Es bien sabido que el día que el presidente Barack Obama firmó la Ley de atención, asequible para que entrara en vigor, un exuberante vicepresidente Joe Biden declaró que la reforma es “un trato algo grande”, excepto porque no utilizó la palabra “algo”. Y tenía razón.
De hecho, yo sugeriría usar esta frase para describir al gobierno de Obama en su conjunto. Franklin Delano Roosevelt tuvo su Nuevo Trato; bueno, Obama tiene su Gran Trato. No ha cumplido con todo lo que querían sus partidarios, y, en ocasiones, la sobrevivencia de sus logros parecía estar demasiado en duda. Sin embargo, si los progresistas ven dónde estamos al inicio del segundo mandato, encontrarán motivos para tener gran satisfacción (relativa).
Hay que considerar, en particular, tres áreas: atención de la salud, desigualdad y reforma financiera.
La reforma sanitaria es, como indicó Biden, la pieza central del Gran Trato. Los progresistas han tratado de obtener alguna forma de seguro médico universal desde los días de Harry Truman; lo lograron finalmente.
Cierto, no es la reforma sanitaria que buscaban muchos. En lugar de sólo proporcionar seguro médico a todo el mundo al extender a Medicare para que cubra a toda la población, construimos un aparato Rube Goldberg de regulaciones y subsidios que costará más que un pagador único y tiene muchas más grietas por las cuales caerá la gente.
Sin embargo, eso es lo que era posible dada la realidad política: el poder de las aseguradoras, la renuencia general para aceptar el cambio por parte del electorado con buenos seguros. La experiencia con el Romneycare en Massachusetts -hey, se trata de una gran época para la ironía- muestra que tal sistema es, en efecto, factible, y puede brindar a los estadounidenses una enorme mejoría en seguridad médica y financiera.
¿Qué hay de la desigualdad? En ese aspecto, es triste decirlo pero el Gran Trato se queda demasiado corto respecto del Nuevo Trato. Como FDR, Obama asumió el cargo en un país marcado por enormes disparidades en cuanto a ingresos y riqueza. Sin embargo, donde el Nuevo Trato tuvo un impacto revolucionario, empoderando a los trabajadores y creando una sociedad de clase media que duró 40 años, el Gran Trato ha estado limitado a políticas para igualar al margen. Dicho lo cual, la reforma sanitaria proporcionará ayuda considerable a la mitad de hasta abajo en la distribución del ingreso, pagada, en gran medida, mediante impuestos nuevos dirigidos a los afluentes. En conjunto, los del uno por ciento verán que su ingreso después de pagar los impuestos caerá alrededor de seis por ciento; para el 10 por ciento de hasta arriba, el golpe aumenta a cerca de nueve por ciento. Esto sólo revertirá una fracción de la enorme redistribución ascendente que ocurre desde 1980, pero no es trivial.
Finalmente, está la reforma financiera. Es frecuente que se menosprecie a la iniciativa de ley para la reforma Dodd-Frank por ser inoperante, y, sin duda, no es el tipo de cambio drástico de régimen que uno pudiera haber esperado después de que los banqueros fuera de control pusieron de rodillas a la economía mundial.
No obstante, si la ira plutocrática es algún indicio, la reforma no está tan carente de poder efectivo. Y Wall Street puso su dinero donde tiene la boca. Por ejemplo, los fondos de cobertura favorecieron fuertemente a Obama en 2008, pero en 2012 dieron tres cuartos de su dinero a los republicanos (y perdieron).
En términos generales, el Gran Trato ha sido, bueno, un trato bastante grande. Sin embargo, ¿durarán sus logros?
Obama superó la mayor amenaza a su legado con simplemente ganar la reelección. Sin embargo, George W. Bush también ganó una reelección, una victoria ampliamente proclamada como el advenimiento de una mayoría conservadora permanente. ¿Acaso el momento de gloria de Obama resultará ser igual de fugaz? No lo creo.
En primer lugar, las principales iniciativas políticas del Gran Trato ya son ley. Esto contrasta con Bush, quien no trató de privatizar a la Seguridad Social sino hasta el segundo mandato, y resultó que una elección “caqui” que ganó haciéndose pasar por el defensor de la nación contra los terroristas, no le dio el mandato para desmantelar un programa excesivamente popular.
Existe otro contraste: la agenda del Gran Trato es, de hecho, bastante popular, y lo será más una vez que Obamacare entre en vigor y la gente vea tanto sus beneficios reales como el hecho de que la abuela no tendrá que enfrentarse a los paneles de la muerte.
Finalmente, a los progresistas les sopla por la espalda el viento demográfico y cultural. Los derechistas florecieron durante décadas explotando las divisiones raciales y sociales, pero esta estrategia se volvió en su contra conforme nos hemos convertido en un país cada vez más diverso y socialmente liberal.
Ahora bien, nada de lo que acabo de decir debería tomarse como motivo para una complacencia de los progresistas. Los plutócratas pueden haber perdido un encuentro pero persisten su riqueza y la influencia que ella les da en un sistema político impulsado por el dinero. Entre tanto, los criticones del déficit (en gran medida, financiados por esos mismos plutócratas) siguen tratando de intimidar a Obama para que recorte los programas sociales. Así es que la historia está lejos de haber terminado. No obstante, quizá los progresistas -un grupo siempre preocupado- pudieran querer tomarse un breve descanso de la ansiedad y saborear sus victorias reales, aunque limitadas.