Uno de mis viajes favoritos sucedió en los últimos soles de otoño de 2012. Fuimos a Chile con mi compañero Pablo y esto tiene mucho de historia de amor.
Luego de haber participado como músicos de la Vendimia central de ese año reunimos el cobro de ambos y nos decidimos a partir al vecino país en búsqueda de nuestro todo: comprar una guitarra, visitar el mar, concretar el incipiente noviazgo y sobre todo alimentar las almas.
Aún habiendo cobrado una buena suma de dinero por nuestro arduo trabajo de tres meses ininterrumpidos, el hippismo predominaba y nos fuimos en un bus eligiendo pasar siete horas tomando mates y contemplando cordillera, nieve, imágenes recortadas por la ventanilla y sus historias.
Así, primero llegamos a Santiago de Chile, caminamos bastante arrastrando bolsos y algunos instrumentos hasta encontrar dónde pasaríamos la noche. Al día siguiente nos dirigimos a una soñada casa de venta de instrumentos musicales, donde hay muchas y muy prestigiosas guitarras. Después de probar un par dimos con la indicada: una criolla española, marca Alhambra 5P. Mucho más de lo que esperábamos.
Mientras Pablo probaba el sonido yo experimenté la satisfacción del trabajo realizado y de su recompensa. Se me corrieron un par de lágrimas por toda la situación y porque él parecía un niño feliz con un juguete nuevo. Y aún quedaba otro detalle, los dueños del local nos coronaron con un regalo: un súper estuche y cuerdas para la viola nueva. Increíble.
Los días siguientes transcurrieron entre caminatas por Valparaíso, atardeceres en el mar, cenas reflexivas, música y la hermosa sensación de reencontrar en mi corazón a mi amado Pablo Neruda o a la increíble Violeta Parra.
Este viaje logró además que hoy admire a varias compositoras y cantantes chilenas y que pueda interpretar su música y me sienta muy hermanada con ellas y su lugar. Es que la cordillera nos une, es tan de ellos como nuestra. Estamos más emparentados de lo que hemos pensado siempre.
Fuimos en búsqueda de nuestro todo y nos volvimos llenitos. Fue hermoso.