Aprender a combinar las cantidades justas para que el pan tenga la consistencia ideal o conocer los secretos para fabricar sabrosas tortitas, facturas y galletitas significa para Fernando Vargas (19) una valiosa oportunidad para, más adelante, encontrar un trabajo estable o bien, organizar su propio proyecto.
Ni bien se enteró a través de sus amigos sobre la posibilidad de realizar un curso gratuito para descubrir los secretos del tradicional oficio de panadero, el joven no dudó en inscribirse.
“He visto amasar a mi abuela y la verdad es que no descarto ninguna posibilidad. En la vida hay que aprender a hacer de todo”, reflexiona Fernando.
Sobre el extenso mesón de la Escuela de Panadería que funciona en la Asociación Industrial de Panaderos y Afines (ubicada en calle Espejo, de Ciudad) una gran porción de masa descansa para ser transformada en varios bollitos de pan criollo.
Mientras tanto, el grupo de varones y mujeres escucha con atención las instrucciones de Rodolfo Bonanno, el “profe” que tiene a cargo la capacitación que durará cuatro meses.
En el salón donde funciona la escuela, ningún condimento parece faltar. Una gran bolsa de harina, varios paquetes de margarina tamaño industrial, levadura y otros condimentos son la base del producto final.
Tampoco falta la maquinaria, ya que gracias a la colaboración de diferentes firmas proveedoras de insumos y equipamiento, la Asociación de Panaderos incorporó una amasadora, una sobadora y un horno que permite dar el “toque” final a las delicias que son fabricadas en cada clase.
En las paredes, diferentes carteles concientizan sobre la importancia de cuidar detalles de seguridad e higiene para que cada producto sea elaborado con calidad.
Justamente, el jueves por la tarde se concretó una charla más del curso que comenzó hace dos semanas y al que asisten 40 adolescentes y adultos divididos en dos grupos.
En total, los estudiantes interesados en el taller deben asistir a dos clases semanales de cuatro horas cada una. Así, los futuros maestros panaderos reciben contenidos teóricos y prácticos para elaborar panificados, entre los que también se cuentan pre pizzas y panes saborizados.
Con sus respectivas cofias y delantales blancos, cada “aprendiz” sigue al pie de la letra las indicaciones de Rodolfo. “Esto es lo que se llama nervio. Este lado siempre debe coincidir con este extremo de la máquina.
Hay que tener especial cuidado mientras está en funcionamiento”, explica con detalles técnicos el instructor doblando un trozo de masa que luego es pasado una y otra vez por la sobadora.
Es que entre sus explicaciones no sólo debe incluir ingredientes, cantidades y modos de elaborar los panificados, sino que también tiene el deber de desarrollar en sus alumnos la capacidad de cuidar aspectos inherentes a la higiene y seguridad alimentarias, de modo de evitar accidentes y contaminación de los productos.
“También es importante que aprendan cómo tienen que manipular los panificados una vez que salen a la venta”, explica Bonanno.
Oportunidad laboral
Para realizar esta primera experiencia, la asociación que nuclea a unas 200 panaderías de Mendoza pensó en un plan que permita aportar un condimento positivo a la sociedad.
Por eso, desde la entidad se pusieron en contacto con el Ministerio de Desarrollo Social y Derechos Humanos para lograr así captar a jóvenes que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
“Existe la necesidad de contar con mano de obra idónea en lo referido a panificados. Al mismo tiempo pensamos en que ésta sería una buena salida para los jóvenes que no tienen un trabajo y que lo necesitan”, comenta Carlos Campos, gerente de la asociación.
Federico Seltzer, director de Economía Social del Ministerio, sostuvo que el objetivo de haber acordado sumar esfuerzos entre el sector privado y el Estado consiste en generar una bolsa de empleo para ubicar a los chicos que hoy se encuentran bajo diferentes programas del Ministerio.
Para Adrián Pérez (21), el hecho de empezar a hacer pan, pizzas y facturas, le resulta más que interesante: “Estoy aprendiendo, porque si puedo, una vez que termine el curso me gustaría tener mi propia panadería”, se proyecta el joven.
Lo mismo piensa su amigo Daniel Vargas (23): “La situación está muy complicada, así que todo lo que implique aprender, será bienvenido”, expresa éste mientras arma una pieza de pan que luego será llevada al horno.
Pero entre los alumnos que por primera vez dan forma a la masa entre sus dedos también están aquellos que, conociendo previamente los trucos culinarios, buscan perfeccionarse.
Marisa Navallés (41), por ejemplo, asegura que a ella siempre le gustó la cocina y de hecho, para subsistir se dedica a la repostería: hace tortas a pedido para cumpleaños, casamientos, bautismos y todo evento donde los sabores dulces deben estar presentes.
“Me gusta mucho porque voy aprendiendo trucos y tips para mejorar lo que ya sé y empezar a trabajar en productos nuevos”, explica la mujer y confiesa que, además, el taller le resulta muy divertido.