Hace falta una moneda - Por Roberto Azaretto

Hace falta una moneda - Por Roberto Azaretto
Hace falta una moneda - Por Roberto Azaretto

Nuestro país entre los problemas estructurales que soporta, uno de ellos (que además es símbolo de soberanía) es la falta de una moneda. Por eso la población, que ahorra más de lo que se dice, lo hace en dólares y además los tiene fuera del sistema financiero local que es ridículamente pequeño.

Este país logró convertir un desierto en una nación moderna y con dinamismo social, gracias, entre otras cosas, a contar con una moneda estable que fomentó el ahorro interno, además de cumplir desde la presidencia de Mitre con todos los compromisos externos hasta las crisis de deuda de los 80 y del 2001.

El peso moneda nacional fue creado por ley 1130, del 5 de noviembre de 1881, en la primera presidencia del general Roca. Con el peso moneda nacional se unificó el sistema monetario nacional, pues hasta ese momento circulaban monedas provinciales y extranjeras como los patacones bolivianos o monedas de plata chilenas.

En 1890 el presidente Carlos Pellegrini, con la creación de la Caja de Conversión y el Banco Nación, absorbe las monedas creadas en 1887 cuando se permite a los bancos provinciales y privados emitir billetes contra el depósito en oro para adquirir fondos públicos. Nueve años después, en la segunda presidencia de Roca, se establece la convertibilidad con el oro, que dura hasta la primera guerra, se restablece en 1927 y cesa dos años después con el estallido de la crisis de 1929.

Si bien se abandona la convertibilidad  se mantiene la estabilidad monetaria con una política responsable, que permanece cuando la Caja de Conversión es reemplazada por el Banco Central: las reservas equivalían al total de la emisión. La moneda argentina tenía tanto prestigio y la convicción que la Argentina cumplía con sus obligaciones era tanta que el vicepresidente Julio Roca (h) logró en su misión a Londres que la banca inglesa aceptara que  emitiéramos deuda en pesos moneda nacional.

La inflación se inicia en1946 con las políticas monetarias de Miguel Miranda, el presidente del Banco Central designado por el gobierno del general Perón. Con inflación del 30% anual los ahorristas percibían el 2,5% anual de interés por sus ahorros. Ese despojo al ahorrista se morigeró en 1954 con el exitoso plan de estabilización de Alfredo Gómez Morales, que redujo la inflación al 7% y subió la tasa para el ahorrista a 5 % y en 1960 durante la gestión de Alsogaray en la  presidencia de Frondizi y en los años del ministerio de Krieger Vasena.

Por eso la Argentina se convirtió en un país bimonetario y el sistema bancario que en 1945 era el más importante de América latina con depósitos que equivalían al 50 % del PBI ha bajado el más chico de América con el 14 % del PBI. Encima, con los incumplimientos de los compromisos externos, con la confiscación de los depósitos con la pesificación asimétrica (saqueo en beneficio de los empresarios promovido por De Mendiguren) y en el gobierno de los Kirchner con el saqueo de los fondos de pensión, a pesar que el 90% de los aportantes querían permanecer en el mismo.

El excesivo gasto público en relación al PBI, el alto porcentaje de economía negra que hace que la carga tributaria sea inequitativa, un sistema previsional insostenible, por la baja cantidad de  aportantes, son problemas adicionales, pero que no dejan de estar vinculados a falta de moneda y a la pequeñez de los depósitos en los bancos. Por eso se ha hecho inevitable recurrir al endeudamiento externo, cayendo en la trampa de endeudarse en dólares para pagar gastos corrientes u obras  que no requieren insumos importados, salvo en mínima parte.

Hoy  necesitamos una moneda y para ello hay que dar garantías al ahorrista de que no va a perder contra la inflación. Sobre esto ha escrito  Guillermo  Laura, en su libro "La Moneda Virtual"; tenemos la  experiencia chilena que es muy exitosa y a principios del siglo pasado lo planteaba para los Estados Unidos el famoso economista Stanley Fischer.

Sobre la base del UVA utilizado para los créditos hipotecarios se puede implementar esta reforma a la que hay que agregar la obligación de realizar las operaciones como compra de inmuebles, automotores, bienes de capital o artículos para el hogar con transferencias bancarias, prohibiendo el uso del  efectivo, que es una de las fuentes de la economía negra. Que  para cualquier operación de envergadura, como la compra de una propiedad, se deba llevar efectivo a una escribanía es un anacronismo, un peligro para la seguridad de los participantes y habilita el lavado de activos y la evasión.

La economía requiere bajar la tasa de interés; uno de los problemas de los 90, fue que las tasas eran demasiado altas para una economía sin inflación. Para eso se necesita que se ahorre en la moneda local y la condición necesaria es que el ahorrista logre preservarse de la inflación. Es la manera de incrementar el crédito hipotecario y líneas para fomentar el incremento de la producción con financiamiento a largo plazo.

Esto se puede complementar en caso de las viviendas para los sectores de menores ingresos con subsidios para lo que se cuenta con los fondos del Fonavi. Hasta ahora ese fondo sólo  ha servido para los negociados de los funcionarios y de la patria contratista. Muchos de los complejos son caros, de baja calidad y se han convertido en villas miseria de hormigón. Hay que cambiar reemplazando estos complejos, por el financiamiento individual a las familias para que construyan o compren donde quieran.

Necesitamos industrias competitivas, capaces de generar divisas; no tenemos un mercado interno suficiente para una industria. Muchos dirigentes sindicales y políticos del peronismo suelen repetir esa tontería del mercado interno. Olvidan que el general Perón lo comprendió en 1953 cuando retomó las ideas de Pinedo de 1940 de formar un  mercado común con Brasil y Chile, para luego salir al mundo, como manera de crecer en la industria.

La suba de la tasa de interés en los Estados Unidos no han afectado a otras economías de la región porque sus sistemas financieros locales, sus mercados de capitales, son fuertes y ello reduce la necesidad de recurrir al mercado externo.

Por supuesto estas reformas requieren consenso político y esa es tarea y responsabilidad del gobierno, salvo cuando se cuenta con amplias mayorías parlamentarias. Es imposible encarar en soledad las imprescindibles reformas que requiere este país para terminar con el largo ciclo de decadencia que se manifiesta en la reducción de las clase media, hoy el 45 % de la población, y el tercio de pobres e indigentes, que nos interpela y nos desafía a encarar las soluciones.

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