El grave problema de la competitividad

Los pedidos se reiteran pero las soluciones no llegan. A la industria vitivinícola -situación a la que no son ajenas otras actividades- le resulta cada vez más difícil mantener la competitividad en los mercados internacionales. Han caído las exportaciones

El grave problema de la competitividad

En los últimos años, los planteos surgidos de parte de los bodegueros exportadores respecto de la caída de la competitividad de los vinos es un tema que se ha repetido, aunque sin ningún tipo de respuestas por parte de quienes tienen a su cargo la conducción de la política económica nacional.

Todo el trabajo desarrollado por la industria vitivinícola local a lo largo de más de dos décadas comienza a mostrar debilidades y al vino argentino se le multiplican los problemas para mantenerse en las góndolas de los mercados extranjeros.

La ecuación es simple: existe una inflación creciente en la Argentina que genera aumentos en los costos, tanto en la producción como en la elaboración.

Los incrementos salariales, sumados a los de los insumos, han generado que los valores de los vinos deban incrementarse en igual proporción. Sin embargo, el dólar no aumentó en la misma medida, por lo que la competitividad de los vinos argentinos pierde espacios.

Y en su afán por mantener los mercados las bodegas reducen al máximo sus márgenes de ganancia, mientras en la otra punta de la cadena el productor también paga las consecuencias porque también a él le aumentan los costos (el laboral en su caso es más del 60% del total) pero los valores de sus uvas o de sus vinos se mantienen y hasta se achican.

Por otra parte, si bien es todo el espectro el que está siendo afectado, los problemas mayores se les presentan a las bodegas chicas y medianas, que no cuentan con espalda financiera. Se ven obligadas entonces a derivar al mercado interno el vino que pensaban exportar, pero se encuentran con el inconveniente de que, al no poseer marca propia o conocida, se les dificulta el ingreso al público consumidor.

El tema afecta a todos los tipos de vino, desde los de consumo masivo hasta los de alta gama. Un ejemplo significativo es el del Valle de Uco, donde por condiciones climáticas y de altura, los tres departamentos de esa zona se vieron beneficiados por importantes inversiones, especialmente extranjeras. La superficie implantada con viñedos alcanzó las 25.545 hectáreas, mostrando un incremento del 96% respecto del año 2000.

De las 13.500 hectáreas de viñedos nuevos que se implantaron en el país, en el periodo comprendido entre 2000 y 2010, 11.000 fueron en el Valle de Uco. Según un informe proporcionado por el INV, prácticamente la totalidad de las hectáreas cultivadas corresponde a uvas para vinificar, de alta gama, con un poderío absoluto de la variedad malbec, que constituye el 46 por ciento de las uvas de calidad de la región.

Sin embargo, al decir de los propios actores de la actividad, luego de un avance del 334 por ciento en las exportaciones entre 2000 y 2010, en los últimos tres años se ingresó en una meseta y hasta se ha producido una caída importante, en razón de que los elaboradores han decidido “hibernar” a la espera de que el panorama económico se modifique.

El problema de la competitividad no atañe directamente a las autoridades provinciales, pero si las provincias vitivinícolas actúan en conjunto, planteando con la seriedad que el caso requiere a sus pares nacionales, la presión será útil.

Es más, algunos hechos llevan a pensar que el Gobierno nacional tiene una imagen equivocada de la industria en razón de que, a pesar de los gravísimos problemas por los que está atravesando, sigue siendo tomada como ejemplo para mostrar el avance de la economía en la “década ganada”.

Lo que sucede en el Valle de Uco se transmite a todo el resto de la provincia y la caída en la actividad y en las inversiones significa también la pérdida de miles de puestos de trabajo.

El tema es serio y preocupante y la proyección a futuro no es para nada optimista.

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