Los números marcan la historia de su vida. A los cuatro años recibió de regalo su primera pintura, una obra del artista chileno Carlos Valdés Mujica.
“Mis padres me llevaron a ver la exposición y como se acercaba mi cumpleaños me dieron a elegir entre una obra y un auto a fricción que yo quería.
Opté por el cuadro, lo cual le produjo mucha alegría a ellos, y a la semana siguiente como buen hijo menor y malcriado que fui, me obsequiaron el juguete”, dice en la habitación 1601 del hotel Sheraton, de visita en la provincia para la presentación del libro realizado en conjunto con la Universidad Champagnat “Historia del arte en Mendoza”.
A los 13 años, el rosarino Ignacio Gutiérrez Zaldívar, pupilo en la Inmaculada de Santa Fe de los Hermanos Jesuitas compró con sus ahorros su primer cuadro, una obra de Eugenio Daneri que años más tarde le vendió -con cierta resistencia- al coleccionista rosarino Domingo Minetti.
“Mi gran compañero era un maestrillo que estudiaba para cura que se llamaba Jorge Bergoglio. Con él, jugábamos a las cartas todas las noches y como a mí no me sacaba mi tutor, porque era el vicegobernador y nunca podía, me iba con Jorge a ver muestras.
A esa pintura que adquirí con vueltos de regalos, la limpié, le puse una chapa de bronce y le pinté el marco. Era mi orgullo. Mi papá por entonces me dijo: Seguramente no vayas a tener nunca plata, pero evidentemente tenés ojo. Ser curador de arte en esa época era sinónimo de ser usurero. En general los artistas opinan pésimo de los mercaderes, yo por suerte los tengo engañados y me adoran”, bromea.
Desde entonces, “Nacho” empezó a comprar obras que con el tiempo se traducirían en ya no sabe cuántas. A los 21 años, cuando obtuvo su título de abogado, contaba 60 cuadros que guardaba debajo de la cama de su departamento de soltero en Buenos Aires, porque en las paredes no había lugar para más.
Su sueño de ser juez de la Corte Suprema quedó truncado el día que compartió con su mujer un deseo aún más profundo: retirarse de su prometedora carrera judicial para abrir una galería.
“Me casé muy joven, en el año ‘75, y le comenté a mi esposa que en la esquina donde vivíamos había un local que quería alquilar para dedicarme las 24 horas a ver arte, visitar talleres, ayudar a los pintores y mejorar nuestra colección. Como ella también era una inconsciente acordó enseguida y así fue como largué todo y abrí Zurbarán al año siguiente.
Con eso de que Dios atiende en Buenos Aires empecé a viajar mucho por el interior con la intención de descubrir valores. Así fue como empezaron mis visitas a Mendoza, donde hemos realizado una docena de exposiciones importantes, entre las más recordadas, de Fader, de Quinquela Martín o de Molina Campos. Yo creo que debemos haber llevado más de medio millón de personas a ver arte gratis”, dice.
-¿De dónde viene su inclinación por el arte?
-Claramente de mamá. El programa era ir a galerías, remates y museos. En mi casa no había plata para viajes sino para libros, estudio y cada tanto un cuadrito. Cuando murió mi mamá, a mis 17 años, había un centenar de pinturas y esculturas que había comprado con papá. Mi madre era un ser brillante, una diplomática de carrera, una uruguaya encantadora.
La Democracia Cristiana se formó en mi casa, yo también formo parte de ese ideario. Yo he tenido la suerte de comprar lo que mi papá siempre quiso y no pudo. A él le gustaba Quirós y en un catálogo escribió junto a una obra: “Qué pena que no tengo el dinero”.
Mirá lo que es el destino que yo compré ese cuadro y se lo regalé a él. Sin embargo yo no tengo apego a cosas materiales. Podría vivir sin cuadros ni esculturas, lo importante son los afectos. ¿Yo qué podía comprar? ¿Libros? Me los compraban en casa.
Eso es algo que no aprendés, lo mamás, es como ser artista. Es tristísimo eso. Yo pienso que todo se puede lograr con esfuerzo y dedicación pero ser artista no, genéticamente se nace o no.
-¿A qué atribuye el crecimiento y la vigencia de Galería Zurbarán?
-En el reino de los ciegos el tuerto es rey. Yo tenía que recibirme de algo y lo antes posible, porque vengo de una educación donde si no tenías un título, no eras nadie. Era una condición sine qua non tener una profesión. Lo que aprendés en carreras como abogacía es muy importante porque te sirve para todo.
Yo nunca pensé que fuera a ser un gran coleccionista, yo siempre pensé que iba a ser un coleccionista que compraba cuadros baratitos porque no me daba para los caros; también me equivoqué mucho porque durante un tiempo compré lo que me daba el bolsillo, cantidad y no calidad.
Y además, hago un mea culpa: las grandes obras que tengo son gracias a mi mujer, que siempre ha dicho “Dios proveerá”. Con préstamos en los bancos, con todos los dramas, nosotros abrimos la galería y crecimos con esfuerzo y pasión. Yo creo que es un privilegio vivir rodeado de arte pero sobre todo considero que es importante compartir con los demás.
Entonces nosotros en estos casi 40 años hemos hecho más de mil exposiciones en tres continentes, pero muchas en el interior, 18 millones de personas han visto gratis arte. Esa es mi vocación y es algo que me enseñaron los jesuitas: todo lo que recibís es para compartir y quizás el leit motiv de mi vida sea fructificar los talentos.
-¿Qué lugar ocupan los vínculos sociales en su trabajo?
-Todos. Yo tengo una vida social insoportable. Vivo a 50 metros de mi oficina, yo no hago reuniones fuera de ahí, donde estoy es un paraíso de 10 pisos con 5000 obras en el mejor lugar de Buenos Aires. Nuestro mayor negocio es el alquiler y leasing de obras de arte. Desde Alfonsín hasta ahora todos los cuadros del despacho del presidente son nuestros.
En su momento, la señora Presidenta me pidió cuadros históricos de próceres y le dije que me parecía lo mejor buscar en el Museo de la Casa Rosada, que tenía retratos y obras del propio patrimonio. Eso es lo que está actualmente colgado.
Cada dos meses, Ignacio Gutiérrez Zaldívar visita al Papa Francisco; la última vez fue en setiembre, donde compartió con uno de sus hijos un almuerzo con motivo de su cumpleaños. Venecia es su ciudad preferida en el mundo y desde que abrió el Museo de Orsay, en París, dice pasar tres días más de los habituales en la capital francesa.
“Eso, multiplicado por los visitantes a los que les sucede lo mismo, significa miles y miles de dólares. Eso demuestra que la industria cultural es el gran atractivo turístico, una industria sin chimeneas; no sé por qué en Mendoza no sucede algo así. Francia es el país de los grandes gestores culturales del mundo”.
Con un numeroso staff de renombrados artistas vivos y muertos, entre los primeros Gyula Kosice, Juan Lascano, Ernesto Bertani o Marta Minujín, la Galería Zurbarán organiza un promedio de 40 exposiciones por año. Por su parte, Gutiérrez Zaldívar divide su tiempo entre la dirección del espacio, los viajes, la escritura -tiene más de 100 libros publicados- y la difusión de artistas.
Páginas de arte cuyano
Los artistas viajeros europeos, los primeros pintores mendocinos, los centros de enseñanza más destacados y sus distinguidos maestros forman parte del recorte histórico realizado por Ignacio Gutiérrez Zaldívar con el apoyo de la Universidad Champagnat.
La riqueza de los monumentos públicos y las obras murales también integran esta edición que contiene la biografía de 83 artistas de distintas épocas y un recorrido visual a través de más de 380 ilustraciones. “Con el nacimiento del mulato Gregorio Torres en 1819, el primer pintor mendocino, comienza esta historia”, esboza en las primeras líneas el autor de un centenar de títulos relacionados con el arte nacional.
“El libro nace en octubre de 2013 gracias al incentivo del “Pilo” Bordón y el Consejo de la Universidad. Creo que se trata de un leading case y que viene a llenar un vacío muy importante.
Pienso que llegó el momento de demostrar el gran valor cultural que tienen los artistas de Mendoza y esto es sólo el primer escalón. Ustedes tienen cinco centros culturales importantes: el Espacio Cultural Julio Le Parc, el Museo Fader, el Espacio Contemporáneo de Arte, el Museo de Arte Moderno y La Nave Cultural.
Es criminal que no tengan en cada uno de ellos al menos 20 obras de artistas mendocinos para que los turistas las puedan ver. Es clave que tomen conciencia de los artistas que tienen y de mostrar lo que hacen.
Aquí hay figuras que es increíble que no se conozcan en la Argentina; parafraseando a Ortega y Gasset, “mendocinos a las cosas”, yo creo que tienen lo más importante, la materia prima: artistas brutales y súper generosos.
Las condiciones naturales, las grandes escuelas, la tradición, los buenos maestros y los grandes pintores hacen de la provincia un lugar perfecto para crear, sumado a eso, desde hace unos 25 años dedicarse al arte supone una actividad prestigiosa”.
Dedicado al fallecido intendente de Ciudad, Víctor Fayad, “quien me hizo amar a Mendoza”, el libro se encuentra disponible en las librerías de la provincia a un valor de $1500.