“Se cierra una etapa de la música clásica”, delinearon algunas necrológicas en estos días, y no es difícil entender por qué lo dicen: se refieren a la muerte del director de orquesta austríaco Nikolaus Harnoncourt, quien falleció el pasado 5 de marzo a los 86 años.
Tres meses antes, en diciembre, había hecho circular un manuscrito donde confesaba que “mis fuerzas físicas exigen la cancelación de mis planes futuros”. El tono ya era premonitorio de una mala noticia.
Pero volvamos a la etapa que “se cierra” en la música clásica: ¿Qué quisieron decir esos musicólogos y periodistas especializados? Solo hay que rescatar algunos párrafos de su biografía para darse cuenta. Es que Harnoncourt fue, allá por los 50', uno de los pioneros en aventurarse en un camino inexplorado, el de la interpretación musical “historicista”.
Dicho más sencillo: uno de los primeros en preocuparse en interpretar una obra como fue escrita para que sea interpretada. El juego de palabras es muy lógico, a primera lectura, pero la cuestión es que antes de esa década abordar las obras preclásicas (es decir, anteriores al clasicismo) con instrumentos originales, afinación y estilo adecuado no era algo que le quitase el sueño a los académicos.
En esta época “oscura” para el barroco, la música renacentista e incluso el clasicismo, las obras se interpretaban con una serie de contaminaciones acumuladas a lo largo de muchos años y, por ende, la costumbre había sido también corrosiva para el gusto de esos intérpretes y esos públicos, que se negaban a sacrificar algunas obras archiconocidas a sonidos y formaciones musicales más “auténticas” (para el cursioso: escuchar las célebres grabaciones de “La pasión según San Mateo” de Bach, bajo la batuta de Wilhelm Furtwängler).
Ahora bien, sabiendo todo esto no es muy difícil darse cuenta que Harnoncourt se echó al establishment vienés en contra, pero la iconoclasia le valió mucho: Desde 1953 trabajó junto al conjunto que formó, Concentus Musicus Wien, y señaló un nuevo camino para generaciones de intérpretes.
Alguna vez dijo que su idea nunca fue hacer de la música un museo, y que su inteción siempre fue servir de una especie de “guía turístico” por esos compositores antiguos. Y como una muestra de su trabajo, vaya un ejemplo, porque las odiseas en la música clásica también existen: 19 fueron los años que tardó, junto al director Gustav Leonhardt, en grabar íntegramente las cantatas de Bach.
Es decir, un trabajo de minucioso estudio (desde 1971 a 1990) sobre 193 cantatas sacras. Con esto no solo se consagró como el primer músico en completar un proyecto de este calibre, sino que nos heredó uno de los monumentos discográficos del siglo XX.