Nací en San Rafael a tres cuadras del río Diamante, donde viví hasta los 11 años. Cuando mis padres se separaron nos vinimos para Mendoza y desde los 14 años vivo en una esquina de Dorrego, Guaymallén, a una cuadra del puente Morón.
Y en esta zona fuimos creciendo; toda una barra de amigos; fue algo muy hermoso. Nuestro entretenimiento mayor era ir en patines a bailar al ritmo de la música de la Calesita del Parque. Hasta allá nos íbamos patinando y volvíamos.
También guitarreábamos abajo del puente Morón, que por entonces no era el mismo de ahora (se construyó uno nuevo a principios de los ‘70, con la inauguración de la avenida Costanera). En ese tiempo, el zanjón era de tierra. Nos reuníamos debajo del puente a tocar la guitarra; había un sauce precioso.
Fuimos creciendo juntos los chicos del barrio y en los garajes de las casas o en los patios hacíamos los “asaltos”, que eran las reuniones de los jóvenes. Llegabas con tus discos de vinilo, que hoy se vuelven a escuchar y tienen un gran valor. Las chicas llevaban la comida y los chicos las bebidas. Escuchábamos música en el Winco y bailábamos toda la noche.
Rock and roll; Elvis Presley; Hasta luego cocodrilo, de Bill Halley y Sus Cometas. Mi compañero de baile era Luis Simari, con él ganábamos todos los concursos de baile. Otros amigos eran Chiche Lara y su hermana, Nene Quiroga, las tres hermanas Simari, Lita Salafia, Coca Quiroga y su hermana y mi hermano Quique Ravalle, que era un “Tano cuidador”. Él tenía la responsabilidad de cuidarme y vivía enojado por eso. Los chicos de la barra no dejaban entrar a nadie que no fuera del barrio. Era terrible, las chicas no podíamos tener “filos” de otro barrio. Éramos tan unidos los vecinos que para las fiestas de Navidad y fin de año se sacaban las mesas y se cortaba la calle San Juan de Dios, entre Florida y Adolfo Calle. Era una sola mesa para todo el barrio.
Siempre recuerdo que iba a la escuela de calle Córdoba, de ciudad, a las Hermanas Mercedarias, y cuando salía me venía a mi casa por la orilla del zanjón, caminando, como Caperucita Roja.
A pocas cuadras de mi casa estaba la Unión Vecinal Dorrego, y con mi hermano estudiábamos Bellas Artes -esa cosa que, según el director general de Escuelas, Jaime Correas, no enseña ni a leer ni a escribir-. Estudiábamos en el patio con otra barra, entre ellos Severino, Ángel Gil, Sarelli, Sara Rosales y Raúl Castromán. Y un día, un señor muy petisito, que después nos dijo que siempre pasaba por nuestra vereda, golpeó la puerta y preguntó por esos que siempre se reían y nos dijo que si queríamos participar en una obra de teatro.
Una parte del grupo aceptó participar y debutamos con la obra “Cuando los hijos se van”, de Florencio Sánchez, en la sede de la Unión Vecinal. Nos dirigió ese señor bajito, Joaquín Peña.
Fue el 8 de julio de 1961, y el afiche de presentación de la obra decía: “Con la participación especial de la Reina de Guaymallén: Gladys Ravalle”. Es que ese año había salido Reina de la Vendimia: de la Unión Vecinal La Florida, después de Dorrego y al final de Guaymallén.
Como hacía también folclore, esa noche que salí reina me cantaron “La Flor de Guaymallén” de serenata y quedó eso que yo era la Flor de Guaymallén; aún hoy, el Pocho Sosa me la canta siempre.
Nuestra adolescencia era en compañía, no sabíamos de bajones, de depresiones, de estar solos, muy poco sabíamos del silencio, siempre nos estábamos riendo y nuestros padres nos ubicaban porque nos escuchaban reír. Solo nombré algunos, pero éramos un montón de amigos que siempre vivíamos riendo y aún hoy el barrio mantiene ese espíritu; siempre hay niños jugando a la pelota en la calle. Y gente matándose de la risa en la puerta de la casa. Eso prácticamente no ha cambiado.
La mayoría de aquellos viejos vecinos han partido, pero siguen allí los nietos de los nietos, jugando en la vereda. Y para pasar, todavía tenés que pedir permiso.