Por Fabián Galdi, editor de MÁS Deportes digital.
Ya pasó un mes tras la final perdida por La Selección frente Chile, en la Copa América Centenario. Más allá del resultado desfavorable tras la definición desde el punto penal, las consecuencias fueron devastadoras para la autoestima argentina. Las críticas, despiadadas y taxativas, hicieron eje en dos de los futbolistas más emblemáticos del equipo: Lionel Messi y Gonzalo Higuain. Es cierto que los reproches también se direccionaron hacia quienes el imaginario popular puso en la mira como responsables, por caso Gerardo Martino, Javier Mascherano, Sergio Kun Agüero y Ángel Di María, pero las mayores expresiones de desencanto estuvieron dirigidas hacia Leo y Pipita. De nada valieron los antecedentes ni la influencia que sendos jugadores tuvieron en que el seleccionado hubiera tenido un camino despejado hacia la definición en Nueva Jersey. Todo lo contrario: se los ubicó en el incómodo lugar que en aquellos western cinematográficos solían dedicarse a los enemigos del pueblo.
La reacción de la máxima estrella y la del goleador se emparentaron oportunamente en la toma de decisión: renunciar a la Selección.
Más que reflexiva, la actitud pareció visceral y extemporánea, producto de un hecho intempestivo. Y de inmediato, el eco en el hincha se disparó en sendas posiciones encontradas. Por un lado, quienes aceptaron que los dos mega astros se sacaran la angustia de encima y se desahogaran. Por el otro, quienes consideraron una afrenta a la historia albiceleste y pidieron una pena máxima en la consideración del sentimiento popular.
La polémica dividió a los argentinos mientras en Barcelona se vivió con una disimulada - ¿disimulada? - satisfacción, ya que le iba a permitir al Barça contar con su nave insignia en el mundo de manera plena. En Nápoli, en cambio, aún no se tenía claro cuál iba a ser el destino del artillero y aún se suponía que su futuro inmediato iba a continuar en el sur italiano.
En pleno festejo, en la pasada Copa en suelo estadounidense. (Archivo).
En la última semana, con apenas tres o cuatro días de diferencia, los dos patearon el tablero con decisiones -si se quiere- absolutamente imprevistas. Y vaya si provocaron sorpresa. Como si se hubieran puesto de acuerdo para devolver tantas cargas negativas con el efecto de una trompada.
Messi apareció posando con su pelo teñido de rubio platinado y tuvo todo el derecho del mundo a mostrarse como le plazca. Sin embargo, pareció dejar atrás su imagen de chico nerd y políticamente correcto, como tanto le gustaba remarcar a quienes lo mostraban como un niño modelo y de esos que en las mesas familiares se mencionan como ejemplo a seguir. Después de semanas tensas, previa a la Copa America 2016, con presentaciones a la Hacienda española, la barba crecida hacía juego con los tatuajes en todo el cuerpo. Hasta que llegó el impacto que produjo un revulsivo mediático. ¿Una señal, quizá, de quitarse la identidad de ensimismado para mostrarle al mundo qué realmente piensa?
Leo, con su look alejado del formal que solía mostrar: tatuajes, barba y cabellera teñida. (Archivo)
Higuain, en cambio, pasó del amor al odio de los fanáticos napolitanos en menos de veinticuatro horas. Su pase a la Juventus fue considerada una traición. Justo el ícono del Sur cediendo a su gran referente al más poderoso del Norte. Una enemistad que se potenció cuando en 1985 aparecía la modesta entidad sureña a incomodarle el camino al que era el mejor equipo del planeta en ese entonces. Inclusive, la rivalidad Maradona vs Michel Platini se extendió hasta México'86 cuando se terminó de definir quién de los dos iba a ser el heredero del trono vacante dejado por Pelé. Tres décadas después, el orgullo de los tifosi quedó herido por lo que consideraron una afrenta por el traspaso, más allá de los 94 millones de euros que dejó La Vecchia Signora como cláusula de rescisión.
Pipita mostrando la camiseta 9 de la Juve a los hinchas del bianconeri en su arribo a Turín. (Archivo)
Messi e Higuain se conocieron circunstancialmente siendo niños y en una prueba de jugadores que realizó River Plate. Los dos se encontraron en una práctica de la categoría '87, en Nuñez, y deslumbraron tanto a los asistentes como a los entrenadores. Uno de ellos, Jorge Abrahamian, lo hizo público a la prensa cuando recordó que el partido había terminado a favor del equipo en el que Leo y Pipita jugaban por 14 o 15 a 0, con casi la totalidad de los goles marcados por quienes ya se entendieron de memoria antes de la pubertad. Nunca quedó totalmente aclarado el motivo del por qué la joya del fútbol infantil de Newell's no regresó al #Millo, aunque las dos versiones más relevantes señalan que su familia no podía costear el tratamiento hormonal por un lado o la de que el club rosarino le había denegado el pase, por el otro.
Ya desde antes de la adolescencia, los dos estuvieron sometidos a las exigencias de una actividad que tiene poco de recreativa. Los DT de fútbol infantil federado son claros cuando se presentan ante los padres y generalmente les dicen: "Aquí se viene a competir y los que quieren jugar pueden hacerlo en la plaza o en el campito".
Por más crudo que parezca, el sistema formativo del futbolista en la Argentina es a presión premium desde edad temprana. Así, mientras el hijo de Jorge Higuain - exdefensor de Gimnasia LP, San Lorenzo, Boca y River - continuó su carrera en el club millonario, Jorge Messi acompañó a la Pulga hasta su definitivo ingreso en La Masía.
Ambos futbolistas, ya consagrados internacionalmente, volvieron a encontrarse en 2009, cuando #DiegoMaradona, por entonces entrenador nacional, decidió que Gonzalo jugase por las eliminatorias sudamericanas contra Perú. Para que ésto fuera posible, el atacante del #RealMadrid debía nacionalizarse argentino ya que hasta ese momento tenía el documento francés: allí había nacido cuando su padre jugaba en el Brest.
En esa noche tormentosa, Argentina dio un paso fundamental para aproximarse a la clasificación rumbo a Sudáfrica 2010. Con un gol agónico de Martín Palermo, el triunfo por 2-1 dejó al equipo con un pie en la Copa del Mundo. El gol inicial había sido de Higuain, justo en la jornada de su debut. Ya en Montevideo, el 1-0 sobre Uruguay metió a la Selección en el Mundial mientras Diego se abrazaba con Carlos Bilardo y luego se desahogaba en la conferencia de prensa con una frase de su sello.
Messi e Higuain tomaron la iniciativa y parecen dispuestos a no dejarse arrastrar por el qué dirán, el deber ser o la vocinglería de quienes los juzgan en tono de sentencia. Mientras, queda sólo un mes para que Argentina vuelva a jugar las eliminatorias, en este caso frente a Uruguay, en el Malvinas Argentinas. El gran interrogante que se despejará en Mendoza será único: jugar o no jugar, ésa es la cuestión.
Así los quisiéramos ver siempre. Dependerá de ellos volver a vestir la camiseta argentina. (Archivo)