Grandes dilemas de Macri y Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa

Grandes dilemas de Macri y Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa
Grandes dilemas de Macri y Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa

A principios del siglo XX, el sociólogo alemán Max Weber diferenció en la acción política entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad. La “convicción” implica actuar de acuerdo a los principios y valores morales por encima de cualquier otra cosa.

La “responsabilidad” implica actuar de acuerdo a las consecuencias prácticas que se prevén de los actos, aunque a veces ello no coincida con los principios.

Llevado a sus extremos, la convicción puede degenerar en querer imponer las ideas a la realidad aunque el mundo se venga abajo. Mientras que la responsabilidad puede ser la coartada del oportunismo, de rendirse a hacer lo que hay que hacer por cobardía o incapacidad frente a los obstáculos o los enemigos.

Pero todo esto se trata de pura teoría. En la realidad el buen político es el que determina, caso por caso, de acuerdo a su leal saber y entender, si debe apelar a la convicción, la responsabilidad, negar a una por la otra o mantenerse en el medio de ambas.

No hay fórmulas generales para ello, sino criterios siempre subjetivos -sólo remitibles a la experiencia histórica- cuyos resultados demuestran la talla, el temple, la autoridad y el talento de cada político en particular.

A este gran dilema se enfrentó Raúl Alfonsín cuando debió apelar a las normas de punto final y obediencia debida. Él estaba “convencido” de que los culpables del genocidio militar y de la violencia guerrillera eran muchos más de los que ya habían sido procesados, por lo cual en su conciencia pesaban negativamente tales normativas.

Pero a la vez se sentía “responsable” de preservar la democracia, y sinceramente creía que sin ponerles un límite a los juicios a los violentos, debido al poder real que ellos aún tenían sobre la sociedad, podían hacer peligrar el orden legal como lo habían hecho los 50 años anteriores.

Y entonces optó por ceder a la presión de los insubordinados y ponerse a juicio de la historia, que a la larga terminó respetándolo aunque no todos ni siquiera hoy coincidan con su decisión.

Lo suyo fue una clara aplicación del dilema weberiano a la acción política práctica, muy lejos del idealismo abstracto o del oportunismo vulgar.

Muy diferente a lo que hizo Carlos Menem con el indulto a militares y guerrilleros condenados, porque en este otro político el dilema weberiano jamás se aplicó.

Menem es una personalidad en la cual la convicción es sólo la conveniencia. Para los que son como él, no hay valores superiores a los que indica la oportunidad política (más bien el oportunismo), por lo que siempre siguen la dirección del viento; como el camaleón, cambian de colores según la ocasión.

Hoy dos argentinos políticamente significativos se hallan frente a dilemas similares a los que debió vivir Alfonsín, y del modo como respondan a los mismos se verá su real talante para ponerse al frente de la historia sin que ésta los termine arrollando o arrojándolos a la intrascendencia.

Uno de ellos es el presidente Mauricio Macri, que se encontró frente a la resurrección del dilema weberiano con el caso de su ministro Triaca.

En su prédica constante, antes y luego de asumir la presidencia, Macri había expresado que no dejaría pasar accionares como ésta. Indefendibles por donde se las vea, sobre todo en el ministro encargado de velar por el cumplimiento de las normativas para los trabajadores.

Para Macri se trataba de una oportunidad dolorosa pero inmejorable de distinguirse de otros gobernantes al mostrar que lo que se exige de los demás también lo cumple con los suyos.

Además la mayoría de sus propios votantes no ve con buenos ojos mantener al ministro. Finalmente, lo más seguro es que en su fuero interno, Macri no apruebe el accionar de Triaca y que piense que se debería ir.

Pero su convicción se enfrenta esta vez con lo que él cree su responsabilidad: es que nadie ignora que más allá del fallido de Triaca, todo esto fue divulgado por los sindicalistas aterrados por las causas crecientes de corrupción que sobre ellos se deslizan y que lo que buscaron es lanzarle una advertencia a Macri: “O dejás de jodernos o te vamos a caer sobre todos tus ministros y sobre vos mismo”, o algo más o menos parecido.

Por ende, Macri cree que si cede entregando a su ministro, aunque satisfaga a la opinión pública, quedará muy debilitado frente a los que están dispuestos a desestabilizarlo si se les enfrenta, como ya se vio en gobiernos no peronistas anteriores.

Por eso hoy parece estar dispuesto a pagar el costo de ceder en su convicción para no debilitar su gobierno, como claramente lo pretenden los Moyano, los Triaca, los Zaffaroni o los Kirchner.

Con ello, no podrá escapar a que muchos, incluso entre sus votantes, piensen que se trata de otro presidente incapaz de hacer con los suyos lo que propone para los ajenos.

Por lo que si sostiene a Triaca, de aquí en más deberá cuidarse mucho más y demostrar que él y su gobierno están lejos del nepotismo y las corruptelas que de palabra dicen criticar.

Otro caso, en tónica similar pero quizá más grave, es el que enfrenta el papa Francisco con respecto al tema de los delitos sexuales de miembros de su Iglesia.

De acuerdo a innumerables expresiones, e incluso algunas acciones, él asumió su papado con la clara convicción de erradicar esas conductas del seno de su institución y logró un relativo consenso entre los suyos (aunque bastante relativo en algunos) para castigar con toda fuerza a los culpables de tales aberraciones.

Pero ocurre que había un problema adicional: antes de la llegada de Francisco, en casi todo el mundo, muchos jerarcas de la Iglesia Católica protegieron a estos depravados, mirando para otro lado o enviándolos a sitios bien lejanos de donde habían cometido sus crímenes (como con nosotros ocurrió en el Próvolo).

Casi se podría decir que existía de hecho una política oficial no escrita de proteger a la institución ocultando estos delitos. Si bien Francisco puso fin a dicha política, son muchos aún hoy los que creen que condenar a todos los que cometieron pederastia y no proteger más a ningún otro, no por ello implica avanzar también sobre las autoridades eclesiásticas que actuaron de cómplices al encubrirlos o alejarlos. Autoridades que son tan delincuentes como los pederastas, según lo indica cualquier convicción ética, católica o no.

A este dilema hace tiempo se enfrenta Francisco y en Chile se expresó con claridad pública como nunca se lo había visto. Su defensa extrema del supuesto cómplice de un pederasta, sea inocente o no, fue vista muy mal por mucha gente, pero a la vez complació a ciertos sectores internos de la institución religiosa que vienen pugnando por otorgar una especie de punto final a los cómplices de este mal.

No casualmente uno de los principales enemigos internos del Papa, Héctor Aguer, ultraconservador arzobispo de La Plata, defendió a ultranza la actitud de Francisco y atacó duramente a los que lo criticaron.

Lo cierto es que hoy existe una enorme ofensiva de los sectores conservadores de la Iglesia Católica que quieren que el Papa le ponga límites a su accionar en este plano.

Y el Papa parece estar dudando entre sus convicciones y las correlaciones de fuerza que existen dentro de las jerarquías católicas.

Un tema complejísimo puesto que, más allá de los amores y odios que Francisco ha sabido conseguir con su papado, la historia lo juzgará por si supo ir a fondo o no con este verdadero cáncer que corrompió a grandes sectores de la curia, o si lo obligaron a terminar cediendo.

Quizá deba releer a Weber, o preguntarle por él a otro alemán: el ex papa Benedicto, que también intentó luchar contra este mal interno, y cuando vio que lo sobrepasaba, en vez de convertirse en cómplice decidió alejarse.

Tal es la magnitud del dilema con que se enfrenta nuestro papa Francisco, algo mucho más importante que el debate menor sobre sus adscripciones político ideológicas.

Habrá que ver, en síntesis, si Macri y el Papa se colocan ante la historia con la dignidad con que lo intentó Alfonsín en su lucha entre éticas opuestas, o si, como Menem, se olvidan de toda ética y toda responsabilidad.

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