Los Benito sentaban sus reales en San José, ahí en la calle Alberdi, que ahora es el límite Este de la Terminal de Omnibus y desde allí, Oscar acompañaba a su hija Liliana a la escuela Juan Bautista Alberdi, de la Sexta Sección. Esos viajes en el tranvía duraron todo el primer grado, hasta que la familia se aquerenció en la calle Paraná al 800.
Desde ahí todo fue más fácil y hubo mucho tiempo para dedicarles a los tíos abuelos, Pancho y Albina, que vivían en la esquina de Julio A. Roca y Paso de Los Andes, que regaloneaban a los hermanos Liliana y Oscar, a punto de llevarlos casi todos los días al cine, con la parada inevitable en la heladería "Perín".
En la terraza de esa inolvidable esquina el "Abuelo Pancho" hizo que Liliana tomara contacto con la raqueta y una pequeña fotografía grafica el momento, con una posición de cómo pegarle de revés, con un melón que era tan grande como ella y, por supuesto, la pelota que ya obedecía el mando de la pequeña alumna.
-¿Cuándo empieza la vida del club?
-Eramos muy chicos y en tiempo de vacaciones el "Abuelo Pancho" nos iba a buscar a las seis de la mañana y nos llevaba a pelotear con Laureano Díaz, que era el canchero del Mendoza Tenis Club, mientras él dirigía la práctica. Mi padre, cuando podía, se sumaba a la "troupe" para acercarnos sus consejos. Eso se repetía todos los días.
-¿El primer torneo?
-Ni me acuerdo como se llamaba, lo que si tengo presente es que recibí como premio una copita igual a la grande que ganó mi madre, que ganó el de primera. Es un recuerdo imborrable. Después jugué mil torneos, de los que casi no me acuerdo y más todavía, yo tomaba el tenis como una diversión, disfrutando jugar bien y, por sobre todo, haciendo lo que me marcaba el "Abuelo" y papá Oscar.
Hasta los 13 años todo era jugar y divertirme, hacer amistades y compartir con ellas los mejores momentos, sin tener mucha idea de lo que iba consiguiendo deportivamente a través de los triunfos.
-Aparece el "Gringo" Schultze...
-Oreste se sumó al grupo y rápidamente pasó a ser una persona muy querida dentro de mis afectos. Recuerdo que cuando entrenábamos me iba dejando para el último. Las sesiones eran exigentes y terminaban casi de noche, distendidos con "globos" y "cortadas" mutuas que nos divertían mucho. Después pasábamos por el buffet para disfrutar del clásico café con leche y las tostadas.
Yo disfruté esos momentos porque me divertía muchísimo.
-¿Por ahí no era tan divertido?
-¡No..! Había veces que me enloquecían en los partidos porque recibía las instrucciones del Abuelo, mi papá y el "Gringo" Schultze. Era bastante traumático eso de recibir indicaciones de tres de los cuatro costados de la cancha a la misma vez. Pasaba que cada uno pretendía imponer en mí su estilo de juego y no hacían más que confundirme, aunque yo sabía que todos lo hacían tratando de que todo fuera bueno para mi. Cada uno me decía algo distinto, lo importante fue que los tres me enseñaron lo mejor.
-¿Y cuándo pasás al Andino?
-Ahí no me acompañó el "Abuelo Pancho", no le gustó que me fuera al club rival de siempre. Allí, por momentos, me asistió Eliseo Girelli y después Gabutti. Los primeros tiempos fueron difíciles y se me complicaron las cosas ya que Girelli y Gabutti tenían otro tenis y trataron de modificarme casi todo. Por momentos no pude definir de qué manera pegaría el revés, por ejemplo, que era el golpe que mejor manejaba. Por supuesto que el que llevaba ventajas era papá, que seguía en casa con sus apreciaciones. Finalmente seguí jugando con mi propio estilo, es decir el que ya traía desde niña con mi abuelo, papá y el “Gringo”, y sólo perfeccioné mi saque, que era un poco flojo.
-Representaste muchas veces a Mendoza...
-Muchas. Una vez, en Mendoza y en un Argentino, recuerdo que en semifinales me tocó enfrentar a una chica de Capital, de nombre Marta Gorosito, que era enorme de contextura física. Yo pesaba 32 kilos y me metió un miedo terrible. Tenía 13 años y era flaquita y chiquita; “Gringo” Schultze, por un lado, y papá por otro, me gritaban ¡vamos “Lili”..! ¡vamos “Gorda”..! Con el constante aliento de los dos me fui tranquilizando y terminé en andas
de la gente que festejó largamente mi triunfo. En la final le gané a mi rival de siempre, “Tata” Bustelo, que junto a Susana Mateo fueron mis rivales más difíciles. Ahí conquisté el primer título argentino femenino para Mendoza, algo que no olvidaré jamás. Ese mismo día también fueron campeones argentinos el “Bicho” Héctor Romani y Roberto Ferrando.
-¿Y el Sudamericano en Córdoba?
-El equipo mendocino estaba compuesto por Alberto Torchia, mi hermano Oscar, la sanjuanina Graciela Groch y yo. Llegamos a la final junto a Brasil, estábamos igualados y, con Graciela, nos tocó definir el torneo en el dobles femenino. El partido fue durísimo y se prolongó por más cinco horas y media (5h32') para finalizar de madrugada. Al último apenas podía “soplar” la pelota, pero por suerte ganamos. Siempre se comentó que es récord mundial de duración en un encuentro de dobles damas, aunque desconozco si alguna vez fue homologado. Ese fue el máximo título que logré y, con el tiempo, llegué a tomar conciencia de su significado.
-¿No se te dio por la alta competencia?
-Con el tiempo llegué a enfrentarme con las mejores del país, como lo fueron Beatriz Araujo y Raquel Giscafré, que jugaban con éxito en los circuitos femeninos internacionales. Con ambas protagonizamos buenos partidos, ganando y perdiendo, pero en el mismo nivel que ellas. Allí tuve la oportunidad de ingresar en que ahora es el profesionalismo, además que mi papá me apoyaba incondicionalmente, pero, como dije antes, como yo al tenis lo tomé como una diversión, preferí los estudios, de lo cual jamás me arrepentí.
-¿Hubieras jugado el tenis de hoy?
-Por ahí llego a la conclusión que sí. Esto lo digo a nivel competencia, pero lo que no estoy segura es si hubiese aguantado el ritmo de viajes todo lo que uno debe dejar de lado, en especial el cariño de los míos. Siempre fuimos una familia muy unida y donde estaba uno aparecían siempre los otros. Como anécdota te cuento que luego de jugar el Sudamericano en Córdoba nos hicieron quedar para participar de otro torneo. Era, en un principio, la primera Navidad que iba a pasar lejos de mi familia, pero el mismo día 24 aparecieron todos en Córdoba. ¡Fue maravilloso..! Volviendo al tema de jugar el tenis de ahora. Habría otra razón que hubiera pesado mucho para dedicarme exclusivamente al tenis y fue conseguir mi título de profesora en Ciencias Exactas, que por momentos me separó del deporte competitivo.
-También fuiste instructora...
-Eso lo realicé mucho tiempo después, allá por el '80, casada y con un hijo, y fue a pedido de Osvaldo Romani, por entonces presidente del Andino. Un buen día me pidió que ingresara a la “Escuelita” de tenis y, a pesar que siempre me pareció que no estaba para eso, accedí. Atendí a los más chicos y luego de un par de años pasé al Mendoza con el mismo fin.
Mantuvo siempre la feminidad en su juego y en su aspecto. Vestida de blanco, con la pollera corta y las puntillas asomando tímidamente. Liliana María Victoria Benito, uno de los personajes del libro “Hacia un mundo mejor”, que escribió y editó el “Abuelo Pancho” y que, por supuesto, tiene a “Lili” como uno de sus protagonistas. Por tenista, por mujer, pero más como madre.
Apoyo
Apodo: simplemente "Lili".
Hijos: uno; Danielito, que falleció el 31 de agosto de 1993, antes de cumplir los 14 años.
Maestro: tres; "Abuelo Pancho", "Gringo" Schultze y mi papá Oscar, que llevaba la ventaja de seguir con los consejos en casa.
Rival: en los primeros años, "Tata" Bustelo. Después, Cristina Martín.
Compañera: la sanjuanina que se radicó en Mendoza, Graciela Groch, a quien recuerdo con mucho cariño.
Compañero: Manuel Campoy. Con "Manolo" constituímos la pareja perfecta. Por supuesto que en el tenis nada más.
Partido: como difícil, el de Córdoba, cuando con Graciela ganamos el doble femenino y fuimos campeones sudamericanas. Después, recuerdo con mucho cariño cuando jugué un doble mixto, que gané haciendo pareja con Fred Stolle (por entonces número 1 del mundo), aquella vez que pasó por Mendoza. Ahora es comentarista de televisión.
Satisfacción: el haber disfrutado el tenis como juego, sin tomar verdadera conciencia de los resultados que, por suerte, fueron en su mayor parte favorables.
Frustración: en lo deportivo no puedo hablar de ello. Por suerte diría que no sentí esa sensación, ya que el tenis me dejó amigos por todos lados y es sumamente reconfortante encontrarse con ellos de vez en cuando.