Hace varios meses, cuando Donald Trump, el presidente de EEUU, aplicó la primera tanda de aranceles a China, se desató una batalla de aranceles que ya alcanza una franja de comercio de u$s 360.000 millones.
Estos obstáculos mutuos ya han comenzado a generar problemas. Primero en los países involucrados ya que ambos están sintiendo una caída en su comercio exterior y, por ende, en sus niveles de producción. De mantenerse la situación, a corto plazo se comenzará a sentir en los niveles de empleo. Ya hay estadísticas que muestran un menor ritmo de ambas economías. Pero, además, esos países pierden poder de compra y eso afecta a terceros países proveedores.
Otra de las consecuencias es que, para colocar sus producciones, ambos países aplicarán una serie de medida de apoyo a sus empresas, básicamente subsidios, para que salgan a buscar terceros mercados, en los cuales van a competir con mucha agresividad, perjudicando a otros países posicionados que deberán soportar una violenta competencia en precios y volúmenes.
El problema está tomando formas peligrosas ya que China trata de compensar los aranceles norteamericanos depreciando su moneda, el yuan. Mientras, Trump le exige a la Reserva Federal que aplique una baja agresiva de la tasa de interés para generar una devaluación del dólar a nivel mundial. Esto es peligroso porque se puede entrar en una guerra de devaluaciones competitivas, algo que todos los países, en su momento, se comprometieron a no utilizar en ocasión de la firma del Tratado que dio origen a la Organización Mundial del Comercio.
En su cruzada, motivada por la campaña para conseguir su reelección, Trump también amenaza a la Unión Europea, bloque que no está pasando por su mejor momento, ya que Alemania ya cumplió dos trimestres en recesión. Siendo la locomotora que empuja al grupo, el resto de los países europeos también están comenzando a sentir el rebote de estas batallas que recién comienzan.
La situación se empieza a sentir en los mercados y tiene repercusión entre las consultoras especializadas. En los mercados se hace sentir porque, ante la inestabilidad, los inversores se refugian en bonos norteamericanos y hace subir el precio del dólar, en lugar de bajar como quiere Trump. Y esto impacta en los precios de las materias primas que bajan sus precios en dólares, mientras China ha moderado sus compras, aunque en el caso de la soja ya suspendió todas sus compras a EEUU.
Las consultoras internacionales ya avisan que las consecuencias de esta guerra, que no parece tener un fin claro, puede llevar al mundo a una recesión global que puede duran muchos años, sumiendo a muchos pueblos en la pobreza y la miseria.
El problema es muy grave. Las previsiones sobre el FMI ya están advirtiendo un modesto crecimiento de la economía mundial del 1% para el año, pero a la luz de estos acontecimiento es probable que sean más pesimistas aún.
Lamentablemente, el mundo se halla en una dura encrucijada. Es real que EEUU tuvo se economía muy abierta para muchos productos, pero también aplicó protecciones y subsidios a otras. No obstante, ha sido el más abierto y el cambio de las reglas de competencia mundial le dieron la excusa a Trump para volver a usar la mística de la guerra para ganarse la simpatía de sus votantes. Esperemos que la cordura impere en estos líderes mundiales y se den cuenta de que lo que se juega no es solo el destino de sus países.