La mujer no sabe llegar hasta un sitio; pide ayuda y quien le brinda información le dice que siga “hasta donde topa”. ¿De dónde proviene este verbo ‘topar’, que nos adjudican como término mendocino? Su origen es onomatopéyico pues se origina en ‘top’, ruido que se produce en el choque de una cosa con otra. El Diccionario integral del español de la Argentina nos da una sola acepción para el verbo: “Referido a una calle, encontrarse con otra”. Nos dice que se construye con la preposición ‘con’: La calle principal topa con una ancha, sin asfaltar. En cambio, el diccionario académico hace la distinción cuando el verbo se refiere a una cosa y cuando alude a un animal con cuernos. En el primer caso, significa “chocar con otra”; en el segundo, equivale a ‘topetar’, esto es, “dar con la cabeza en algo con golpe e impulso”. También, puede adoptar forma pronominal, como ‘toparse’; en este sentido, puede significar “hallar algo o a alguien casualmente”, “encontrar lo que se andaba buscando” o “tropezar en algo por algún obstáculo, dificultad o falta que se advierte”. Lo podemos ver, respectivamente, en ejemplos tales como En la peatonal, me topé con Miguel, a quien no veía desde hace mucho. Buscando ese dato, se topó con valiosa información. Al abordar el tema, se topó con muchas dificultades.
Resulta interesante que esté consignada la expresión ‘tope donde topare’, como coloquial, con el significado explicado con otra frase hecha: “Dé donde diere”. Al buscar su valor, nos informamos que significa “que se obra o habla a bulto, sin reflexión ni reparo”: Sigamos hasta el fin y que tope donde topare.
Al formar la familia léxica de ‘topar’, encontramos tres sustantivos: ‘topadora’, ‘topetazo’ y ‘tope’. El primero, en nuestro país, en Bolivia y en Uruguay, sirve para designar la “pala mecánica, acoplada frontalmente a un tractor de oruga, que se usa para tareas de desmonte y de nivelación de terrenos”. En cuanto a ‘topetazo’, se define como un golpe fuerte que se recibe al chocar contra algo o contra alguien: Quedó muy lastimado después del fuerte topetazo. El vocablo que tiene mayor cantidad de acepciones es ‘tope’: en primer lugar, “pieza que se coloca para evitar que una cosa choque con otra”, como en Colóquele un tope a la puerta para que no se golpee. Análogo a este es el segundo valor: “Pieza que se coloca a algunas cosas como medida de seguridad para trabarlas e impedir que sobrepasen determinado punto y se activen”: tope del gatillo, tope del taladro. Una tercera acepción se relaciona con el punto más alto o con el primer lugar de una cosa: Ya ha alcanzado el tope de su carrera. Han colocado la bandera argentina en el tope de ese cerro. Por eso, otra acepción tiene que ver con el límite que se le coloca a algo: Hay un tope de ciento veinte palabras para el resumen. Es interesante ver que ‘tope’ puede funcionar como aposición, junto a otro sustantivo, y que, en ese caso, no sufre variación en plural: precio tope y precios tope; horario tope y horarios tope.
Existen locuciones formadas con ‘tope’, como ‘a tope’ y ‘al tope’. Cuando estas locuciones significan “al punto máximo que puede alcanzar algo”, se pueden usar de modo indistinto: El local está todo el día a tope y Le aumentaron su sueldo al tope. Si añadimos la preposición ‘de’, habremos querido indicar que algo o alguien está en el primer lugar: Ese producto está al tope de las ventas.
¿Y de ‘tope a tope’? Equivale a ‘de cabo a cabo/rabo’, con el significado de “del principio al fin”: Me devoré la novela de tope a tope.
Cuando se quiere señalar que algo llega al máximo, hasta un límite permitido, se usa la locución ‘hasta el tope/los topes’: Llenó la jarra hasta el tope.
El Diccionario de americanismos, de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), nos da el verbo ‘topear’, con distintos valores según la comunidad en la que se use; así, en México, equivale a “incitar a un gallo a dar golpes con la cabeza”; en Honduras y Nicaragua, significa “vender o comprar objetos robados” y, en Chile, “empujar un jinete con su cabalgadura a otro para desalojarlo de su puesto”.
También, bajo la entrada ‘topar’, encontramos locuciones, algunas de América, otras, netamente españolas : ‘topar con cerca’ significa “enfrentar alguien una dificultad que le impide avanzar con lo que estaba realizando”; ‘topar fondo’ equivale a “tocar fondo”, esto es, “llegar al límite de una situación desfavorable”; ‘topar la mona’ tiene el valor de “enfrentarse a alguien o algo con valentía”; ‘toparse la piedra con el coyol’ usado para significar “enfrentarse o discutir dos personas tercas y que no admiten otra argumentación que no sea la suya propia”; ‘tú que me quieres mandar y yo que no quiero ser mandado, ahí topa el arado’ se utiliza para expresar las consecuencias de querer ser independiente ; ‘rueda el majadero por casa sin topar en nada’ indica cómo, a veces, una persona irreflexiva procede sin encontrar obstáculos en su camino.
Existe, por otro lado, un adjetivo, ‘pando, panda’, que también parece identificarnos ante el mundo, como una especie de marca mendocina, sobre todo usado en diminutivo, ‘pandito’. El término existía ya en latín, ‘pandus’, adjetivo que significaba “encorvado, pandeado”; el diccionario académico, en la tercera acepción, nos da el valor significativo que posee para los mendocinos: “Dicho principalmente de las aguas y de las concavidades que las contienen, poco profundas, de poco fondo”. Coinciden en esa atribución de escasa profundidad otras fuentes: el Diccionario de americanismos define ‘pando’ como “de poca profundidad”, ya se refiera a un recipiente, ya a una laguna, pozo o parte de un río. Y lo novedoso es que el Diccionario de regionalismos de San Juan consigna el adjetivo ‘bandito’, como variante de ‘pandito’ y dice que se aplica a costas y a accidentes geográficos, con relación a lugares con agua poco profundas. Como dato curioso, en Jáchal, se aplica este adjetivo, por extensión, a las personas de baja estatura.