Los primeros pasos de la administración Macri han estado enfocados hacia lo urgente, dejando de lado algunas medidas que resultan eficientes en circunstancias apremiantes como la actual.
El gobierno se ha dedicado a combatir los focos de incendio que dejó el régimen kirchnerista tras 12 años de desolación en el poder. Si bien, no están neutralizados, las primeras medidas han logrado que el fuego no se expanda y provoque mayores daños.
Sin embargo, el peligro todavía acecha. La persistencia de una elevada cantidad de pesos dando vueltas por el mercado y sin demanda que los absorba está generando nuevos problemas.
Está claro que el elevado déficit fiscal es la única demanda de semejante cantidad de dinero porque el sector privado se ha retirado del mercado. Con un déficit fiscal que terminará en 10 puntos del PBI -cuando se blanqueen las estadísticas de precios-, será muy difícil sostener, expectativas favorables de inversión, con el actual nivel de ingresos, aun cuando se cuente con la mayor presión fiscal de la historia.
En los últimos 45 años, la Argentina atravesó 5 crisis financieras terminales que derivaron en aumentos de la presión tributaria que pasó de 15% a 34% del PBI. El problema persiste y estamos en la antesala de otra crisis. El problema es el gasto público y no los ingresos. Antes se financió el gasto con la emisión monetaria, luego con endeudamiento, más tarde con endeudamiento y emisión combinadas y ahora nuevamente con emisión monetaria espuria.
La base monetaria se expande al 40% y pide a gritos un ajuste fiscal para disminuir la monetización del déficit fiscal. Es imposible mantener este esquema y por eso es que el gobierno deberá tener listo antes de marzo, un plan de ajuste fiscal severo para permitir absorber la enorme liquidez.
O el gobierno encara un ajuste fiscal, o se lo hace el mercado vía devaluación. Por no hacerlo, el peso se depreció 92 por ciento desde la salida de la Convertibilidad y 34 por ciento sólo en 2015.
No existe la magia, los problemas hay que encararlos y las autoridades deberán ir a la raíz que no es otra que el gasto público.
Para los hombres de negocios, las inversiones van a llegar recién cuando el gobierno de muestras claras de tener un plan antiinflacionario.
“Por ahora, se están atacando las consecuencias y los esfuerzos de absorción monetaria están dando resultados. Pero tienen un costo muy elevado y eso se refleja en la tasa de interés. Con este costo del dinero, es imposible encarar un proceso de inversión con proyectos de mucha madurez y si el costo de mantener controlado el tipo de cambio es en base a tasas elevadas, el gobierno habrá repetido errores del pasado”, comentó un encumbrado empresario.
Para algunos sectores, el tipo de cambio se convierte en un problema serio porque no refleja la evolución de la inflación.
Obviamente, la situación era mucho más gravosa con el esquema cambiario de la ficción kirchnerista. Pero en el afán de disminuir expectativas devaluatorias, el gobierno se está sintiendo demasiado confortable con este nivel de tipo de cambio.
“Un tipo de cambio artificialmente bajo que no refleje la evolución de los precios y los costos internos, sumado a un nivel de tasas de interés elevado, echa por tierra cualquier emprendimiento”, sugirió un industrial.
Encarar el ajuste fiscal rápidamente, permitirá restarle monetización al gasto público y bajar el costo del dinero, un elemento indispensable para encarar cualquier proceso productivo. Ahora, el gobierno tiene la palabra.