Lionel Messi tuvo que enfrentarse anoche con más de un frente a la vez: 1) liderar a la Selección en todo tiempo y lugar, como si se tratase de una cabeza piramidal de infalilibilidad probada; 2) absorber la presión exterior, con un entorno demandante dentro del estadio pero también fuera de éste; 3) elegir el momento preciso y la respuesta indicada para armarse el espacio libre frente a una sucesión de marcajes alternados; 4) marcar las coordenadas en las transiciones defensa-ataque que lo tenían como referencia obligada; 5) abstraerse del clima de ansiedad que podía expresarse desde la tribuna en forma de murmullo o expresión de fastidio.
Mucho, demasiado para un futbolista que sigue tomando riesgos desde principio a fin. No importa el desgaste de energía, la sucesión de faltas que recibe o los metros recorridos en quiebre y semicírculo para meter la pausa y abrir un espacio. Se muestra, se ofrece como receptor o descarga y va generando opciones de pase cuando lleva el balón dominado y en carrera, con la marca atrás o esperándolo en zonal u hombre en zona.
Messi es un líder natural. Ejerce su liderazgo nato desde el perfil bajo como marca de identidad. Sus cualidades desde el punto de vista técnico no necesitan descubrirse ni describirse. Son, están, permanecen y resultan evidentes. Su contribución al colectivo es completa y no necesita de gestos descomedidos o frases en tono exultante para expresarse. Pero solo no puede. Es humano y como tal falible, entonces: ¿quién tomará esa función de conductor cuando Leo ingresa en un bache o tarde más de lo debido para volver a conectarse?
Le pasó con José Pekerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauza y ahora con Jorge Sampaoli como entrenadores. La ausencia de líderes por línea, como sí disponían César Menotti y Carlos Bilardo en sus respectivos seleccionados campeones del mundo, obliga a que Leo se hace cargo de todo. Y en realidad ésto produce un efecto boomerang contrario: la acumulación en la multiplicad de tareas lo deja camino de la alienación.
Dejémoslo tranquilo a Lionel. Sin él, la llama que aún alimenta la esperanza de llegar a Rusia seguramente ya se hubiera apagado. Y hasta cuando falla continúa por arriba de quienes están sobrevalorados y ni siquiera se acercan a ese nivel de excepcionalidad único.