El 23 de abril, se cumplieron tres meses desde que Juan Guaidó, presidente de la asamblea de Venezuela, fue electo por ella como “Presidente Delegado”. La fecha elegida para iniciar su movimiento (23 de enero), era una definición política: se trataba del 61º aniversario, de que un movimiento cívico-militar, destituyó al dictador Pérez Jiménez. Se partió de la base de que el Chavismo es un régimen populista autoritario y no un “totalitarismo” de acuerdo al modelo cubano. Tres meses más tarde, el movimiento opositor se encuentra empantanado. Como tres meses atrás, sólo la cuarta parte de los países del mundo reconocen al gobierno de Guaidó y menos de la mitad, de los países de la OEA, lo reconocen, aunque son los más importantes. El Grupo de Lima que los reúne ha perdido impulso y comienza a tener deserciones. Las Fuerzas Armadas y de Seguridad han mantenido la lealtad al régimen y las deserciones del primer mes han cesado. La economía y la situación social se han deteriorado más, pero fomentando la emigración, no la sublevación de la gente hambrienta. La oposición muestra divisiones y un sector más “duro” cuestiona a Guaidó por no reclamar abiertamente una intervención militar extranjera. El Presidente Delegado ha reaccionado convocando una nueva movilización opositora para el 1 de mayo, tratando que sea multitudinaria y provoque una escisión en el régimen, algo que no parece fácil.
Por su parte EEUU comienza a impacientarse al ver que la crisis se dilata y su objetivo de provocar un efecto “dominó” sobre Cuba y Nicaragua con la crisis del Chavismo no se concreta. En tres meses, EEUU dejó de comprar petróleo a Venezuela; embargó sus fondos en el exterior, transfiriéndolos a Guaidó; incautó barcos que transportaban petróleo a Cuba y otros aliados del Chavismo; amplió sanciones contra funcionarios civiles y militares del régimen; intervino fondos venezolanos depositados en bancos occidentales y sancionó a empresas que comercian el petróleo venezolano. Todo ello agudizó la crisis económico-social, pero no logró quebrar al régimen. También adoptó medidas económicas contra Cuba, que empieza a sentir las consecuencias y se ve obligada a imponer restricciones, como la limitación del consumo eléctrico. Trump, el Secretario de Estado (Pompeo), el Consejero de Seguridad Nacional (Bolton), el delegado para Venezuela (Abrams), el Gobernador de Florida (Scott) y el senador que representa al voto cubano-americano (Rubio), han reiterado en diversas oportunidades, que todas las opciones están abiertas en Venezuela, incluida la militar. Pero ha sido el Jefe del Comando Sur de los EEUU, el Almirante Craig Fuller, quien en la segunda semana de abril puso fecha: dijo que si a fin de año Maduro seguía en el poder, habría intervención militar de EEUU en Venezuela.
Paralelamente, el apoyo de Rusia, China, Irán, Siria, Turquía y Cuba, no sólo se ha mantenido sino que se ha incrementado, incluyendo la presencia militar, lo que desafía a los EEUU en su propio hemisferio. La presencia cubana en el control de la seguridad y la inteligencia, no sólo se ha mantenido sino que ha aumentado. La presencia militar rusa comenzó a fin de enero con el despliegue de mercenarios y aumentó desde fines de marzo, con el despliegue de fuerzas regulares, especializadas en cyberdefensa y defensa aérea. Irán estableció un vuelo diario a Caracas y ofreció enviar unidades de la Guarida Republicana,- que EEUU acaba de declarar como fuerza "terrorista"-, que pueden sumarse a elementos de Hezbollah, que ya están en el país desde antes del movimiento de Guaidó. El canciller venezolano fue recibido por el Presidente Assad, en Damasco a comienzos de abril. China ha dicho que las fuerzas rusas deben permanecer en Venezuela, porque se trata de un país soberano que las ha pedido y Erdogan ha hecho caso omiso a la advertencia de Washington de que cese el apoyo
a Maduro. En la Cumbre de la OTAN realizada a comienzos de abril en Washington, el Secretario de Estado de los EEUU, denunció la amenaza militar rusa en el Mar Negro y en Venezuela. Trump ha exigido la salida de las tropas rusas del país, pero un solo país latinoamericano ha realizado el mismo reclamo: Brasil. El Grupo de Lima se ha limitado a expresar su "alarma" por el aumento del riesgo de un conflicto armado. La política de Rusia y China en Venezuela, hoy tiene más interés estratégico que económico: pueden impulsar un conflicto armado en el Caribe, área de influencia estadounidense.
Hacia el futuro, la situación venezolana es compleja e incierta y plantea diversos escenarios. En el caso (improbable), de que la estrategia de Guaidó apoyada por el Washington y el Grupo de Lima tuviera éxito y el régimen chavista se derrumbara, se
requeriría para que el gobierno provisional pudiera afianzarse: un préstamo de los organismos financieros internacionales de aproximadamente 40.000 millones de dólares, para poder poner en marcha la economía y en particular la explotación petrolífera; un asistencia humanitaria sin precedentes, para que pueda sostenerse un gobierno nuevo en una situación tan crítica; una fuerza de paz de una dimensión que no registra antecedentes en América Latina, dada la cantidad de grupos armados que hay en Venezuela, estatales, para-estatales y delincuenciales. Pero si el régimen se fractura, pueden generarse escenarios más complejos para Venezuela y la región. En febrero, en la reunión del Grupo de Lima realizada en Ottawa, la canciller canadiense advirtió sobre el riesgo de transformar Venezuela en otra Siria. Es decir que un conflicto armado interno, termine involucrando a las grandes potencias como sucedió en dicho país árabe. A su vez el Canciller italiano, al argumentar porqué su país no reconocía a Guaidó como lo ha hecho la mayor parte de los países de la UE, sostuvo que se estaba creando otra Libia en el Caribe. Se trata de una situación de anarquía armada como la que vive dicho país del Magreb, con dos gobiernos enfrentados y diversas milicias y etnias que combaten entre si.
En conclusión: Venezuela salió de las primeras planas, pero la crisis se prolonga y el tiempo juega a favor de Maduro, lo que no sólo es un fracaso de Guaidó, sino también del medio centenar de países de Occidente que lo han reconocido, comenzando por el Grupo de Lima.