Hacia un país normal - Por Fernando Iglesias

En 2015 los argentinos decidimos no ser Venezuela. Ahora estamos intentando ser un país normal.

Hacia un país normal - Por Fernando Iglesias
Hacia un país normal - Por Fernando Iglesias

Nunca va a dejar de sorprenderme la capacidad del kirchnerismo para instalar mentiras. Groseras distorsiones. Visiones parcializadas de la realidad. Engaños burdos. Tuvieron al país en vilo por dos meses con una desaparición forzada sobre la cual no existía una sola prueba y estuvieron a punto de lograr llevarnos a votar en medio de esa monumental mentira, y cuando se demostró que Maldonado se había ahogado sin ayuda cambiaron de canal e instalaron la nueva opereta, cuyo título es "Con los jubilados, no". Declaran en todos los medios de comunicación del país después de doce años de "se come con seis pesos" y "menos pobres que en Alemania" y se los toma por personas serias y decentes. Una performance impresionante que habla menos de ellos que del síndrome de Estocolmo que aún sufre buena parte del país.

Repasemos ahora los hechos, que son sagrados. Un gobierno llegado al poder en un país quebrado, con su principal socio comercial en crisis y el menor poder político de la Historia nacional logró superar una recesión que duraba cuatro años, bajar la inflación del 2,2% al 1,4% mensual y disminuir la desocupación y la pobreza: de 32,9% a 28,6% en un año, según informó el Observatorio de la UCA esta misma semana. Ahora, ese mismo gobierno anuncia una reforma previsional que otorga a quienes pagaron sus aportes el 82% del salario mínimo vital y móvil que Cristina había vetado, y garantiza que las jubilaciones le ganen este año a la inflación en un país que aún tiene un enorme déficit fiscal. ¿Qué dicen los titulares de la mayor parte de los medios nacionales? Dicen "Ajuste a los jubilados".

¿Cómo lo logran? La respuesta es sencilla: no es la devaluada Cristina Fernández, ni los abominables Aníbales Fernández, Guillermos Moreno y Luisitos Delira del kirchnerismo los que hablan, sino una vasta tribu de colaboracionistas que disimulan su condición K bajo sellos de goma como Unidad Ciudadana, además de aliados disimulados, como el trotskismo con OSDE, el frente reciclador, los sagrados enviados vaticanos y la diputada de Barrios de Pie. Y lo que dicen, con el mismo grado de verificación usado en el caso Maldonado, es repetido como un mantra por la vasta constelación de peronistas de Corea del Centro, expertos en usar la vara de Suiza después de haber usado doce años la de Uganda. Todo lo cual es luego amplificado por los sensibles sociales de la ancha avenida del Medio, que cuando estuvieron en el gobierno con Duhalde aumentaron diez pesos promedio las jubilaciones: de $ 411 a $ 421; un 2,5% en un país con una inflación del 41%, logrando aumentar un 50% la pobreza en un año en que no hubo terremoto, ni tsunami, ni guerra nuclear.

Pero el truco kirchnerista con las jubilaciones es más complejo, aunque posible de desenmascarar. Se basa en enfocar un solo elemento de una ecuación compleja -el empalme- y olvidarse de todo lo demás. Por ejemplo, de la reparación histórica que ya llevó más de un millón y medio de jubilados a mejorar sus haberes un promedio del 35%; del 82% móvil para quienes aportaron y cobran la mínima (quienes percibirán $ 7.790 desde enero) y, sobre todo, de los ajustes trimestrales -y no semestrales- en un país que tiene una inflación mensual de 1,4% y no de 2,5%, o más. La pregunta se hace sola: ¿qué vale más, el empalme perfecto con inflación alta y actualización semestral, o un empalme imperfecto por tres meses, con baja inflación para siempre y actualización trimestral?

Para pagar la generosa fórmula kirchnerista Cristina salía a imprimir billetes en la imprenta Ciccone de Amado Boudou y la inflación resultante se encargaba de devorarse el aumento otorgado en un contexto de alta inflación y actualización semestral. Si en marzo el gobierno otorgara el aumento completo de seis meses, como tantos piden, la jubilación llegaría a $ 8.087. Sin embargo, con una inflación de 2.2% mensual como la que había en el sistema K, esa misma jubilación terminaría en agosto con un poder adquisitivo de $ 7.235, aún menor que el actual. En el trayecto, el Estado se hubiera "comido" por vía inflacionaria $ 2.592 del total semestral recibido por cada jubilado: más del 5% del total. En cambio, con un aumento del 5.7% en marzo y de 5,6% en junio, la jubilación inicial sería menor -unos $ 7.659- pero, con una inflación de 1,4% mensual y actualización trimestral, terminaría en agosto con un poder adquisitivo de $ 7.863; con una mejora de $ 600 de poder adquisitivo y "solo" $ 600 menos recibidos durante el mismo debido a la inflación. La diferencia del detrimento inflacionario entre ambos esquemas (casi  $ 2.000) compensa ampliamente el famoso "empalme", deja una jubilación superior en $ 600 y fija, para siempre, una actualización trimestral en lugar de semestral. Lo demás, lo de mezclar una fórmula que solo puede ser pagada con inflación y actualizada con ajustes semestrales con otra que se aplica con inflación decreciente y actualizaciones trimestrales, es comparar peras con orangutanes en el mejor estilo Kicillof.

Quienes ignoran esto, además, parecen olvidarse también de que con la fórmula anterior los jubilados perdieron contra la inflación en dos de los últimos cuatro años; 2014 y 2016. A lo cual se agrega otro elemento decisivo: según el proyecto elevado por el Gobierno, las jubilaciones se actualizan por la inflación anterior (en este caso, el segundo semestre del año 2017, que es 22-23% anualizado) en el año sucesivo, 2018, en el que el Banco Central se ha puesto una meta inflacionaria de entre 8% y 12%. Supongamos el peor escenario: que el Central fracase y se cumpla el pronóstico de los analistas privados que prevén una inflación del 16%. Eso implicaría que las jubilaciones le ganarían a la inflación por al menos tres puntos durante 2018.

En tanto, el criticado gobierno de los CEOs está haciendo el gasto social más grande de la Historia, tanto en volumen total como en porcentaje del presupuesto y del PBI, mientras que quienes lo critican cobraron un extra del 40% en obra pública por doce años mientras se apropiaban de los fondos que pertenecían a los jubilados privados y usaban la Anses para financiar Fútbol para Todos y 6/7/8. Hoy, con defectos y errores evitables e inevitables y contra las patotas que quieren impedirlo, el Gobierno está encaminando el país hacia la normalidad económica e institucional. Bajar la inflación, todavía una de las más altas del mundo, es una de sus claves. Acaso la esencial para acabar con el populismo demagógico que nos hundió en la decadencia. Basta comprobar que los dos picos más altos de pobreza de la Historia se verificaron en la híper de 1989/1990 y gracias al 40,5% con salarios congelados del 2002 de Duhalde y Remes Lenicov para entender que bajar la inflación no es una obsesión de tecnócratas sino proteger a los que menos tienen.

En 2015, los argentinos decidimos no ser Venezuela, país que este año tendrá una caída de casi 8% de su economía, un déficit fiscal que supera el 15% del PBI, una inflación que está superando el 2.000% y que vive una emergencia humanitaria expresada ya en kilos de peso anuales perdidos por la población. En cambio, los argentinos estamos intentando ir hacia un país normal. Para llegar a él, la fórmula de actualización jubilatoria no puede ser la de los tiempos del populismo y la inflación. Para llegar a él, y para seguir bajando la pobreza que no solo afecta a los jubilados sino -sobre todo- a la mitad de los menores de 18 años, los aumentos de haberes y salarios deben ser progresivos y sustentables en el tiempo. Como los que está proponiendo el Gobierno que tuvo que tomar la posta de un país fundido y evitar que fuéramos Venezuela, o Santa Cruz.

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