La figura de "homo politicus" le cae justa a Julio Humberto Grondona, el dirigente que se mantuvo 35 años ininterrumpidamente como presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Su fallecimiento impidió que completara su noveno mandato consecutivo, un registro que comenzó en 1979 y que no tuvo equivalencia alguna en la conducción de la casa matriz del máximo deporte a escala popular que tiene nuestro país. Sus vínculos con el almirante Carlos Lacoste le permitieron en 1979 proyectarse hacia la esfera más grande a nivel planetario: la FIFA. Esta entidad, que rige el gobierno ecuménico futbolístico, lo tuvo en puestos clave como vicepresidente; además, presidió la estratégica Comisión de Finanzas y el Consejo de Mercadotecnia y Televisión.
Grondona supo construir política con una habilidad, constancia y vocación que lo convirtieron en un directivo a tiempo completo, cuando sus respectivos antecesores duraban poco y nada en el sillón de la calle Viamonte al 1300, inmueble ubicado a poco más de dos kilómetros de la Casa Rosada. Su frase de cabecera, "todo pasa", fue un símbolo del poder que supo acumular desde las sombras.
Todo pasa, sí, como pasaron gobernantes de facto y democráticos mientras Grondona se sostuvo al frente de la AFA. Desde el dictador Videla hasta el actual gobierno constitucional de Cristina Fernández, Don Julio siempre logró articular ligazones con la cúpula gubernamental. De simpatías con el balbinismo, a principios de los 60s, se convirtió en un pragmático y sorteó inconvenientes circunstanciales con una muñeca política digna de ser destacada.
Grondona hizo una carrera meteórica en el plano nacional e internacional, simultáneamente. Luego de haber sido el presidente de Arsenal de Sarandí (1956/1976) pasó a ser el conductor de Independiente de Avellaneda a partir de 1976. En ese momento, en el cual se desempeñaba como tesorero de la AFA, fue cuando forjó un vínculo estrecho con Lacoste (a cargo de la organización del Mundial '78), quien lo catapultó a la conducción de la máxima entidad del fútbol nacional en abril de 1979.
A partir de tomar las riendas de la AFA, su acercamiento al brasileño Joao Havelange (presidente de la FIFA), favorecido por los respectivos gobiernos dictatoriales de la Argentina y Brasil, permitió que el dirigente se encolumnara en los escalones más altos de la institución con sede en Suiza. Desde 1988, inclusive, pasó a ser parte de su Comité Ejecutivo y en convertirse en uno de los sostenes del actual presidente, Joseph Blatter.
El estilo personalista de Grondona se acrecentó con el tiempo, con un manejo en el que las decisiones de peso le pertenecían por completo y las de menos relevancia, también. Las sesiones del Comité Ejecutivo de la AFA siempre estuvieron sujetas a la definición taxativa de Don Julio, quien solía escuchar a todos antes de emitir una opinión definitiva. Un caudillo de economía de palabras, que gobernaba con mano de hierro sin necesidad de mostrarse verborrágico.
Grondona solía conformar una mesa chica de dirigentes, en quienes delegaba el rol de voceros pero nunca el de constructores de poder interno. Sus integrantes le eran fieles y difundían el pensamiento de su jefe con un disciplinamiento absoluto. En la AFA, desde que Don Julio había anunciado que no iba a presentarse a un próximo mandato (el actual vence en octubre de 2015), había comenzado a erigirse una corriente que proyectaba el llamado "Grondonismo sin Grondona". Ergo, el mantenimiento de una línea aún sin la presencia de su figura emblemática.
Los acercamientos al Gobierno Nacional, por intermedio de "Fútbol para Todos", aumentaron su poderío en el manejo de los aportes económicos que llegaban a la AFA. De hecho, Grondona había concretado una jugada brillante: convertirse en un virtual agente de retención ante el pedido desesperado de los clubes endeudados. Él definía cuánto, cómo y a quién; nadie más.
Su astucia política trascendió las fronteras nacionales. Tejió y destejió alianzas que favorecieron a la FIFA desde el punto de vista de ingresos financieros, en detrimento de las negociaciones que sólo ponían a la UEFA en el centro de la escena. Su espalda política pareció inmune a las acusaciones de sobornos y fraudes por el otorgamiento a Rusia y a Qatar de las sede de los mundiales 2018 y 2022, respectivamente. Sin su influencia, la cabeza de Blatter al frente de la entidad sita en Zurich no se hubiera mantenido con tanta facilidad.
Mantuvo, además, una relación de amor-odio con Maradona, con quien cortó relaciones definitivamente luego del Mundial 2010, en Sudáfrica. Su último roce fue luego del triunfo argentino sobre su par iraní, en Belo Horizonte, cuando - tras el gol agónico de Messi - expresó a viva voz: "Se fue el mufa y ganamos", en alusión a Diego. No recordó, en ese momento, que gracias al campeón mundial 1986 quedó consolidada su posición de vanguardia dentro de la FIFA hasta el último día.
Grondona proyectó al fútbol argentino, en su conjunto, al sitial privilegiado de las cuatro grandes potencias del fútbol mundial, junto a Brasil, Alemania e Italia. Sin embargo, dentro de los límites del territorio nacional a su obra le quedaron puntos oscuros sin resolver: el crecimiento del barrabravismo o los campeonatos costosos y con escasos incentivos, especialmente para los clubes de ascenso de todo el país. La muerte lo encontró a días de la inauguración de una reforma de las competencias en la que faltó debate previo y discusión abierta.
Sin su presencia, de neta connotación autocrática, se abre un gran interrogante para la organización del fútbol a nivel nacional. Más allá de las cuestiones protocolares o de forma, lo cierto es que resulta imprescindible una lectura en la cual desde la AFA se potencien los aciertos de la gestión grondonista y también se asuman los errores como modo de no repetirlos. Ése será el gran desafío para el futuro de un deporte de crecimiento ilimitado y que, sobre todo, excede los límites de lo meramente competitivo para transformarse en una herramienta eficaz de socialización.
Por Fabián Galdi