olía decir que la muerte no existía. Era, comentaba, "como un grano de maíz que vuelve a germinar". Por eso no se preocupó demasiado por su testamento, lo que complicó bastante las cosas entre los herederos de sus dos matrimonios.
Mejor vayamos al comienzo de esta historia. Mientras subimos la colina donde está la Casa-Museo Guayasamín, recordamos: el artista nació en Quito, el 6 de julio de 1919, décimo hijo de padre indio y madre mestiza. Pensemos lo que eso significaba en un país de veintidós etnias sometidas -a fuerza de racismo- bajo el poder del blanco. Su padre se ganaba el pan como carpintero y, más tarde, como taxista y camionero.
Su madre murió joven. Fue pobre -muy pobre- pero supo desde chico que no estudiaría para ser doctor. Que lo suyo era la tela o la pared y esa compulsión irrefrenable de expresarse. Después lo entendió mejor: "Pintar es una forma de oración, al mismo tiempo que de grito. Es casi una actitud fisiológica, y la más alta consecuencia del amor y de la soledad".
Ahora, esa mansión desde donde se tiene una panorámica privilegiada de Quito, evidencia el éxito del pintor latinoamericano que supo conquistar los mercados del mundo. "Mi pintura es de dos mundos. De piel para adentro es un grito contra el racismo y la pobreza; de piel para fuera es la síntesis del tiempo que me ha tocado vivir", asumía.
Al cabo, uno de los turistas que visita la Casa-Museo cuestiona ese glamoroso estilo de vida que el pintor de los desdichados escogió finalmente. Entonces, la memoria arroja esa anécdota que contó otro artista argentino, Gorriarena, en una entrevista.
"Guayasamín, que como todo el mundo sabe era un militante comunista conocido, que hizo un arte de tipo social, colgó en una exposición un cuadro donde hay un capanga arriba de un caballo castigando con un látigo a un campesino. Piensa que no lo va a vender, pero es de los primeros en venderse, aunque tenía un precio fabuloso. ¿Y quién lo compró? Pensá en un Patrón Costas, un terrateniente de los más importantes".
"Guayasamín hace lo imposible por hacerse invitar a su casa y lo logra, porque es Guayasamín: le dan una comida maravillosa, y cuando están después de los postres fumando un habano cubano, tomando el mejor whisky del mundo, le pregunta a este viejito de 95 años, que domina el país, por qué le compró ese cuadro. 'Hijo, yo pienso lo mismo que usted: así hay que tratar a estos hijos de puta', le respondió. Es el máximo cuestionamiento que se puede hacer de la pintura social, y yo estoy de acuerdo. ¿Quiénes les compran los cuadros a los pintores, y más cuando somos muy conocidos? Aquellos que poseen el dinero. Toda la pintura pietista del mundo adorna lugares enormes, muy bien iluminados, con muebles carísimos. Esa es la realidad".
La discusión queda en otro plano cuando se impone la serie en gran tamaño, apenas traspasamos el umbral de la Capilla del Hombre.
Paréntesis: la Capilla del Hombre es el museo que alberga la mayor parte de la obra del fallecido pintor ecuatoriano.
Está formada por dos plantas y un subsuelo en los que Guayasamín habría planeado pintar un enorme conjunto de murales sobre la historia del hombre latinoamericano, desde su mundo ancestral precolombino.
Expresionismo indígena se llamó a su visión de cuerpos esqueléticos, de rostros traspasados por el dolor o la miseria.
La humanidad ha levantado infinitos templos a sus dioses; es hora de que alguien levante alguno en honor al Hombre. Esa idea se instaló en la mente de Guayasamín y no la abandonó hasta que vio la Capilla terminada.
"La obra representará lo que fue América antes de la llegada de los españoles: sus dioses y símbolos, su cosmogonía, su arquitectura, su música, danzas y vestidos, sus animales y plantas", soñó. Al fin, después de muchos años y una larga lista de adhesiones, el complejo arquitectónico se inauguró y abrió al público.
En el centro, una llama lo invoca permanentemente: "Mantengan una luz encendida que siempre voy a volver".
Muy cerca, sus restos descansan al pie de un arbolito que él mismo sembró, y que su familia denominó El árbol de la vida, un árbol en lo alto de esa obra arquitectónica, que es un homenaje a la América precolombina.
Los inocentes
En el año 1932, cuando Ecuador estalló en "la guerra de los cuatro días", Guayasamín era apenas un adolescente. En medio de una manifestación, muere su mejor amigo. Años después, convertido en un potente artista de denuncia social, las escenas vistas en el '32 son representadas en el cuadro "Los niños muertos", simbolizando a todos los inocentes que murieron.
Las guerras civiles, los genocidios, los campos de concentración, las dictaduras, las torturas, la desigualdad, la intolerancia, la lucha, la esperanza y la reivindicación de los humildes, fueron las líneas temáticas que desarrolló, mientras, a la par, su personalidad iba fundando su propio culto.
Decía: "Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre".
Genio y figura.
Su omnipresencia ("Vengo pintando desde hace tres o cinco mil años, más o menos") y su autodenominación ("Yo soy un indio. ¡Carajo!") destacaron en esa personalidad tan admirable como polémica que le llevó a asumir su carácter de monstruo aglutinador de la plástica ecuatoriana. Es que Guayasamín se convirtió también casi en símbolo nacional. Y no solo como ícono desde lo oficial, también desde lo popular, que reprodujo hasta el hartazgo su 'estilo' Guayasamín
Amigo de Fidel Castro, apadrinado por Rockefeller, premiado por Franco, retratista de monarcas y activistas; el pintor de la ternura, arrebatado por la ira: vida de hombre, contradicciones de artista.
En su taller de pintura ahora se exhiben sus materiales de trabajo y su colección de música. La paleta, las espátulas, los colores, dejan grabado un grito complejo y fundamental.
Los caminos del llanto, la ira y la ternura
La primera gran serie pictórica o etapa de Guayasamín se llama "Huacayñan". Es una palabra quechua que significa "El Camino del Llanto". Se trata de una serie de 103 cuadros pintados después de recorrer durante dos años toda América Latina.
La segunda gran serie pictórica se denomina "La Edad de la Ira". La temática fundamental de esta serie son las guerras y la violencia, lo que el hombre hace en contra del hombre.
La tercera etapa, conocida como "La Edad de la Ternura" o también "Mientras vivo siempre te recuerdo", es una serie que Guayasamín dedica a su madre y las madres del mundo y en cuyos cuadros se puede apreciar colores más vivos que reflejan el amor y la ternura entre madres e hijos, y la inocencia de los niños.
En sus últimos años decía encontrarse trabajando en la "Edad de la Esperanza", la síntesis de todos sus conocimientos técnicos y de su experiencia de la vida.
Con el grito en los huesos
El artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (nació en julio de 1919 y murió en 1999) es considerado el máximo exponente del expresionismo indígena. Denunció con su paleta el racismo, el dolor y también la ternura humana. Hoy, su Casa-Museo y su gran obra ar
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hace 54 minutos