Científicos y ciudadanos repetimos, con insistencia y perseverancia, que la Tierra es “nuestra casa”. Más aún: que es la “única” casa de la que disponemos, por lo menos hasta ahora. Y que es nuestra responsabilidad “cuidarla” para que nos siga cobijando, a nosotros y a las generaciones venideras.
¿Es lo que hacemos todos los días?, o ¿nos desentendemos de ella? O peor: nos dedicamos a destruirla derrochando la poca agua de la que disponemos, infectando la atmósfera -que es el escudo espacial que protege toda vida- provocando el efecto invernadero con el consiguiente calentamiento global; llenando de basura y desechos la tierra, los ríos y los mares; deforestando y realizando una megaminería altamente contaminante y destructora de nuestras montañas.
Felizmente, por ahora, y hasta que autoridades y habitantes tomemos plena conciencia de lo que estamos poniendo en juego, muchos árboles y especies animales continúan haciendo su cotidiana tarea para mantener “con vida” a nuestro planeta.
La Amazonia
Los recientes incendios en la Amazonia pusieron de manifiesto la importancia del bioma amazónico para el equilibrio y para el futuro de la vida. El descuido con el que el muchas autoridades mundiales y las grandes empresas multinacionales, sobre todo las referidas al agronegocio, continúan tratando la cuestión ambiental -negando los datos científicos más serios- muestran la gravedad de la situación.
Según algunos especialistas internacionales, la Amazonia es la “segunda área más vulnerable del planeta” en relación al cambio climático provocado por los seres humanos. El propio Papa Francisco advirtió “que el futuro de la humanidad y de la Tierra está vinculado al futuro de la Amazonia. Por primera vez, se manifiestan, con toda claridad, los desafíos, conflictos y oportunidades emergentes en un determinado territorio y son la expresión dramática del momento que atraviesa la supervivencia del planeta Tierra y la convivencia de toda la humanidad”. Son palabras graves, menospreciadas por las grandes corporaciones depredadoras, porque se dan cuenta de que deberían cambiar los modos de producción, de consumo y de descarte.
Se trata de enfocarnos en una “ecología integral”, que involucra al ambiente, la sociedad, la política, la economía, lo cotidiano y la dimensión de conciencia y espiritual. Tierra y Humanidad formamos una única entidad. El ser humano es aquella “porción de la Tierra” que comenzó a sentir, a pensar, a amar y a cuidar. Somos Tierra, y de ella hemos venido.
Ha llegado el tiempo de organizarnos para garantizar los medios que sustentarán nuestra vida y la de la naturaleza. Nadie es dueño de la Tierra. Ella es nuestro mayor Bien Común. Todos tienen derecho a estar en ella y nadie puede considerar sólo suyo lo que es un Bien de todos y para todos.
Actualmente el bioma amazónico es objeto de la codicia mundial a causa de sus riquezas y potencialidades. El G7, reunido en agosto en Biarritz, se dio cuenta de la importancia de la Amazonia para el equilibrio de los climas y de la propia Tierra.
Sospecho que, todavía, la ven como un baúl de recursos para sus proyectos económicos. Sospecho que no han incorporado la visión de la nueva ecología que entiende la Tierra como un superorganismo vivo, y nosotros como parte de él y no como sus dueños y señores.
Violencia contra la Amazonia y contra la Naturaleza
En pocas hectáreas de la selva amazónica, existe un número de especies de plantas y de insectos, mayor que toda la flora y la fauna de Europa. Paradójicamente, la Amazonia es también el lugar que sufre más violencia. Si queremos ver la cara brutal del sistema capitalista depredador, visitemos la Amazonia. Ahí emerge el gigantismo del espíritu de la modernidad, la racionalización de lo irracional y la lógica implacable del sistema anti-naturaleza.
Es un modo que se define como una forma de producción/destrucción terriblemente depredadora, con la aplicación intensiva de tecnología contra la naturaleza, declarando la guerra a los árboles, exterminando poblaciones originarias, superexplotando la fuerza de trabajo, incluso a modo de esclavitud, en vistas a la producción para el abastecimiento del mercado mundial.
El proyecto consiste, fundamentalmente, en la ejecución plena de lo que se denomina “Liberalismo Económico”. Esta corriente de teoría económica es conocida como la Escuela de Chicago, que propugna que el derecho de propiedad es el único derecho universal, fundamental y absoluto que comienza con el derecho sobre el propio cuerpo e incluye todos los bienes que se puedan adquirir. De este derecho, se derivan el derecho absoluto de no agresión a la propiedad conquistada y el derecho a defender esa propiedad a como dé lugar.
La única institución éticamente aceptable, en la actividad económica, es el “Libre Mercado”. Todos en el mercado libre tienen los mismos derechos (en teoría, agrego yo). Cada individuo es el único responsable por sus objetivos. Sus reglas constituyen un mecanismo semejante a las leyes de la naturaleza: son algo objetivo que el ser humano no tiene condiciones de modificar. El mercado es entendido como un mecanismo auto-organizador y, como tal, su evaluación tiene como criterio la eficacia y no la valoración ética. No hay derechos fuera de las leyes del mercado. Por tanto, la desigualdad y la exclusión no tienen nada que ver con la injusticia social. Por ello, la pobreza no es un problema ético, sino una incompetencia técnica. Los pobres son individuos que, por culpa propia, perdieron la competición con otros.
Con toda razón el Papa Francisco, en repetidas ocasiones, expresa su convicción de que “este proyecto de sociedad es anti-vida, asesino de los pobres y de la naturaleza”.
Termino con una expresión para meditar: lamentablemente, en el mundo actual, no existe la verdadera política, que se define como la implementación del mejor bien común posible para los habitantes. Hoy la política, aquí y en todo el mundo, es esclava de la economía. Y así nos va. Hasta que los ciudadanos permitamos que esto siga sucediendo.