Hambre de sabiduría

El autor reflexiona sobre la necesidad de revalorizar las humanidades y expone tres razones por las cuales éstas enriquecen no solo las almas sino también los bolsillos.

Hambre de sabiduría

“Nos estamos ahogando en información, al tiempo que morimos por falta de sabiduría”. Este epigrama de E. O. Wilson captura el dilema de nuestra era. Sin embargo, la solución de alguna gente es desdeñar la sabiduría.

“¿Es un vital interés del Estado tener más antropólogos?”, preguntó alguna vez el gobernador de Florida, Rick Scott. El líder de una prominente empresa de Internet me dijo una vez que la empresa considera que la admisión en Harvard es un útil heurístico de talento, pero inútil en sí una educación universitaria.

Los mismos padres y estudiantes están actuando con base en estos principios, alejándose de las humanidades. Entre graduados universitarios en 1971, había alrededor de dos licenciados en administración de negocios por cada licenciado en lengua inglesa. Actualmente hay siete veces esa cantidad (yo me titulé en ciencias políticas; si lo estuviera haciendo de nuevo, sería un graduando de economía con un pie en las humanidades).

He estado pensando con respecto a esto después de haber leído el nuevo e inteligente libro de Fareed Zakaria: “En defensa de una educación liberal”.

Al igual que Zakaria, creo que las artes liberales enseñan pensamiento crítico (eso sin mencionar palabras domingueras como “heurístico”).

Así que para responderles a los escépticos, aquí van mis tres razones por las cuales las humanidades enriquecen nuestras almas y a veces, también, incluso nuestros bolsillos.

En primer lugar, las artes liberales equipan a los estudiantes con comunicaciones y habilidades interpersonales que son valiosas y genuinamente recompensadas en la fuerza laboral, particularmente cuando van acompañadas de habilidades técnicas.

“Una amplia educación en artes liberales es una senda crucial para el éxito en la economía del siglo XXI”, destaca Lawrence Katz, economista laboral en Harvard. Katz dice que el regreso económico a puras habilidades técnicas se ha aplanado, y ahora la mayor ganancia va para quienes combinan habilidades suaves -excelencia en la comunicación y trabajo con gente- con habilidades técnicas.

“Así que creo que una licenciatura en humanidades en la que también se hizo mucha informática, economía, psicología u otras ciencias puede ser bastante valiosa y tener enorme flexibilidad en cuanto a la carrera”, dijo Katz.

“Sin embargo, se necesitan ambas, en mi opinión, para maximizar el propio potencial. Además, alguien con una licenciatura en economía o ciencia informática o biología o ingeniería o física que tome serios cursos en humanidades e historia será también un científico, profesional financiero, economista o empresario mucho más valioso”.

Mi segunda razón: necesitamos gente que maneje las humanidades para que ayude a alcanzar sensatas decisiones de política pública, incluso acerca de las ciencias.

Empresas tecnológicas deben sopesar constantemente decisiones éticas: ¿Dónde debería Facebook fijar sus defaults de privacidad, y debería tolerar atisbos de desnudez? ¿Debería Twitter cerrar cuentas que parezcan simpatizantes  de terroristas? ¿Cómo debería Google manejar sexo y violencia o artículos difamatorios?

En el dominio de la política, una de las decisiones de mayor importancia que los humanos tendremos que tomar es si permitimos la modificación genética de la línea de gérmenes. Esto pudiera eliminar ciertas enfermedades, aligerar sufrimiento, hacer más inteligentes y hermosos a nuestros retoños. Sin embargo, cambiaría también nuestra especie. Permitiría que los ricos confeccionaran superniños. Resulta hilarante y aterrador.

Para sopesar estos temas, los reguladores deberían ser informados por ciencia de primera categoría, pero también por humanismo de primera categoría. Después de todo, Homero abordó cuestiones similares hace tres milenios.

En “La Odisea”, la hermosa ninfa Calipso ofrece inmortalidad a Odiseo si se queda en la isla de ésta. Después de una aventura con ella, Odiseo rechaza el ofrecimiento, a final de cuentas porque extraña a su esposa, Penélope. Rechaza inmortalidad casi divina para acoger el sufrimiento y la muerte que son esenciales para la condición humana.

De la misma forma, cuando el Consejo de Bioética del presidente emitió su informe en 2002, “La clonación humana y dignidad humana”, citó publicaciones científicas pero también “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway. Incluso la ciencia depende de las humanidades para formar juicios sobre ética, límites y valores.

En tercer lugar, dondequiera que estén sus carreras, buena parte de nuestra felicidad depende de nuestras interacciones con la gente a nuestro alrededor, y existe cierta evidencia de que la literatura fomenta una inteligencia emocional más rica.

La revista Science publicó cinco estudios indicando que sujetos de estudio que leían ficción literaria se desempeñaban mejor evaluando los sentimientos de una persona en una fotografía que aquellos que leían no-ficción o ficción popular. Todo parece indicar que la literatura ofrece lecciones en naturaleza humana que nos ayudan a decodificar el mundo a nuestro alrededor y ser mejores amigos.

La literatura también tiende puentes de entendimiento. Toni Morrison ha ayudado a todo Estados Unidos a entender la vida afroestadounidense. Jhumpa Lahiri iluminó las contradicciones del inmigrante. Jaled Hosseini abrió ventanas a Afganistán.

En pocas palabras, es eminentemente sensato estudiar codificación y estadística hoy día, pero lo es también historia y literatura.

John Adams estaba en lo correcto cuando le escribió a su esposa, Abigail, en 1780: “Debo estudiar política y guerra para que mis hijos puedan tener libertad para estudiar matemáticas y filosofía, geografía, historia natural y arquitectura naval, navegación, comercio y agricultura, a fin de darles a sus hijos el derecho a estudiar pintura, poesía, música, arquitectura, estatuario, tapicería y porcelana”.

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