La Guerra de la Triple Alianza comenzó el 13 de abril de 1865, cuando Paraguay -bajo las órdenes del Mariscal Francisco Solano López- atacó a dos desprevenidos barcos argentinos. Casi toda la tripulación fue asesinada al grito de “¡Viva López! ¡Mueran los porteños!”. Luego de este episodio se ocupó Corrientes y sólo entonces las autoridades argentinas comunicaron a los argentinos la declaración de guerra. Pero Bartolomé Mitre, presidente de entonces, estaba al tanto de la declaración antes de la agresión y para muchos autores —entre ellos Isidoro Ruiz Moreno y José María Rosa— lo ocultó para indignar a los argentinos y recibir apoyo interno.
Aunque fue una guerra muy impopular, no todos se opusieron al enfrentamiento. Muchos se alistaron para ir al frente de modo inmediato, sobre todo en Buenos Aires. José Ignacio Garmendia -uno de los militares que participó de esta contienda- inmortalizó la partida de los soldados porteños, cuyas madres —cuenta— "en tropel desolado acompañan a los Batallones que vi partir al principio de esta guerra por la calle Florida. Aquella pena suprema saboreando la angustiada faz, aquél llanto amargo y silencioso coloreando los doloridos ojos, mezclado al polvo del camino; aquellos pañuelos que se llevaban a la boca para ahogar un gemido, aquél apresuramiento en zozobra pisándose unas a otras para no perder de vista un instante al que partía tal vez para no volver más; aquél adiós eterno y tremendo".
Al comenzar el enfrentamiento, tanto el Ejército como la Armada Argentina eran inferiores numéricamente a las fuerzas paraguayas, aunque estábamos mejor preparados y contábamos con mayor experiencia e instrucción militar.
Luego del ataque a los barcos, la ocupación de Corrientes llevada a cabo por los paraguayos fue brutal. El saqueo fue extremo llegando a robarse los marcos de puertas y ventanas. El ex presidente Santiago Derqui fue uno de los afectados y escribió a su hijo Simón: "En Santa Catalina [Corrientes] sólo ha quedado la casa, y esa sin puertas pues las rompieron para sacar las cerraduras y tranquillas, que hasta dónde puede llegar la ratería de estos paraguayos: hicieron pedazos todos los muebles que encontraron, incluso las cajas de fierro y los marcos e los cuadros, cuyas láminas llevaron. No dejaron un solo animal, ni los petizos de las niñitas. Sólo han quedado once lecheras y siete bueyes, que se les volvieron del arreo que llevaban, buscando la querencia".
En cada oportunidad —al partir las tropas paraguayas, entre trincheras improvisadas, humeaban los vestigios del horror. El panorama se presentaba dantesco. Los vidrios rotos se mezclaban con las teclas de algún piano destinado a servir como leña, mientras irrupciones fétidas anunciaban macabros descubrimientos. Simultáneamente en Paraguay cientos de argentinos sufrían un maltrato cotidiano. Algunos ancianos que habían desarrollado sus vidas allí terminaron presos y torturados por el solo hecho de ser compatriotas de Mitre.
La ocupación duró cinco meses. Obligados a retirarse, los paraguayos continuaron hostigando las costas correntinas a través de pequeñas expediciones. Regresaban a su tierra con rehenes, ganado y cabezas humanas a modo de trofeos.
Increíblemente, en septiembre de 2007 la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner decidió homenajear al dictador paraguayo que devastó Corrientes y sembró la muerte en territorio argentino. Hizo denominar “Mariscal Francisco Solano López” al Grupo de Artillería Blindada 2, de Rosario Tala, Entre Ríos. Esta unidad del Ejército Argentino -creada en 1917 por órdenes de Hipólito Yrigoyen- mantiene la denominación impuesta por el kirchnerismo, constituyendo un verdadero atropello a nuestra soberanía y a la memoria de quienes perdieron su vida entonces.