El presidente de Francia Emmanuel Macron ha implementado un cambio ambicioso tras otro en su búsqueda por inyectar algo de dinamismo a Francia. Ha aligerado un extenso código laboral. Se ha enfrentado a sindicatos que alguna vez tuvieron poder. Ha recortado el financiamiento para los alcaldes de las comunas. Y hace unos días introdujo uno nuevo: una visión audaz para una "transición ecológica" que promete cerrar catorce reactores nucleares antes de 2035 y reducir el uso de los combustibles fósiles.
Sin embargo, al igual que con sus medidas anteriores, Macron no tuvo que ir muy lejos para encontrar evidencia de que su visión a largo plazo para Francia no satisface las necesidades inmediatas y más urgentes de sus ciudadanos.
La gente común opina que las peroratas del presidente respecto del futuro del planeta no toman en cuenta la lucha que ellos libran mes con mes, y están exigiendo que los escuche: "Parece que es sordo", dice Fabrice Schlegel, quien ayudó a liderar algunas de las protestas ciudadanas que agitaron a Francia en las semanas recientes. "Nos está hablando sobre una 'transición ecológica'. Este político flota en el espacio sideral".
El caos creciente en París surgió de la ansiedad que provocó el estancamiento de los salarios, los impuestos sobre el combustible y la incertidumbre de cómo pagar las cuentas.
Las protestas masivas, organizadas por internet, aparecieron de la nada y ahora se extienden por todo el país. Son independientesde cualquier partido político o sindicato y son encabezadas por diferentes personas. Mucho de los manifestantes dicen que nunca habían salido a reclamar a las calles, y que ni siquiera son parte del electorado.
Estas manifestaciones, que algunos historiadores comparan con las revueltas de campesinos del siglo XIV, son quizá el desafío más peligroso que ha enfrentado hasta ahora el joven presidente, quien ha prometido transformar no solo la industria energética francesa, sino también partes de su economía y la red de protección social, la cual Francia ya no puede costear, en su opinión.
El día que Macron tenía planeado, desde hacía tiempo, promover su programa energético, se vio obligado a dedicar gran parte de su discurso no al verde de la ecología sino al amarillo de los "Chalecos Amarillos", como se hacen llamar los manifestantes, a partir de sus simbólicos chalecos para seguridad en carreteras: "Lo que quiero que entiendan los franceses, en particular aquellos que dicen cosas como: 'Escuchamos al presidente, al gobierno, hablar del fin del mundo, pero nosotros estamos hablando del fin de mes', lo que quiero que comprendan es que vamos a encargarnos de ambas cosas", declaró Macron.
No obstante, pese a su insistencia en haber comprendido el sentir de la gente, el presidente no ofreció alivio alguno -en específico para el aumento al impuesto sobre la gasolina, que es detestado- y a muchos les pareció que su discurso no estuvo en consonancia con el momento político.
Mientras el presidente hablaba, la televisión francesa mostraba imágenes de los manifestantes ciudadanos que inundaron las calles de París. El hecho de que Francia, el país más dependiente de la energía nuclear en el mundo, quizá reduzca su consumo un 50% les importaba relativamente poco, dijeron con desdeño en varias entrevistas consecutivas.
Desde el momento en que entró en funciones, el problema de Macron ha sido que la extensión de su visión siempre ha sido más grande que la profundidad real de su apoyo.
El exbanquero de inversiones, sin experiencia en la política, fue electo prácticamente por omisión en 2017, al haber hecho una campaña insurgente tras huir del debilitado Partido Socialista, donde nunca pudo encajar. François Fallon, el político de centroderecha que iba a la delantera, se derrumbó bajo el peso de un escándalo.
Muchos electores franceses dijeron que no podían votar por la alternativa de extrema derecha, Marine Le Pen. Los franceses apostaron por un rostro nuevo y votaron por el cambio, pero quizá obtuvieron más de lo que deseaban. Es un acuerdo que ahora provoca que les remuerde la conciencia a muchos electores y que le ha pasado factura a su líder osado, pero políticamente ingenuo, quien ha caído de manera constante en los sondeos de opinión.
Por lo tanto, es posible que el discurso de Macron no haya logrado estar a la altura de las circunstancias. Así lo sugirieron las reacciones negativas de los Chalecos Amarillos en los noticieros franceses, como las opiniones que dieron en entrevistas los líderes de los Chalecos Amarillos sobre su discurso. Las expresiones reiteradas de solidaridad y comprensión de Macron no lograron conmover a su audiencia.
Ellos despreciaron la elocuencia y el reconocimiento por parte de Macron de que muchos Chalecos Amarillos se encontraban en una situación imposible: obligados a salir de las ciudades debido a los elevados precios de vivienda, y ahora superados por los ascendentes precios de la gasolina en las zonas rurales: "Creo entender, de manera muy profunda, las esperanzas y las frustraciones, el enojo callado, el resentimiento y el rencor, que están sintiendo los ciudadanos ante funcionarios que parecen distantes o indiferentes", dijo Macron con un gesto triunfal.
Esas palabras no tranquilizaron a Schlegel, el líder de la manifestación, quien se describe como un emprendedor. "Dista mucho de ser lo que necesitamos", comentó por teléfono desde Jura, un área cercana a la frontera con Suiza. "No está escuchando el enojo. Fue típico de Macron. El porcentaje que tiene el Estado en la EDF" -la empresa de electricidad propiedad en gran medida del Estado- "les importa un comino a los franceses".
Schlegel dijo que el movimiento de los Chalecos Amarillos no ha terminado: "Esta situación sigue evolucionando", afirmó. "La gente no ha llegado hasta aquí para nada".