Transgresora, talentosa, luchadora y divertida, son grandes adjetivos que le caben a Gladys Ravalle. Con más de cinco décadas de oficio, a punto de cumplir 72 años vive la vida en plenitud, sin bajarse de las tablas, las misma que la vieron debutar en la década del ‘60 con la obra “Cuando los hijos se van”.
Y como dice ella: “los homenajes son como los besos, no se cuentan, sino se dejan de dar”; este fin de semana en Godoy Cruz recibirá un nuevo reconocimiento el sábado 28 de julio (ver aparte). Excusa para charlar con Estilo y conocerla un poquito más, desde un costado personal, a una figura del teatro mendocino.
La fuerza de la madurez
Actriz, directora y maestra de generaciones de actores junto a su compañero Cristóbal Arnold forjaron el teatro independiente de los años setenta.
Lejos de un divismo y complejo absurdo, no oculta su edad y la grita con su tono pícaro tan característica: “¡Pero porque no hija mía! Cumplo 72 (y larga una carcajada que resuena por el teléfono)”.
Le gusta festejar cada aniversario con el ritual completo; que no falte la torta y las velitas para soplar, e insiste que serán sus primeros 72 años. Y recibir otro homenaje a su labor artística en una jornada tan especial, es una caricia para alimentar el alma. "Es lindo, porque un actor vive en una vidriera, y la gente en la calle se queda mirando de donde la conozco. Porque de pronto estabas caracterizado o algo, te vio en ese mundo mágico y de golpe se acuerda. Es bonito porque uno recibe cariño".
-¿Y cómo se siente?
-Yo me siento, me paro, bailo, canto. Los años no me pesan en el escenario. Porque yo no quiero ponerme siliconas, hacer de pendeja, de niña tonta. Hay muchos personajes muy ricos para hacer cuando estas maduro, y es parte del juego, parte de la vida, irse haciendo grande.
El paso del tiempo es una oportunidad para transitar el oficio desde otro lado, y redescubrirse en cada personaje, como en "Sobre un barco de papel" obra que en la actualidad comparte junto a Diana Wol, bajo la dirección de su hijo Juan Comotti.
Son 53 años de carrera, con decenas de obras que atesora en su derrotero artístico, además de fundar catorce salas de teatro. Referente indiscutida del teatro épico de Bertolt Brecht, “Madre coraje”, es uno de sus célebres interpretaciones. En su aguerrida memoria guarda cientos de anécdotas, que dibujaron sonrisas entre sus compañeros y el público.
-Me imagino que es difícil resumir tantas vivencias, pero tiene alguna anécdota que siempre recuerdo y que insuperable.
-Tengo una anécdota muy graciosa. En una función de “El juego que todos jugamos” de Alejandro Jodorowsky, una obra que en su momento hicimos 1500 presentaciones en todo el país, y los países limítrofes, yo me elegía un novio por noche, con la ruptura de la cuarta pared en el ‘72. Entonces yo bajaba a la platea y me elegía un novio. En una función en Mar del Plata, me elijo un morocho de barba que esta buenísimo (se ríe).
Y Arnold en el escenario con su complicidad. Y él me contestaba todo, me seguía el juego. Y la gente se mataba de risa. Y yo decía: que bueno el novio que me elegí. Cuando al final de la obra los espectadores subían al escenario y bailaban y cantaban con nosotros. Y me cuenta que era el cura tercer mundista de la iglesia de Mar del Plata. Con razón toda la gente se reía, porque era muy oportuno e inteligente, pero era el cura de la parroquia. Y después nos invitó a su casa a comer a todo el elenco.
-¿Aún siente esa adrenalina típica de un estreno?
-Siento nervios si él me va a dejar por primera vez, siento nervios si va a empezar la función, me agarra cuiqui por muchas cosas.
-Dentro del teatro ¿qué rol disfruta más?
-Dicen que lo interesante de la fórmula del gordo y el flaco, es que lo dos tenían dos cuerpos con una misma cabeza. Iban para acá o allá pero decidían lo mismo. Y lo más interesante del teatro es ese amor de reflejarse en el otro, en el amor en el teatro, en la cocina, en el grupo; que vos estas al lado del otro y no podés ser sólo. Entonces cuando descubrís que arriesgas en grupo, que andas, es un poco un trabajo parecido al de la comunidad. Y eso es maravilloso.
-¿Cuál es el mayor defecto y virtud de Gladys Ravalle?
- Mi peor defecto es la memoria, que eso me hace difícil que pueda perdonar muchas cosas. La memoria en este momento, con los juicios a los genocidas, que nos dejaron sin compañeros. Ahí te juega la memoria, perdón no justicia. Y mi mayor virtud... creo que soy muy frontal, y eso no le gusta mucho a la gente. Si es una virtud ponela como virtud, sino pone que soy una buena ama de casa, una buena vecina, una mejor madre (ríe).
-Y en este ambiente de artistas ¿tiene muchos amigos?
-Yo no tengo muchos amigos, porque uno tiene que tener amigos tan locos como nosotros, con los mismos horarios y esas cosas. Sino lo ves una vez al año y te llevás fantástico. Pero no son muchos los amigos que tengo, pero son hermosos y muy compinches.
Nada le fue fácil, y nadie le regaló nada. Los reconocimientos a tanta entrega y amor, llegan luego de golpear puertas y seguir firme como un junco. La muerte de una hija recién nacida y la pérdida de compañeros y amigos en la última dictadura militan son hechos que marcaron su existencia. Pero con la fuerza de una guerrera da rienda suelta a sus sueños y sigue gozando de cada día.
-¿Qué es lo que más disfruta en esta etapa?
-Todo, soy una gozadora de la vida. Porque padecí mucho, tuve muchos problemas, muchos inconvenientes en la vida, tuve que golpear muchas puertas para conseguir algo. Se me regalaron muy pocas cosas. Entonces celebro la vida, soy una gozadora. Me voy a hacer una canción que diga: la gozadora pin, pin... la gozadora.
-El espíritu de niña pícara sigue intacto...
-Tengo un secreto para mantener la juventud. Es mentira que es la silicona, el botox y toda es porquería. Es hacer tres picardías diarias. Y yo las hago con predeterminación. Hoy ya hice dos (ríe).
-Con esa actitud se alivia el paso del tiempo...
-Sería medio tonto decir que no siento la edad que tengo. La fuerza se te va acabando para algunas cosas. La madurez tiene otras cosas. No voy a correr diez cuadras a una velocidad tal, pero si puedo pensar en profundidad en 10 cuadras. Hay una revalorización de las cosas, tiene su encanto la profundidad.