Gobernabilidad: el primer problema de la política

Según la tesis del autor, este año los argentinos tenemos la oportunidad de alcanzar la República no sólo obteniendo una derrota del progrepopulismo kirchnerista sino asegurando un sistema verdaderamente democrático en el que los partidos no peronistas pu

Gobernabilidad: el primer problema de la política
Gobernabilidad: el primer problema de la política

Por Fernando Iglesias - Periodista y ensayista. Especial para  Los Andes

Una de las confusiones políticas más banales pero de consecuencias más devastadoras que ha introducido el progrepopulismo kirchnerista se basa en el supuesto de que la primera y más importante distinción política es opción entre derecha e izquierda. De esa afirmación se sigue que es razonable y hasta ético subordinar a la lucha épica de la izquierda contra la derecha todo lo demás: la vida, la democracia, los derechos humanos, la Constitución, la República y la diferencia entre ganar dinero y robarlo, entre otras cosas.

Semejante aberración ha sido otro de los aportes destructivos de dos de los aparatos políticos más deletéreos que ha generado la Argentina: la Juventud Peronista (y su brazo armado: Montoneros) y el Partido Comunista.

En efecto, en aquellos lamentables años Setenta que constituyeron por lejos la peor década de la historia nacional y en que la Juventud Peronista y el Partido Comunista florecieron, la vida ajena, la democracia, los derechos humanos, la República y la diferencia entre ganar dinero y robarlo eran considerados por sus dirigentes y militantes meros prejuicios burgueses que esgrimíamos los cobardes que nos negábamos a asumir nuestras responsabilidades con la revolución en curso.

Es fácil comprender las razones históricas que los llevaron a esta falsedad: había que justificar la adoración al general Perón, en el caso de la Jotapé, y el genocidio más extenso de la historia de la humanidad, en el caso del PC. La triste verdad es que las juventudes maravillosas del peronismo y del comunismo no querían democracia ni derechos humanos.

Querían abolirlos. Se refugiaron en ellos después de su espantosa derrota a manos de un aparato aún más antidemocrático y sangriento: el del Partido Militar, pero aún hoy siguen creyendo que son formalidades burguesas pertenecientes al campo enemigo. Lo que cuenta todavía, para estos apparatchik sin Siberia, es ser de derecha o de izquierda.

Sin embargo, cualquiera que lea la historia del mundo comprende que la primera distinción política no se establece entre derecha e izquierda sino entre gobierno y anarquía. Gobernabilidad o caos, como dijo el compañero Hobbes. Y sólo cuando hay gobierno, y no caos, aparece la segunda gran polaridad de la política, que tampoco es derecha o izquierda sino gobierno autoritario o gobierno democrático-republicano.

Y sólo cuando hay gobierno y no anarquía, y el gobierno es democrático y republicano y no una tiranía, con ley, constitución, estado de derecho, instituciones funcionando y pleno régimen de libertades, aparece en el horizonte la cuestión derecha-izquierda que tanto fascina a los muchachos jacobinos del peronismo de izquierda, esa entelequia.

No se trata de una mera opinión. La distinción derecha-izquierda nació en una institución burguesa, democrática y republicana: la Asamblea Francesa, y no en una célula terrorista ni en un sindicato ni en un comité revolucionario.

Y sólo después de que hubiera nacido fue posible para la izquierda socialista del siglo XIX hacer su entrada en la Historia. Por eso es incorrecto hablar de dictaduras y totalitarismos “de derecha” y “de izquierda”, ya que la tercera polaridad de la política (derecha-izquierda) no puede llegar siquiera a plantearse cuando el gobierno no es democrático y republicano.

También por eso los regímenes totalitarios se parecen tanto en sus actos concretos y en los efectos que producen en la vida social, ya sea que intenten justificarse en la fraternidad humana o en el predominio de la raza aria. Por eso también los viejos camaradas de los partidos estalinistas y maoístas y los jóvenes de la Juventud Maravillosa que componen gran parte del Gobierno insisten tanto en su supuesto “ser de izquierda”, ya que necesitan encubrir el totalitarismo débil del Régimen en el que se amparan.

No estoy diciendo, claro, que las categorías derecha-izquierda sean obsoletas. Más bien creo que esa polaridad se ha desplazado, como casi todo, al plano global. Lo que digo es que si se disipara todo el humo con que la discusión derecha-izquierda invade el campo discursivo de la política argentina veríamos con claridad las verdaderas polaridades que enfrentamos. Gobierno autoritario o gobierno democrático.

Caos u orden mafioso, de un lado, o gobernabilidad republicana, del otro. Populismo nacionalista o modernidad cosmopolita. Mafia o república. Narcoestado o país. Repetición de los fracasos del siglo XX o salida al siglo XXI. Ampliación del conurbano bonaerense a todo el país o abolición de la miseria y el despotismo en el conurbano bonaerense.

Como cualquiera comprende, el primer paso para jugar un partido de fútbol es establecer la cancha y las reglas. Sin ellas, no hay fútbol ni partido sino una caótica disputa por la pelota en la que los más poderosos se la adueñan a costa de los más débiles. Por veinticinco años casi consecutivos desde 1989, por ejemplo.

Cualquier llamado a defender posiciones de izquierda en condiciones pre-democráticas y pre-republicanas es funcional a quienes detentan el poder desde hace un cuarto de siglo. Hacerlo implica, además, reiterar el error del izquierdismo del siglo XX, que actuando como si fuera posible avanzar hacia la igualdad sin establecer antes una democracia republicana tantas desgracias trajo al mundo.

Decir que la principal polaridad de la Argentina se ha establecido en la opción entre república y populismo no es, por lo tanto, sucumbir al chantaje de Laclau ni mucho menos claudicar a la idea maoísta de la contradicción principal, como parece creer Beatriz Sarlo. Se trata, simplemente, de comprender que la polaridad derecha-izquierda sólo puede tener expresión y sentido en el marco de la democracia republicana; de la que aún carecemos.

Creer lo contrario es volver a la idea setentista de que las instituciones democrático-republicanas son formales y la distinción derecha-izquierda es sustantiva; lo que lleva directamente a concluir que existen dictaduras y totalitarismos buenos -o al menos: aceptables y justificables- y dictaduras y totalitarismos malos, es decir: de derecha; es decir: a ese espejismo izquierdista que ya llevó a suficientes catástrofes.

En 1983 los argentinos recuperamos la democracia derrotando con votos al Partido Militar. En 2015 tenemos la oportunidad de alcanzar la República derrotando con votos a los dos candidatos existentes del Partido Populista. Pero no basta. Es necesario asegurar un sistema verdaderamente democrático en el que los partidos no peronistas no sólo puedan llegar al gobierno sino también gobernar. Lo contrario es seguir en la barbarie de este régimen de partido-único-que-puede-gobernar que mantiene atada a la Argentina a su decadencia.

La oposición-opositora, es decir: no peronista, debería tomar atenta nota de las lecciones brindadas por los saqueos de diciembre de 2012 y 2013: la gobernabilidad en la Argentina depende hoy de la voluntad política de desarrollar unas fuerzas de seguridad democráticas y respetuosas de los derechos humanos pero que no renuncien a su tarea, el control del espacio público y la protección de las vidas y los bienes de los ciudadanos; como en todos los países del mundo.

El crimen de Nisman agrega a esta necesidad la de recuperar, en los servicios de inteligencia y en todas las reparticiones del Estado, la simple noción de que los funcionarios están al servicio del país y de sus ciudadanos y no de sí mismos y sus internas. Si la oposición no lo dice claro y fuerte, si no se hace cargo hoy de sus futuras obligaciones como representante del orden democrático-republicano, la ciudadanía argentina dudará en entregarle el poder suponiendo que no podrá resistir el embate del peronismo en la oposición.

Las destituciones civiles de 1989 y 2001 deberían habérnoslo enseñado. Abstenerse de desarrollar unas fuerzas de seguridad no renunciatarias ni criminales es abdicar al régimen peronista de partido-único-que-puede-gobernar. Dejar que nos sigan corriendo con que la seguridad, el control del espacio público y la protección de las vidas y los bienes públicos y privados constituyen acciones antipopulares es resignarse a seguir siendo testigos de la Historia y de los estropicios peronistas en la Historia, entre los cuales los muertos por el desplome en la infraestructura (las decenas de víctimas del Sarmiento, la centena de muertos por las inundaciones en La Plata y los miles de accidentados en las rutas) o por violencia directa (como en el caso de Mariano Ferreyra, los qom, el maquinista Andrada, Nisman y tantos otros) no ha sido menor.

Por otra parte, si esto sigue así y el descontrol en las fuerzas de seguridad y los servicios sigue avanzando y la sensación de inseguridad sigue ahogándonos, el peronismo tardará tres-minutos-tres en inventarse un nuevo Ruckauf y salir a pegar tiros. Que un personaje aberrante como Granados controle 82.000 efectivos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires; que alguien como Berni sea secretario de Seguridad de la Nación y el general Milani, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, debería abrirles los ojos a quienes odian las consecuencias del Modelo pero no se atreven a combatir su base represiva institucional, temerosos de que los corra por izquierda ese anarquismo lumpen disfrazado de progresismo que llegó al poder en 2003.

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