José López mandó un mensaje con muchos destinatarios. En su declaración ante el juez Daniel Rafecas, dijo que los casi 9 millones de dólares que llevó al convento, la madrugada del 14 de junio, no eran suyos.
“El dinero provenía de la política”, lanzó. Y adelantó que dará más detalles “cuando tenga la fortaleza física, psicológica y espiritual necesaria”. También declaró que el dinero estaba escondido en el recinto del tanque de agua de la casa de Tigre, un lugar al que sólo se podía acceder con una escalera desde la habitación principal.
El ex secretario de Obras Públicas declaró durante más de tres horas. Primero hizo una exposición y luego respondió varias preguntas.
López también dijo que su esposa, María Amalia Díaz, y las monjas del convento de General Rodriguez, no tenían nada que ver con los bolsos.
Dos de ellas, María y Marcela, ya declararon como testigos. En el caso de Inés fue a indagatoria porque ayudó en el traslado de los bolsos. Todas coincidieron que no sabían del dinero y que la relación de López era directamente con el obispo Rubén Di Monte, una suerte de confesor, y con la hermana Alba, de 95 años.
López fue trasladado bien temprano desde la cárcel de Ezeiza y llegó a los tribunales de Retiro a las 8,30. Pasadas las 12 fue subido al juzgado.
El ex funcionario ya había estado una vez ante el juez, pero aquella vez se negó a declarar. Según dijo ayer, no estaba en condiciones de hacerlo y cuestionó a su entonces abogada, Fernanda Herrera, más conocida como la abogada hot: “Ninguna persona en su sano juicio eligiría como defensora a la que dicen que yo elegí porque en realidad en ese momento no estaba en condiciones de valerme por mis propios actos”.
López ratificó ante el juez que se sentía perseguido por los servicios de inteligencia. Y que sigue convencido que la madrugada del convento lo siguió un auto en su trayecto.
Su “persecución” se acrecentó en mayo, cuando un compañero del bloque en el Parlasur, Alejandro Karlén, le habría dicho: “A vos, a mí, a Rossi, y a otros parlamentarios más, nos están investigando”.
Luego tuvo varios episodios extraños con su cuenta de mail de Yahoo, donde recibía detalles de una maestría que estaba cursando en la Universidad de Salamanca, y también con sus teléfonos.
El 13 de junio, por ejemplo, en el chat de whatsapp que compartía con los parlamentarios del Mercosur, le apareció este mensaje: “Este es el día. Con Google no vas a poder”.
Ese mediodía fue al centro. En la puerta de su casa había unos 50 operarios trabajando. López también pensó que era espías o gente vinculada a la Inteligencia. Al llegar a su oficina del Microcentro, tuvo otro episodio inusual. Una pareja se le acercó y le dijo: “¿Qué llevará en ese maletín? ¿Droga? ¿Dólares? Nosotros queremos ese maletín”. Siguió caminando y fue al encuentro de su mujer.
Horas después regresaron juntos a la casa de Tigre. Su nivel de paranoia no cedía. “A la noche, cuando llegué a la casa, encendí el televisor, y escuchaba voces burlonas, incoherencias, cosas sin sentido, la TV estaba en un canal”, relató López.
En ese momento, su mujer decidió llamar al convento y le comunicó con la hermana Alba, que intento tranquilizarlo. No lo logró. López fue a buscar su pistola Glock. No la encontró, pero bajó con la carabina.
En ese instante, su mujer decidió irse de la casa rumbo al departamento de Recoleta.
López otra vez se quedó solo y escuchó una voz masculina que le decía: "Te va a pasar lo mismo que al Lauchón (un agente de la ex Side muy cercano a Jaime Stiuso que fue asesinado por el Grupo Halcón)". "Yo solté la carabina, y le dije 'no soy Nisman no me voy a suicidar'.
Subí al dormitorio de planta alta y vi como humo o gas o neblina dentro del dormitorio, una cosa borrosa, me asusté, pensé que me querían dormir, bajé al patio, y vi al lado mío, manchas de sangre en el césped”, relató en la audiencia.
Según el testimonio de las monjas y de su mujer, López tenía que llegar al convento, para una suerte de retiro espiritual, cerca de las 21.
Se demoró más de seis horas.
“Iba a muy baja velocidad, iba a 60, 70 km/h, y veía en todo momento, cada 200 metros, un patrullero, y también pasaba algún auto que se me acercaba despacio y luego salía picando, también una moto, que hacía lo mismo, llegaba lentamente al lado mío y luego salía arando, como para alterarme. Yo iba como perdido, no veía los letreros de la autopista”, explicó.
La situación emocional de López mejoró en estos dos meses, pero sigue bajo tratamiento. A diario es visitado por psiquiatras y psicólogos. CC