco hubo un crecimiento sostenido con base en la manzana y la elaboración de sidra, y en el Sur una fuerte industrialización de hortalizas y frutas. En este caso, ex empleados ferroviarios recordaban que en las épocas de cosecha partía un tren diario de cargas con destino al puerto de Buenos Aires.
Fue la época de la Mendoza “rica” para la consideración nacional que no tuvo en cuenta que no fue fruto de dones naturales, como en la Pampa Húmeda, sino del esfuerzo del hombre que transformó el desierto haciéndolo productivo aprovechando al máximo el agua. Esta calificación resultó perjudicial; en 1979, en una decisión incomprensible, el Gobierno nacional decidió establecer un régimen de promoción industrial que contemplaba la excepción del pago del impuesto a las ganancias y al IVA para La Rioja; tres años después se extendió a San Juan, Catamarca y San Luis.
Mendoza quedó “rodeada” y las inversiones se volcaron hacia aquellas provincias, mientras algunos emprendimientos locales cambiaron de lugar de residencia. Afortunadamente ese régimen feneció en 2013.
El cierre de los ramales ferroviarios en el interior del país constituyó otro mazazo, provocando el abandono y la transformación en pueblos fantasmas a numerosos distritos y el consiguiente abandono de muchas industrias. Y, sobre el final de la anterior gestión nacional, la implementación de políticas erróneas en el plano económico generaron un freno al crecimiento de las economías regionales, que llegó inclusive a afectar a la actividad vitivinícola.
La actualidad presenta a la producción mendocina en un campo de expectativa. Es preocupante que hayan descendido las hectáreas plantadas con hortalizas en el actual período agrícola, mientras inquietan las advertencias de productores de viñas y de frutales respecto de los costos para el mantenimiento y mejoramiento de las fincas.
Frente a ese panorama es necesario mirar al futuro y prepararse para el caso de que la situación económica mejore y lleguen las inversiones. Mendoza cuenta con capacidad para transformar la provincia.
Podría tomarse como ejemplo el Plan Estratégico Vitivinícola, impulsado de manera conjunta entre la actividad privada y el Estado a través de sus organismos, como el INTA, el IDR y el INV, que permitió un crecimiento exponencial a la industria, que logró sus objetivos antes de que se cumpliese la mitad del plazo estimado para su concreción y que ha sido tomado como base para otras actividades, como la lechera y la carne.
Transformar la provincia es el gran desafío a afrontar por la clase política, más allá de sus banderas partidarias y la dirigencia empresarial y laboral en general para volver a hacer aquella Mendoza grande que primero soñaron y luego concretaron nuestros visionarios antepasados.