Hablemos - Por Jorge Sosa

La comunicación telefónica y los mensajes que mandamos están cambiando el léxico y eliminando palabras.

Hablemos - Por Jorge Sosa
Hablemos - Por Jorge Sosa

Dicen que hablar es practicar el deporte de interrumpirse mutuamente. El lenguaje es lo que nos diferencia de las otras especies animales, salvo los loros. Hay animales que emiten sonidos, pero son gritos de llamada, de ataque, de terror, de seducción. No existen entre ellos las palabras.

Nosotros tenemos idioma, esa forma sonora de entendernos o desentendernos, pero que constituye una de las fases primarias de comunicación. El hombre comenzó a avanzar en la escala zoológica cuando aprendió a comunicarse con los sonidos.

No son muchas las palabras que utilizamos para ello. Según datos de especialistas en el tema el diccionario de la Real Academia Española, contiene 88 mil palabras a las que hay que agregarles los americanismos. Es una cantidad suficiente para entendernos. Sin embargo utilizamos muchas menos. Un ciudadano medio no utiliza más de 1.000 palabras y sólo los muy cultos alcanzan los 5.000 vocablos. Es más, algunos jóvenes utilizan solamente un arsenal de 240 palabras.

Es una minuciosidad extrema y una forma de perder oportunidades de decir las cosas, los hechos, los sentimientos y las sensaciones con menosprecio de la variedad de vocablos, del resto que son decenas de miles. La comunicación telefónica, los mensajes que mandamos por esos aparatitos que han sabido crear las ondas electromagnéticas están cambiando el léxico y también eliminando palabras.

Nuestro idioma es un idioma especial, dicen los que lo contemplan desde afuera. Es agradable, amable y suena muy bien. Llegaron las palabras hasta nosotros después de un largo camino en el que fueron moldeándose con golpes de voces y de escritos de varios idiomas y dialectos, se fueron redondeando de influencias hasta transformarse en lo que hoy son. Fueron masticadas, tragadas, escupidas por cientos de generaciones, vistieron vestidos de distintos colores, y algunas terminaron siendo muy distintas a aquellas que les dieron origen.

Los idiomas son dinámicos. Tal vez el diccionario que usemos dentro de 50 años tenga muchas diferencias con el que tenemos hoy disponible. Pero lo que tenemos hoy es digno de ser aprovechado.

¿Hablamos poco o hablamos mucho? Paulatinamente hablamos menos. Los otros sonidos, o las palabras ajenas que aportan los medios de comunicación, nos van confiscando el espacio del habla y entonces a veces nos entendemos por gruñidos, como los primitivos que estaban a punto de descubrir la palabra. La influencia de vocablos en otro idioma, por ejemplo el inglés, le van quitando espacio a nuestras propias expresiones y a veces hay que ser muy entendido para entender lo que nos están diciendo.

Es tan bueno decir buenamente que deberíamos esforzarnos un poco en usar lo que tenemos a labio para expresarnos. En el seno de las familias estos espacios destinados a decir son cada vez menos y es cada vez menos la predisposición para decir, para decirnos.

Las palabras expresan todos desde lo más agudísimo del dolor hasta el amor más desesperado. Sirven para todo, nos conducen en la vida, nos orientan y valen para que entendamos que le está pasando al otro.

El silencio tiene lo suyo y también dice. A veces dice mucho más de lo que parece decir, pero son las palabras las que nos abren la puerta de lo que guardamos en el interior para que sean compartidas con orejas cercanas, con pabellones auditivos amigos.

Es el tesoro del idioma, tiene brillo, refulge, se hace notar, aglutina, conduce, nos lleva a entender qué nos está pasando afuera y adentro. No es dable abandonar la práctica porque puede llegar el momento en que hablemos, y mucho... pero no nos entendamos.

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