Las relaciones entre China y EE.UU. siempre fueron tirantes por aspectos políticos y militares. La vigencia del régimen comunista chino se consideró una amenaza por los norteamericanos, pero nunca hubo obstáculos para los vínculos comerciales. La apertura china a las inversiones de empresa de EE.UU. dándole seguridad jurídica fue bien vista ya que se creía que la exportación de capitales era virtuosa.
En realidad, China abre su mercado a las inversiones sin tener capital ni tecnología y con empresas americanas, japonesas y europeas comienza un feroz desarrollo basado en bajos costos laborales y menores tasas impositivas. Así, en menos de 25 años, llegó a ser la segunda potencia mundial y un jugador de peso no solo en los mercados tradicionales sino que se generaron empresas chinas que avanzaron en desarrollos tecnológicos.
El intercambio comercial entre ambos países fue muy importante, pero mientras los chinos compraban materias primas básicas y algunos productos muy especiales, como aviones, les vendían a EE.UU. todo tipo de manufacturas, en su mayoría producida por empresas estadounidenses instaladas en el gigante asiático. El saldo comercial era rotundamente favorable al país de oriente, el cual a su vez tiene 1,1 billones de dólares en sus reservas de títulos de la deuda norteamericana.
Cuando asume Trump la presidencia de EE.UU., lo hace con un discurso proteccionista, prometiendo echar a los inmigrantes indocumentados para proteger el trabajo de los norteamericanos, y se trenza en una dura lucha con el acuerdo que lo unía a Canadá y México. Así el NAFTA quedó en el olvido y nació un nuevo tratado menos permisivo para las exportaciones de los otros dos países.
Ya en marzo de 2018 Trump lanza su ataque contra China imponiendo aranceles del 25% a ventas por u$s50.000 millones y China le contestó poniendo aranceles a 120 productos norteamericanos, entre ellos la soja. Trump contraatacó con más aranceles y China le contestó suspendiendo compras de soja. Y así prosiguió una escalada que mostró el juego cuando EE.UU. ordenó a empresas norteamericanas y a organismos de seguridad nacional no comprar más tecnología a la empresa Huawei, a la cual acusó de espionaje.
En algunos momentos anuncian tranquilidad y en otros el presidente norteamericano se enoja y vuelve a la carga con nuevos medidas para presionar a su rival. China devaluó su moneda el yuan, como manera de contrarrestar los aranceles de Trump y éste montó en cólera contra la Reserva Federal, que había hecho una mínima rebaja de 0,25% en la tasa de interés. Ahora el presidente estadounidense reclama que la baja de la tasa sea de 1% adicional (100 puntos básicos) mientras asegura que las negociaciones serán muy largas.
El planteo básico de EE.UU. a su socio tiene una faz visible: la intención de que muchas empresas que se fueron vuelvan a su país, para lo cual les ha bajado impuestos y ofrece algunas mejoras. A su vez, quiere frenar el ingreso de productos manufacturados que perjudican a las empresas locales.
Pero el planteo tiene otra cara oculta es el dominio del poder tecnológico, donde China parece haber hecho punta con el sistema 5G, del cual dependerán muchos de los avances tecnológicos que ya están apareciendo. Tan serio es esto desde el punto de vista estratégico que, incluso, Trump no se ha visto turbado por el avance chino en América Latina y mucho más agresivo en Africa.
El problema es que esta batalla está complicando a ambas economías, las cuales están produciendo menos y vendiendo menos y esto hace saltar alarmas en varios mercados, como el petrolero, donde ya se ve menor demanda global por menor producción. La última novedad fue que Alemania entró en recesión y esto se traduce también en la Unión Europea, dado el peso de los alemanes en el concierto de ese continente.
Esta crisis, que recién comienza, anuncia varios años muy difíciles para la economía mundial ya que si los grandes no consumen, los pequeños no tienen a quien venderle. Y es una lucha entre gigantes en la cual es122 mejor mantenerse a un costado. No obstante, si esta guerra comercial deriva en una guerra de monedas, con devaluaciones competitivas, las consecuencias serán mucho más graves.