No hay rincón de Hanoi que se ande quieto. Cada baldosa, cada instante de civilidad viene preñado por el impulso de una sociedad que en el movimiento permanente le devuelve al plano la gracia, el carácter inquieto y juguetón de siempre, el que una guerra estúpida se intentó robar algo así como medio siglo atrás, y que hoy se perfila radiante en nueva cuenta. Fluye la energía por las plazas, por los parques, por las calles atestadas de motos y aromas punzantes, inyecta la actitud de sus habitantes que parecieran de constante buen humor, La misma energía que se refleja en los colores siempre vivos, en la historia que no se oculta, con destellos de arquitectura francesa y enraizadas tradiciones milenarias, así da un semblante único e irresistible.
Eso dice el lago Hoan Kiem, la médula misma de la capital de Vietnam. Un espacio protegido de arboledas y bancos para sentarse a disfrutar las postales de la exótica cultura local, y para que los atolondrados y sonrientes paisanos se te instalen al lado a conversarte de lo que sea. Sedientos de lo internacional, preguntan y cuentan con ritmo acelerado, la simpatía de aliada, y convidan con el tabaco, o el partido de bádminton. El mitin está rodeado de multitud, hombres de negocios aireando la jornada, jóvenes que dejan pasar el tiempo entre declaraciones de amor, y un ambiente general tan de sudeste asiático, que da gusto. Insisten con la certeza geográfica La Torre de la Tortuga, que surge del medio del agua, y el Templo de Jade, un canto al continente situado en un islote con arcos chinos, puentes colorados y homenaje a Tran Hung Dao, el guerrero que allá por el siglo XIII llevaba las riendas de la Dinastía Tran, y por ende del país.
Mientras, el tráfico acelera a los bocinazos por arterias estrechas y tapadas de cables en las alturas. Los vendedores ambulantes esquivan las frenadas con los típicos gorros cónicos, un palo al hombro cual balanza, con los extremos cargados de fruta, verdura, flores, el pan para decorar la mesa. Cada esquina está poblada de gente que vende y que compra. Todo el tiempo todos comercian (referente es el Mercado de Dong Xuang), maquillando así la pobreza sin sonrojarse, porque trabajan duro y con la frente muy en alto, y por eso no les falta nada a pesar de que les falte mucho.
Entre el tumulto elemental, se aprecian algunas de las reliquias que los franceses dejaron cuando dominaban la región (lo que llamaron Indochina, que existió oficialmente entre 1887 y 1954, y que abarcaba los territorios de la actual Vietnam y de los vecinos Laos y Camboya). Los ejemplos más contundentes están en las soberbias Catedral de San José (bien gótica), la Casa de la Opera, la Residencia Presidencial y en cantidad de estructuras anónimas que atestiguan el paso de los galos. Aun así, queda claro que lo que realmente alimenta la fascinación del viajero por esta urbe locuaz y encantadoramente desestructurada, radica allí, en lo locuaz y lo encantadoramente desestructurado del ambiente, y no en sus obras de cemento.
El ritmo no para
En las afueras, resplandecientes de verdes, cerros y arrozales, los gallos todavía no cantan. Y sin embargo, Hanoi se lavó las lagañas hace rato. La radio acusa las cinco de la mañana, y los bordes del lago Hoan Kiem están repletos de locales haciendo ejercicios, meditación y Tai Chi. No da crédito el foráneo, que mira el reloj y vuelve la cabeza a un grupo de mujeres en aerobics, la profesora a los gritos tras el megáfono. La escena se repite cada día, y continúa hasta que el sol da la cara. Volverá más tarde cuando los calores den respiro, en todas las plazas y parques, ahora ya con aglomeración de adultos en charla y niños jugando, a la vera de la medianoche. Que importa la hora, si las ganas de vivir son tantas.
Que lo aclaren los barcitos y cafés que pueblan las calles del centro, abundancia de emprendimientos al aire libre dónde los hombres se reúnen a parlotear apoyando la humanidad en banquitos de plástico, largando el humo del cigarrillo hasta por las orejas, jugando a las damas, riendo un montón. Excelente la oportunidad para hacerse un lugar, olfatear chistes y anécdotas, ganar una mesa y pedir un plato de pho. Una sopa hecha con fideos de arroz, carne (de vaca, cerdo o pollo), brotes de soja, cebolla, jengibre, lima, menta y mucho cilantro, que es un una verdadera delicia.
Ya con la panza llena, toca cruzar las vías del tren y revolotear por la Ciudadela de Thang Long -impactante fortificación levantada por la dinastía Ly Viet en el siglo XI-, la pagoda de Quan Su y el famoso Templo de la Literatura. Éste último fue construido en honor al filósofo chino Confucio hace casi mil años y se lo considerada la primera universidad de Vietnam. Caminar por sus tranquilos patios, contemplar los tejados de formas estrambóticas, los muros de madera con gusto a sabiduría ancestral, es aislarse de la locura que Hanoi propone ahí afuera, y extrañarla.
Las marcas de la guerra
Entre 1959 y 1975, Vietnam se enfrentó a Estados Unidos en una de las guerras más terribles que el mundo recuerde. La contienda, emblema de la guerra fría y de la dicotomía capitalismo-comunismo, acabó cuando los norteamericanos terminaron de convencerse de la sobrehumana tenacidad de los locales, y de lo infranqueable del asunto. La nación asiática no pudo festejar la victoria ni la reunificación del sur (capitalista, Saigón de cabecera) y el norte (comunista, Hanoi la capital): el reguero de destrucción y víctimas había dejado el terruño en ruinas y quebrantos.
A pesar de los pesares, y haciendo honor de su tan mentada resistencia y poder de superación, los vietnamitas supieron levantarse y andar con pie firme. Pero de aquellas épocas sombrías no quieren saber nada: “Yo no conozco mucho de la guerra. Mi padre peleó en ella, como la mayoría de su generación, pero en casa no se habla del asunto. Quizá es lo mejor, teniendo en cuenta lo duro que fue eso para todos. Nosotros ahora miramos para adelante, sin rencores, y queremos ser amigos de todo el mundo” sostiene Nguyen, a la vera del lago Hoan Kiem. La reflexión de este joven ingeniero coincide con la de la mayoría de los vietnamitas, quienes a la hora de soltar la lengua eluden una y otra vez el tópico de la guerra. Una posición que pareciera fogoneada por el propio Gobierno (comunista al estilo chino), más preocupado en vender su pujante economía al mundo que en broncas del pasado.
Con todo, Hanoi cobija cantidad de sitios que evocan los años oscuros, sabedora que una cosa es perdonar, y otra olvidar. En ese sentido, destacan los museos de la Armada, de la Revolución, de la Mujer, la prisión Hoa Lo (ayer centro de detención de tropas norteamericanas) y fundamentalmente la solemne Plaza Ba Dinh y el Mausoleo de Ho Chi Minh. Allí descansan los restos del “Tío Ho”, líder revolucionario que fue clave en la lucha contra franceses y estadounidenses, el héroe máximo de la patria.